La crisis vivida por Cataluña, y por España entera, en septiembre y octubre de 2017 sorprendió, por su intensidad, a propios y extraños. ¿Cómo una región rica y próspera, que disfruta de una amplia autonomía, podía lanzarse a la aventura incierta de un proyecto secesionista? El choque frontal entre el catalanismo y la democracia española acabó provocando una fractura duradera en la región y un malestar generalizado en toda España. Aún hoy es un conflicto pendiente de resolución y necesitado de una reflexión serena.
El autor nos ofrece su profundo conocimiento de la historia de España unido a la ausencia de pasión nacionalista peninsular, ni catalana ni española, para arrojar luz al mayor desafío de la democracia española en el siglo XXI.
La verdad es que la independencia ha fracasado y no habrá independencia a corto plazo. Solo a partir de este reconocimiento y de algunas otras verdades se podrán sentar las bases de la superación del conflicto. Estas verdades son las siguientes:
1. No existe una mayoría social suficiente que permita la secesión. Esta opción política es tan importante, tan vital, que requiere por lo menos la adhesión de los dos tercios de la población. Estamos lejos de estos niveles.
2. Europa no está esperando la independencia de Cataluña. No se trata de que los Estados sean conservadores por naturaleza, sino de que el proyecto europeo se asienta en una cesión progresiva y ordenada de soberanía para ser más eficaces en un mundo global y, sobre todo, más solidarios y más pacíficos en la propia Europa. Reivindicar más soberanía es hoy por hoy antitético con el proyecto europeo. Europa no será la palanca para el nacimiento de una Cataluña insolidaria con España cuando justamente Europa es el resultado del abandono de todos los nacionalismos que, como afirmó con certeza el presidente Mitterrand en mayo de 1995, representan «la guerra». Europa es, por esencia, un proyecto antinacionalista.
3. La independencia de Cataluña podría ser un proyecto político siempre que se presentara como un plan de futuro y no como un ajuste de cuentas con un pasado deformado. El fracaso del proyecto de Carles Puigdemont y de Oriol Junqueras, ayudados por Carme Forcadell, Jordi Sánchez y Jordi Cuixart entre otros muchos, radica en su posicionamiento: no ha sido un proyecto de futuro, no han mirado adelante, sino siempre en el retrovisor deformante de su conocimiento partidista de la historia.
Se han echado al monte con una brújula estropeada, con mapas distorsionados y con un GPS alocado. Se han perdido en sus propias fantasías por culpa del craso error que representaban sus análisis históricos. Después han acusado al Estado español y a Europa. ¡La culpa del fracaso la tenían los otros! Pero no es así. La culpa del fracaso la tienen ellos por haberse equivocado, por haber creído en sus quimeras y por haber emborrachado a parte del pueblo catalán con sus discursos emocionales y victimistas.
El conflicto catalán es un conflicto político superable. Lo afirmo como historiador, aunque el historiador no debería pronunciarse sobre el futuro. En realidad, el historiador, sin predecir el futuro, conoce el amplio conjunto de las situaciones posibles y puede valorar el potencial de una situación presente. No es verdad que exista un agravio histórico insuperable entre Cataluña y España, entre catalanes y el resto de los españoles. Existen tensiones, a menudo incomprensión, pero también una historia común que los vincula mucho más de lo que los separa.
Benoît Pellistrandi (1966) es profesor de Historia en París. Ha sido director de estudios de la Casa de Velázquez (1997-2005) y es miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia. Se ha especializado en historia política y cultural de la España contemporánea. Ha publicado Les relations internationales de 1800 à 1871 (París, 2000), Un discours national? La Real Academia de la Historia (1847-1897) entre science et politique (Madrid, 2005) e Histoire de l’Espagne. Des guerres napoléoniennes à nos jours (París, 2013). Es una de las voces más escuchadas en Francia sobre la actualidad
española, incluyendo el problema catalán.
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