Por todo ello, a pesar de la juventud de su autora, "Certeza del colapso" propone un nuevo discurso lírico bien trabado y cohesionado, pero también, el complejo correlato de lo no dicho, un itinerario de hechos elididos en el poema, pero ocurridos —por lo menos— en la memoria del sujeto lírico. Discernir si algunos poemas son autobiográficos, al completo o en parte, es tarea complicada, sobre todo, si no se conoce la trayectoria vital de la poeta. Por descontado, la sensación que podemos tener como lectores es que muchos de ellos narran vivencias de la autora, su desnudez y crudeza empujan a intuirlo.
Porque, hay que decirlo, el tono que adopta la poesía contenida en este libro —con total justificación— es grave, dramático. Bibiana Collado configura a través de sus poemas un pasado nada fácil protagonizado por sus padres y por ella misma cuando era una niña. El dolor es consustancial al relato familiar. Un dolor desde el que se parte inicialmente y jamás se abandona, por ello se convierte en el inesperado hilo conductor.
Un único poema, de título “Colapso”, supone la avanzadilla del conjunto. Este texto no pertenece a ninguna de las secciones troncales del poemario y en él se encuentra la clave para hilvanar el tiempo de la ficción con el tiempo de la realidad, o lo que es lo mismo, para enfocar correctamente, como lectores, los asertos de nuestra interpretación: «Como en un cristal / impactado por dentro // miro, analizo la grieta / mientras toco la compacta lisura / que permanece en su superficie». Aparece ya el concepto de herida (zona de impacto), y con él, las dos caras de una misma realidad representadas en los lados del cristal. La dualidad entre el lado dañado y el lado intacto corresponde a varios posibles pares de relaciones: lo ocurrido y lo no ocurrido, pensamiento y deseo o ficción y realidad. La autora remata este mismo poema con la siguiente estrofa: «Me sacude la / certeza del colapso / e invento, una a una, colisiones». Estos versos introducen la palabra `invento´, lo que nos empuja a relacionar algunos poemas con la ficción, lo no ocurrido pero probable y por extensión, el deseo. Sin embargo, el segundo verso es contundente en cuanto a que esa certeza del colapso nos sugiere algo que ocurre en el plano real, algo incontestable y amenazador que podríamos anexar tanto al plano sociopolítico en el que la autora vive, como a su estado emocional.
Por tanto, la dualidad deviene en esta dilogía, ambivalencia que estará presente en todo el poemario; esto se reflejará en el plano léxico con la aparición de oportunos binomios: «dolor-zumbido, ruido-madre o zanja-prórroga, entre otros». La sensación de peligro inminente provoca la evasión de la realidad en el hablante lírico. La causa extralingüística produce un efecto lingüístico y literario.
Los títulos de algunos poemas “Pulsión”, “Síntoma”, etc. parecen presagiar también un colapso a nivel físico. El cuerpo, como vaina de una conciencia atribulada, es sensible al desgaste experiencial y su contacto con el entorno. Esa sensación de proximidad con lo terrible está presente a lo largo del libro. Tanto si somos conscientes de que algo trágico está a punto de suceder y no sabemos qué hacer, como si ese incidente ha ocurrido ya y no hemos sabido reaccionar, los versos de Collado Cabrera adquieren su mayor sentido en ese contexto. La autora pertenece a esa generación del desencanto en la que ella ha sabido triunfar, pero los poemas constatan que su camino no ha sido fácil y, a diferencia de ella, sus ancestros no tuvieron siquiera la posibilidad de intentarlo.
En la página veintiocho encontramos un poema en prosa, sin título, en el que la poeta comienza y termina su poema con letras de coplas a modo de intertexto. Incluso, en uno de sus versos hace referencia al título de uno de sus anteriores poemarios, Como si nunca antes. Todo ello acompaña a unos versos que podrían justificar la inacción ante el colapso antes comentada: «No quiero saberlo pero me temo que lo sé. No quiero saberlo o, al menos, no quiero saber que lo sé». Disfrazado bajo metáforas metaliterarias y un trasfondo romántico, este duro aserto nos despeja la duda sobre si tal actitud era por miedo o ignorancia. El endurecimiento del corazón deviene de curtidoras experiencias que obligan a una transformación.
Así, encontramos dos poemas en los que este radical cambio se encuentra en proceso “Transformación”: «Cuanta más fuerza ejerzo, / más se concentra en él la mirada, / mientras el daño yace ensombrecido / en algún lugar de mi cuerpo»; y “Transición”: «Lo miro / y lo sé, / le temblará siempre en la boca».
En tres tiempos divide la autora su repertorio: “Negro. Negrito de mi corazón”, “A la lima y al limón” y “Malagueñas”. Si Bibiana Collado toma prestada parte de las letras de las canciones de Marifé de Triana no lo hace por gusto personal o por la importancia literal que dichos paratextos contienen, sino porque las canciones de la «actriz de la copla» suponen la banda sonora de ese ámbito temporal que, ahora en el recuerdo, la poeta recrea en sus versos.
Si el poemario termina con el poema titulado “Padre”, en el cual se revela la importancia de las malagueñas, el primer apartado, al completo, está dedicado a la figura de la madre. Las palabras `madre´ y `herida´ se suceden y reiteran para componer el pasado de un matrimonio de clase trabajadora que erosiona sus manos con la artesanía del esparto. El resto del libro queda dividido entre lo que el sujeto lírico recuerda y opina de ese tiempo fantasmagórico, de la visión de unos padres y sus grandes esfuerzos y transmisión anacrónica de valores y la voz en off de su propio pensamiento.
El noventa por ciento del poemario está concebido como un monólogo interior en el que el hablante lírico se dice y se interroga entre digresiones, ficción y realidad. Pocos son los poemas dirigidos a un apóstrofe, lo que no evita que el libro tenga carácter dialógico. Uno de esos poemas es “Testaferro”: «La lengua es herida. // Tenía que decírtelo: / últimamente, / todo es herida».
La autora distingue entre el sufrimiento inevitable que viene dado con las circunstancias y aquel que uno elige —a veces, sin pensarlo— como aceptación y continuidad del legado de sus ancestros. Ese auto-daño inflingido señala hábilmente la correspondencia entre la duda y el miedo con la morfología de la tradición y, más que hacia la redención, este castigo tiene más visos de penitencia: «Y yo, que debería estar contenta / por el esfuerzo colectivo / en reatar el linaje, / me enfado / y permanezco en la demanda / de recobrar la herida».
El recuerdo de una vida rural y austera: «Estaban hartos de partir almendras, / de hacerse mayores picando esparto, / de subir a los muertos / a lo alto del cerro», tiene las mismas connotaciones negativas que un alambre o cable en el universo simbólico de la autora: «Y vuelvo a sentir / ese cable tensado en torno al cuello / en infinitos arabescos». Este discurso lírico parece tener la aspiración de recrear ese pasado —bueno y malo a la vez— para superarlo.
De forma muy descriptiva Bibiana Collado compone la crónica familiar, pero también, la historia de un estrato de la sociedad española que con esfuerzo y antiguas costumbres ha creado sus propios y singulares accesos al presente. El realismo contenido en este libro incluye la dignidad adquirida y aprendida, la madurez que otorga la experiencia del dolor y una emoción contenida que la sensibilidad de la autora sabe matizar y dosificar.
La elección del verso libre no impide que tengamos muy presente la morfología de la copla: desde el verso corto y algunas aliteraciones, a la transparencia del léxico y el carácter estrófico de los poemas; pero es en el poema titulado “Oralitura” (literatura oral) donde los versos se ahorman al cuarteto estrófico por excelencia de la copla para trazar un poema escindido en dos columnas (madre/izquierda), (padre/derecha), que culmina las descripciones incluidas en ellas con un terceto lleno de nostalgia y melancolía: «Un puñadito de quereres, / de penas recias, hondos puñales».
Inevitablemente, volver la vista atrás conlleva regresar a un dolor viejo o descubrir el dolor nuevo que desentierra la madurez. En cualquier caso, en poco más de cuarenta páginas los versos de Bibiana Collado transcriben a la perfección esa amargura del hijo sometido al envite de una memoria que le enseña de dónde viene y a su vez, el valor verdadero que debe dar a todo cuanto consiga. La certeza del colapso nos empuja a la acción, una acción que en manos de Bibiana Collado se convierte en densa e inspiradora literatura.
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