Mientras el Dr. D. Alfonso de Ceballos-Escalera nos ilustra sobre expediciones españolas por el Pacífico en el siglo XIX, en esta ocasión de carácter bélico (o cuando menos belicoso), con su final tras la batalla de los Ayacuchos —nombre que siempre nos refiere a los Episodios nacionales de Galdós—, cuando, por usar palabras acuñadas para otra ocasión ‹‹era ya demasiado tarde para casi todo››, queremos nosotros traer a colación uno de sus libros sobre otro tipo de expediciones: las de carácter científico y humanitario, estudiadas en La sombra de Argo (Ciencia y Marina Españolas en el siglo XVIII) (La Huerta Grande, colección Verba Volant, 2014). El currículo del vizconde de Ayala es inabordable, del programa de los Encuentros entresacamos los siguientes rasgos: militar, tres veces doctor, historiador naval, profesor en universidades de España y Portugal, del CESEDEN y de la Escuela de Guerra; en posesión de las más altas condecoraciones nacionales y extranjeras, autor de unos cincuenta libros y quinientos artículos y monografías… Pero valgan mejor las palabras del prologuista del citado libro La sombra de Argo, Sergio M. Rodríguez Lorenzo —otro habitual de Esles, a quien echamos en falta en esta ocasión por hallarse ‹‹haciendo las Américas››, en su infatigable labor de estudioso de archivos e instituciones, principalmente por Cartagena de Indias y otros puertos de la carrera de Indias, sobre los que es máximo especialista—:
…Nadie es más comprensivo que Alfonso ni más compasivo, porque de alguna manera siempre ha estado allí donde ocurrieron los hechos. En él la vida es maestra de la Historia. Además, en tiempos de desfachatez, donde toda iniquidad tiene su asiento, Ceballos es un raro carandiano. Hombre de honor, aristócrata de sangre y convicción, el lema que guía su existencia es de una sola faz: atento observador de la condición humana. Nobleza obliga.
Baste añadir que ambos, Ceballos y Rodriguez son, sobre sabios, escritores cuidadosos del estilo y atentos a la satisfacción, con esa claridad que es cortesía del sabio y que rara vez se encuentra,ni entre historiadores ni entre narradores.
Pero por si la mencionada cantidad de libros y artículos fuera poco, mantiene también D. Alfonso la benemérita revista Cuadernos de Ayala, que alcanza ya su número 78 (agosto 2019), órgano de la Federación Española de Genealogía y Heráldica, asuntos sobre los que, junto a la falerística, numismática y vexilología —esto es, las condecoraciones, monedas y medallas y banderas, gallardetes y otros vestigios textiles—, es autoridad de referencia el vizconde. No faltan en esta revista curiosas informaciones sobre títulos, retratos, libros y revistas, actualidad e historia, homenajes y monografías. Todo ello desde un rigor no exento amenidad y su punto de polémica y picardía cuando es necesario.
Luis González-Camino Meade, arquitecto paisajista (aunque le hemos oído decir que prefiere llamarse jardinero), uno de los anfitriones en Esles, pues el jardín del solar de Cotubín es, al cabo, suyo en el doble sentido de la propiedad y el cuidado, nos deleita anualmente con un paseo guiado por el mismo, si bien el pasado año nos sorprendió con una ponencia sobre el jardín, en general, desde un punto de vista afectivo y casi metafísico, que se presenta ahora en forma de libro, El jardín: dominación, adoración, posesión…comunión con la naturaleza (editorial La Huerta Grande, colección Las flores del tilo, 2019). Cuatro pasos en un camino —diríamos que de perfección, al estilo teresiano—, que el autor preña de referencias artísticas: Dickens, Lloyd Wright, y filosóficas (Francis Bacon), con un fondo musical a modo de basso continuo pues nos confiesa pasar largas horas escuchándola. González-Camino, autor novel y algo remiso, nos emociona con su palabra (hablada y ahora escrita) por la belleza de lo que dice y sobre todo por la verdad con que lo hace, sin la menor sombra de pedantería, con una cierta humildad franciscana; no en vano acaba su breve e intenso texto con una cita del santo de Asís: ‹‹cuando alguien le preguntó qué haría si supiera que habría de morir esa misma noche, contestó: terminaría de cavar mi jardín››. Dedica D. Luis el libro a su padre, el eminente militar y humanista D. Fernando González-Camino y Aguirre (1905-1973), teniente general y autor entre otros de Las Asturias de Santillana y del discurso sobre Las reales fábricas de artillería de Liérganes y la Cavada, quien llegó a ocupar la Capitanía general de Aragón y la jefatura del estado Mayor Central del ejército. Una placa le recuerda a cuenta del ‹‹espíritu de Cotubín›› que diera lugar a la creación del CESEDEN, y bajo la sombra del ciprés de Cotubín comenzaron a mantenerse estos Encuentros de Esles hasta que los años y los vientos lo tumbaron, que no derrotaron, pues en el hueco que dejó nos hacemos la foto del grupo que acompaña a cada edición.
Momentos de emoción, pues, de D. Luis recordando a sus padres (y algo pueden aprender sobre su familia materna en la reciente novela de su sobrina Phil Camino, no sé si soy indiscreto), al ciprés, al jardín de Cotubín y a las sucesivas ediciones de este acto que clausuró, también desde la emoción, su organizador, el incansable Fernando Gomarín —algún día tendrá el homenaje que se merece—, con la mención de algún querido asistente habitual que no está esta vez entre nosotros pero nos mira desde un horizonte más despejado que el nublado que suele acompañar a estos días. Horizonte claro y despejado del más allá, horizonte perdido, añado yo, recordando la película clásica de Capra, en este valle de Cayón, nuevo Shangri-La que cada verano nos rejuvenece y convence de que la amistad y la excelencia son posibles, aunque en el largo camino de retorno al sur nos caigan los kilómetros y los años encima, como veía mi colega Ronald Colman al final de la cinta. ¡Volveremos, Esles 2020!