Cuando, recientemente en la Semana Negra de Gijón, Juan Bolea me dijo que había publicado el año pasado el primer caso del detective Florián Falomir, que se me antoja que tiene nombre de representante de juguetes infantiles, y así lo ponía en la portada del libro “Los viejos seductores siempre mienten”, publicado por la editorial barcelonesa Alrevés, decidí investigar dicho asunto que me había dejado bastante mosca. No tenía tan claro que fuese su primer caso. Bolea, gaditano de nacimiento, pero zaragozano de adopción, tiene mucha retranca maña y presentí que nos estaba tomando el pelo, al fin y al cabo, los viejos seductores siempre mienten.
Son diecisiete las novelas que Juan Bolea ha dado a la imprenta y en seis de ellas la protagonista absoluta es la inspectora Martina de Santo, que creo es una seguidora incondicional de una vieja profesora de criminalística de Scotland Yard, una tal Agatha Christie, que ha resuelto casi tantos casos como el célebre detective belga Hércules Poirot y la anciana Miss Marple juntos. Martina de Santo va camino de superar las cifras de su idolatrada Christie.
Juan Bolea tiene un cariño especial por Martina de Santo, creo que la hace enfrentarse a nuevos retos en cada novela; pero necesitaba algo más, de ahí que se fijase en su casi vecino Florián Falomir para componer alguna que otra novela más. Éste, ya apareció en su novela “El síndrome de Jerusalén”, novela que leí hace más de dos años y que la recordé al abrir las nuevas páginas de “Los viejos seductores siempre mienten”, mientras me desayunaba una ración de callos con garbanzos, media docena de huevos rotos y un chocolatito con una ración de porras de San Martín de la Vega, que tienen la virtud de medir medio metro cada una de las porras, durante el desayuno volví a ojear el libro del síndrome de la Ciudad Santa.
-Joder- pensé en voz alta ante la mirada atónita de los parroquianos del bar El Patio- Flo resuelve el caso de los gavinianos con la ayuda de Martina.
Es verdad que Martina de Santo no aparece hasta pasado casi dos terceras partes de la novela, pero aparece para resolver lo que ya intuía Flo. Ambos forman un tándem tan genuino que Bolea ha decidido utilizarlos en esta ocasión y, supongo que, en ocasiones venideras, ya que la pareja tiene química. Uno más orondo que un globo aerostático y que solo deja de comer y beber cuando duerme. La otra, esbelta y casi anoréxica que se alimenta con hojas de lechuga y de tabaco.
Los protagonistas de ambas novelas son, prácticamente, los mismos. La secretaria Benita Cortés, una cubana con más ritmo que un discurso del fallecido Fidel Castro, Fermín Fortón, socio de Flo en su empresa Las cuatro Efes, en el libro podrá el lector saber que significa cada una de esas cuatro efes y Ana María, la novia invidente de Flo. Además, a los dos investigadores se les suma la escritora romántica Matilde de Montenegro de Gracián, uno de los seudónimos de una anciana escritora y la superventas literaria, también del mismo género, Rosal de Luna.
La tal Matilde encarga a Falomir entregar una carta personalmente a Rosal de Luna, también pseudónimo, un mal que parece se da mucho entre los escritores, quizá por vergüenza torera. En la realización del cometido se comete un asesinato, que no voy la desvelar quién fue la víctima, y otros dos más que ocurrieron en el entorno de la enigmática y bella Rosal de Luna. El propio Flo es señalado como sospechoso, algo que también le sucede en la novela sobre del síndrome. Está claro que no es muy querido entre el gremio policial, exceptuando a Martina, ambos mantienen una tensión sexual no resuelta y que parece que no van a terminar nunca de despejar la incógnita y un pugilato intelectual, siempre brillante.
Cuenta Juan Bolea la novela en primera persona, asumiendo la personalidad de Flo, y al que pasa un pequeño estipendio por ello y, en esta ocasión, la trama se resuelve en cuatro días y en un pequeño epílogo, días después. La novela se desenvuelve a ritmo frenético, las desgracias de nuestro detective no paran de sucederle ininterrumpidamente y, pese a ello, no pierde el humor nunca. El autor gaditano es todo un maestro en estas lides y ha sabido añadir a las investigaciones un humor extraordinario, del que suele carecer el género.
El viejo seductor, que no es otro que el propio Florián Falomir, aunque no sea tan viejo, nos ha vuelto a seducir con sus andanzas. En esta ocasión, más conciso que en anteriores entregas, lo que creo que le favorece. Se ha dejado de circunloquios y ha ido al meollo de la cuestión. Creo que a Christie le ha salido un competidor en la fría ciudad zaragozana por mucho tiempo. Al menos, eso espero.
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