Con razón, creo, expone el autor en un a modo de proemio que ‘uno tendría que llamarse a sí mismo investigador de la naturaleza’ Tal vez venga este aserto de una forma de pensar muy sui generis, de una forma de plantearse la curiosidad acerca de la vida diciendo, preguntándose, ¿pero qué mejor materia tendrá en su cometido el escritor-pensador-filósofo que no sea el propio de analizar esa naturaleza humana (y sus construcciones civiles y religiosas) La fuente es riquísima, inagotable, y él, con su acerado corte analítico, siempre es capaz de sacar provecho de recomendación, de sabiduría. Eso sí, teniendo en cuenta que “Mi mayor placer ha sido siempre una lectura discontinua” Tal vez para ampliar el campo de observación, de interés.
En algo recuerda un poco a aquel otro analista frío, calculador (menos humorista) llamado Karl Kraus. Éste, no obstante, creo, tiene a su favor lo que tantos sabios han venido sosteniendo. La realidad pensada con sentido del humor viene a ser más certeramente –más humanamente- real. El lector, al cabo, tiene siempre la sensación de que, abra el libro por donde lo haga, el aprendizaje se inicia ya en esa página: “La gente que primero inventó el perdón de los pecados a través de fórmulas latinas tiene la culpa de las mayores desgracias del mundo” Acaso por eso llegue a interesarse en algún momento dado por “Los evangélicos y los no evangélicos”.
Lichtenberg se atreve a analizar las cuestiones más peregrinas, y siempre encuentra agua, el recurso: “Se podría utilizar en una novela lo que le pasó a la condesa de Salmour en su correspondencia con el marqués de Brandeburgo, y es que unos enemigos de los enamorados interceptaban las cartas y las contestaban conforme a sus intenciones. Pero el lector no tiene que enterarse enseguida” Desacralizar ante todo, desde la cultura seria hasta los más escondidos recursos del ser humano. De hecho, el autor está convencido de que “De todo lo que se ha calculado que ocurre en el mundo 2/3 partes son irreflexivas”.
Es así que, sostiene, “He conocido a un hombre que tenía la extraña manía de cortar, en el momento de tomar la fruta, cuerpos estereoscópicos de manzana, y se comía siempre el resto” Y concluye: “La mayor parte de las veces, la solución del problema terminaba con la completa ingestión de la manzana” La pretensión del comportamiento humano puede tener la voluntad de alcanzar cotas de originalidad extraordinarias, lo que no impide que, al final, su actitud resulte tan vagamente constructiva como la sostenida por el rey de Portugal, que “se va por las noches con una monja y luego confiesa y comulga a diario” Pero es que el ejemplo lo es todo, incluso risible, sobre todo si la enseñanza viene dada desde la institución religiosa. De ahí, probablemente, el que “En París se vende mantequilla á l’enfant Jesus”.
No es exageración, amigo lector, esta es una lectura lúdico didáctica de lo más recomendable. Ya sea verano o cualquier otra estación; el hombre siempre se parece a sí mismo (y probablemente a la piedra en la que tiende a tropezar).
Puedes comprar el libro en: