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“DESINFORMACIÓN Y PROPAGANDA”

Por Álvaro Bermejo
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beralvatelefonicanet/7/7/18
sábado 05 de octubre de 2024, 22:21h
Quédense con estas dos frases: “Cada periódico es una tienda donde vendemos las palabras del color que ellos quieren”. “Otro siglo de periodismo y todas las palabras apestarán”. La primera es de Balzac, la segunda de Nietzsche. Ambas ilustran lo que subyace en el Plan de Acción por la Democracia aprobado por nuestro Gobierno.

Más allá de sus contradicciones, lo que se debate encubre un sofisma. Se pretende perseguir la desinformación aumentando la transparencia por medio de una ley de publicidad institucional. Esa que pagamos todos y sólo sirve a uno. La pregunta es esta: ¿hasta qué punto la publicidad institucional, la propaganda, puede ser una forma de desinformación?

Desinformación procede de un término ruso, “dezinformatsiya”, con el que el régimen soviético difundía falsas informaciones para manipular la opinión pública. Propaganda viene del latín, lo que debe ser propagado, y entró en la historia moderna con el régimen nazi y su ministro del ramo, Goebbels, quien hizo de ella un arma de guerra.

Lo que se propaga institucionalmente en medios públicos y privados siempre obedece a un plan de comunicación estratégica donde también cabe la desinformación. No sólo sucede en los regímenes totalitarios. Presuntamente “por nuestro bien”, las democracias europeas ocultaron en 1986 el alcance la nube tóxica tras el accidente en la central de Chernóbil. Frente a la desinformación oficial, un titular del diario Libération: “La mentira radioactiva. La nube de Chernóbil sobrevoló Francia”. Y también España. ¿Fuimos informados? Por supuesto que no.

Sigamos en otra escala, la de la propaganda. Hace un año, en vísperas de los comicios autonómicos, el presidente Sánchez anunció un plan social centrado en la construcción urgente de 184.000 viviendas. ¿Dónde están? ¿Propaganda o desinformación calculada con fines electoralistas?

En vista de todo lo previo se entiende mejor algo que ya no es noticia: un tercio de los europeos no quiere ser informado. ¿Por qué? Porque el cruce de desinformación y propaganda ha socavado irreversiblemente la confianza de los ciudadanos. ¿Cómo recuperarla? Sin duda, desde una regeneración mediática. Pero también desde una regeneración política que obligue al estricto cumplimiento, en fecha y hora, de las promesas que se venden como propaganda.

Para Hegel -que fue periodista antes de filósofo- leer el periódico era la oración matutina del hombre moderno. Hemos olvidado que, cualquier credo, se construye desde la credibilidad.

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