Siete movimientos constituyen este nuevo poemario de María Ángeles Lonardi, poeta argentina residente en Almería (España), quien debutó líricamente en el año 1997 con Amores. Como antesala a estas siete divisiones temáticas encontramos un texto titulado “Palabras” de Pedro Enríquez, quien a la manera de introductor a los poemas nos previene sobre la carga emocional de los versos, sobre el intento deliberado por descentrar el punto de vista que atiende a la cotidianidad y el compromiso de la autora con las causas sociales que en la sociedad de su tiempo perjudican injustamente a personas que no lo merecen.
Por su parte —y tras la lectura de los poemas—, Pilar Quirosa-Cheyrouze también subraya en su colofón la denuncia de las lacras sociales que la poeta lleva a cabo en sus poemas y añade lo vital y sensorial de una poesía especialmente dotada de carga sentimental. En su enunciación, Quirosa-Cheyrouze valora la importancia que el paso y el peso del tiempo manifiestan ostentar los poemas.
Los poemas del bloque inaugural, titulado “Variaciones sobre lo cotidiano”, como su propio título indica, intentan extraer algo extraordinario de lo ordinario, nos introducen de lleno en el estadio de lo cotidiano y es la mirada interior de la poeta —traducida en el discurso de su hablante lírico— aquello que se focaliza en el matiz del que florecerá la emoción, la evocación o el pensamiento.
Esta primera toma de contacto contiene ya en sí —casi por completo— la forma y el fondo de la obra completa. En el plano argumental: el amor como único calmante para combatir el dolor por la erosión del mundo; la voluntad de progreso, previa ruptura de las cadenas tradicionales; la duda; la esperanza; la invocación a la acción como apología del feminismo: son factores dominantes en un discurso que articula su mensaje basándose por completo en aspectos humanistas.
De la misma manera, en el plano textual: los poemas no son estróficos; se utiliza el verso libre, sin rima; son discursivos, gramaticales y versados en primera persona. Fiel a su vocacional transparencia, el léxico escogido por la autora es accesible para todo tipo de lectores, algo que ensambla a la perfección con la ideología y morfología del poemario.
“Variaciones sobre lo cotidiano”, como hemos dicho, es la primera de sus siete partes, compuesta —también— por siete poemas, pero la rotundidad y claridad de sus primeros versos: «A veces me siento hormiga / y ciertas actitudes me empequeñecen» ya nos sobrecoge, nos ubica, dimensiona el contexto, lo polariza y conecta a la perfección con esa parte emocional que como seres vivos poseemos todos los lectores.
El primer poema de este apartado lleva por título “De todos los días” y en él observamos, a modo de flujo de conciencia, cómo la autora comienza a dibujar un paisaje interior plagado de dudas, pero también de certidumbres: «Me miro al espejo / y no sé quien habla…»; «No sé dónde voy, pero sé quién soy / y sé lo que no soy ni seré. / Sé de dónde vengo / y sé de mí, como tú de ti mismo». El tono conversacional es propicio para la confesión. La autora apela a un apóstrofe en el que deposita su amor: única tabla de salvación.
Libro de marcado carácter feminista, en el poema titulado “Para hacer al menos una vez en la vida” Lonardi esboza las acciones que una conciencia progresista sometida por el patriarcado y las convenciones sociales debería realizar, al menos, para sentirse libre y rebelarse, aunque sea simbólicamente: «Emborracharme en ese bar tan ameno / al que no vas a volver en la vida. / Tocarle el trasero al guapo del autobús. / Adivinarle la borra de café a los amigos. / Hacer travesuras y pecar con ganas / aunque sepas que ya te lo han dicho».
Esta actitud combativa ante las injusticias florece una arenga en el poema titulado “Lucha”: «Porque nosotras nos creímos invencibles. / Porque nosotras lo valemos, ¡amiga mía! / Ríe, ríe conmigo… que la risa ahuyente los males…». Una clara exhortación a la acción subyace bajo unos versos que apelan a la emoción, a la empatía.
Lo mismo que la poeta nos dice lo que debemos hacer, no tan solo para no someternos a la tiranía machista, sino para no caer en la inacción, en la rutina, también nos dice lo que podemos empezar a dejar de hacer con el mismo fin: «Deja de cuestionarte, torturarte, reprimirte, / condenarte o someterte, ¡carpe diem! / A todo nivel. Sé tú mismo. O tú misma. / Con eso tienes bastante. / Deja de perder el tiempo, deja que te pierda el». Por tanto, Lonardi abre su discurso también a los hombres y crea un decálogo involuntario para combatir el conformismo.
Tras la duda existencial brota la esperanza, una esperanza configurada con los rasgos del amor: «Pero de pronto, un respiro hondo / me trae el recuerdo / de tu sonrisa y así, / todo vuelve a empezar».
En el apartado titulado “Cosas vistas desde otra perspectiva” la urgencia por encontrar un punto de vista sobre la realidad que destruya la apatía, el tedio de lo que a diario nos automatiza se vuelve una razón de ver: «Colgada del teléfono se me va la vida. / Mis sueños funambulistas / se suicidan en cadena»; «Por eso he decidido / dar de baja el número fijo». La ironía y el humor buscan su espacio natural en los poemas.
Cada mueble, cada objeto de la realidad nos evoca algún recuerdo —deseado o no—: «Nos envuelven ancestrales reminiscencias / y no sabemos origen ni ascendencia», así la mente crea su propia fantasmagoría temporal en la que pasado y presente confluyen reconfigurando las emociones.
Locutorios, farmacias, cajeros automáticos son las localizaciones artificiales donde se desarrollan las acciones contenidas en los poemas del tercer bloque “De aquí, de allá”. En esta latitud del poemario los tiempos pasado y presente alternan en los poemas para manifestar reflexiones o narrar un hecho cotidiano entre personas sometidas a un entorno urbano. Pero también, aunque en menor medida, el entorno natural le sirve a la autora para vehicular un discurso en el que la sensibilidad y el gozo alternan con una realidad que los repele: «Deshojar margaritas, capturar amapolas, / recoger flores silvestres / para ponerlas a dormir / entre las páginas de un libro, / hasta que pierdan el último aliento / y se sequen».
Si en el primer bloque del poemario María Ángeles Lonardi pretendía desautomatizar la rutina de lo cotidiano, en “Cotidianidades”, cuarto ámbito del conjunto, se esfuerza por hacer justamente lo contrario. De esta forma, la poeta inocula todo el mecanizado sopor y tedio del día a día en versos que invitan a romper ese orden: « […] el mate, el reloj, las tostadas, / el ordenador, el despertador, / los bostezos, los besos, / las prisas, las risas, las miradas»; el ritmo asindótico refuerza esa sensación de agobio producida por el frenesí mecánico y repetitivo de la costumbre.
Este apartado es de los más extensos del libro y en él la autora nos demuestra hasta qué punto estamos rodeados por situaciones triviales que muchas veces nos absorben y contaminan sin que seamos conscientes de ello. Es aquí donde la figura del amado —o su referencia a él— aparece sobre todo en los últimos versos de los poemas para traer consigo ese anhelado soplo de esperanza.
Tal es la narratividad del conjunto que Lonardi no vacila y culmina esta parte del libro con una selección de aforismos que no desentonan en absoluto con lo anterior y posterior: «A quién le importan las cosas dolorosas de la vida / si tu mirada cicatriza». La intensidad del romanticismo aumenta exponencialmente con respecto al drama.
A este capítulo sigue, probablemente, la sección más comprometida políticamente del libro: “De mujeres de este siglo”. Once poemas la componen, todos ellos, sin título, como rasgo de extremo respeto por lo que contienen los poemas. Aquí, la sencillez formal no impide transmitir el desgarro de las manos ajadas de una campesina, la tristeza de una prostituta, el dolor de una esposa maltratada. A todas ellas María Ángeles Lonardi empodera con voz clara y decidida, aunque quizás no les presagie un mejor futuro: «El pasaporte caducado, / la visa denegada, / la nevera vacía, / y no consigues trabajo / porque eres mujer / y muy joven, te han dicho». El pesimismo es consustancial a la lucha, pues se adquiere conciencia del carácter de resistencia que ostentan los grupos minoritarios en su lucha por la igualdad y la justicia.
Nueve poemas articulan “De hoy en día”, lugar para la denuncia de injusticias universales como la pobreza, los recortes presupuestarios, la contaminación, la soledad impuesta —por ejemplo— a las personas dependientes que no tienen familia. Como buena poeta hispanoamericana, Lonardi se despacha a gusto y no deja títere con cabeza a la hora de sancionar las actitudes que por acción o inacción hacen de este un mundo más desigual: «El aire viciado no te deja respirar… / Y aunque no lo digas, tú sabes bien / quién encendió la mecha, / quién quemó los montes, / quién dejó la tierra yerma». Durante todo el poemario el hablante lírico encarna los diferentes roles de los protagonistas poemáticos, se vuelve paradigma de una sociedad constituida por ciudadanos sufrientes que son vapuleados entre ellos o por el sistema. Los poemas de María Ángeles Lonardi muestran la realidad con una crudeza tal que incitan a querer cambiarla.
De los cinco únicos poemas estróficos aquí contenidos, cuatro se encuentran en “De filosofía y de la vida”, su último apartado. Aquí, los versos se oxigenan entre el espacio al mismo tiempo que la evocación cede su turno a la reflexión: «Hemos aprendido a ser / quienes quieren los demás / pero no somos los acróbatas, / los mimos, los arlequines, / los payasos, los soñadores, / los aventureros que llevamos / grabado a fuego en el ADN».
En el poema titulado “Escaleras” encontramos una estrofa que podría considerarse la poética de la autora: «Manos, / mis manos / se apoyan y resisten. / Ellas malean, escriben / lo que trasunta / mi vertiginosa experiencia». Poesía de la experiencia, testimonialmente realista y rehumanizadora que se opone artística e intelectualmente al saqueo de la dignidad.
Alejandra Pizarnik, Olga Orozco, Sylvia Plath, Alfonsina Estorni, comparten citas con Neruda, Octavio Paz, Oliveiro Girondo, Baudelaire, Camus, Jaime Sabines, Julio Cortázar y Mario Benedetti, lo que demuestra la supremacía de autores hispanoamericanos como fuentes de lectura e inspiración que ha tenido la autora.
Dada su continuidad gramatical, su tono coloquial y su renuncia a la impostura en busca de la estética, me atrevería a afirmar que la poesía que María Ángeles Lonardi ofrece en este libro es prosa cortada (Blas Muñoz dixit) o una prosa narrativa y descriptiva dispuesta en versos, con vocación de vuelo. Su renuncia a la ruptura gramatical y apego a la realidad la convierten en una poesía aticista que transita entre los géneros social e intimista. Reivindicativa y confesional, áspera o suave, según convenga al estado de ánimo del hablante lírico, pero siempre con un trasfondo de esperanza y fe en el amor que renueva su pasión por la vida.
María Ángeles Lonardi nació en Larroque, provincia de Entre Ríos, Argentina. Es poeta, escritora y profesora. Ha participado en varios encuentros de escritores, nacionales e internacionales y obtenido numerosos premios literarios en Argentina, en España, así como también premios internacionales. Ha participado en más de veinte antologías poéticas a ambos lados del Atlántico.
En el año 2002 se radicó en Almería (España). Ha participado en recitales poéticos, encuentros de escritores y en las Jornadas Literarias que organiza la Diputación de Almería. Tiene varios libros publicados: Amores (Entre Ríos, 1997), Entre calamidades y milagros (Buenos Aires, 2005) o El Jardín azul (IEA, Almería, 2014). Poemas para leer a deshoras fue traducido al italiano.
Ha sido jurado por cinco años consecutivos del Concurso de Cuentos Interculturales de Almería y de los Premios de la Editorial Círculo Rojo.
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