Una dialéctica entre la luz y la oscuridad. En permanente equilibrio se hayan sometido también las palabras en la poesía, a veces incluso a una tensión extrema, a un modo deslumbrante de no participar en el anonadamiento de cierta poesía joven. Así, el segundo libro de poemas de Paco Ramos, "Breves apuntes sobre el arte de mantener el equilibrio" (Huerga y Fierro) se presenta como un destello que ensalza la vida gracias a la búsqueda y hallazgo del ser y de la palabra; un inventario para (no) caer.
Si en su primera entrega lírica, El aprendizaje del miedo (Takara Editorial, 2016) los poemas eran anclas para amarrarse al mundo, en esta segunda, los poemas constituyen finos cordeles por donde caminar.
El libro se articula en tres partes, “La caída”, “Desde la red”, “El ascenso” más un “Epílogo”, divididas cada una en preámbulo y capítulos. El hecho de escribirlo en partes con capítulos le otorga forma de relato. A lo que cabe añadir que algunos poemas tienen disposición o apariencia narrativa, incluso toma citas de novelistas como Milan Kundera (en el Capítulo 8 de la tercera parte). Se presenta la cronología del discurso amoroso del desamor al amor con saltos temporales referidos al deseo. Sin embargo, las imágenes, el empleo del lenguaje hacen del verso libre de Breves apuntes sobre el arte de mantener el equilibrio una emoción y asombro que no decaen en la lectura poema tras poema.
El impulso del amor provoca que el poeta isleño ofrezca diferentes versiones del amor. Como ya manifestara el profesor de neurobiología alemán, Gerald Hüther en su libro La evolución del amor, el amor es una perspectiva de supervivencia. En nuestro autor: el acto de amar contiene un desprendimiento (“sobrevivir mudando la piel en cada despedida”) porque es sabedor de que es finito, como la propia vida, nacemos sabiendo que vamos a morir (“Vivir el amor / sabiendo que ha de acabarse”). Acaso sean altibajos mostrados en el pliegue del mar: “Todo amor es tempestuoso en sus extremos. / La pasión devora sus principios, / asalta la quietud, / acelera el movimiento de las olas”. Mantener el equilibrio es tan importante en el salto al cable, como en la finalización, por eso en la despedida: “Porque mañana, a esta hora, / la vida habrá seguido su curso / y soplará el levante llevándose lejos / los últimos trazos de tu ausencia”. En la tercera parte, como largo homenaje del poeta isleño al mar, y especialmente a la marea, y guiño al poemario Mi nombre de agua de la poeta Marina Casado:
También el amor,
como las olas,
tiene
mil
maneras
de
romperse,
vuelve a emplear, antes de entrar en la tercera parte, un tono desolador a propósito de la fugacidad del amor, acaso el establecimiento de la analogía desamor y muerte quede perfectamente manifiesto: “El hombre sabe que los corazones paridos por el mar / boquean su vida a duras penas / como delfines varados en arena”. El agua modifica la sustancia del sujeto, en su resistencia al desamor: “Soy el hombre de barro / que no teme a la lluvia”.
Frente al joven poeta que no busca las huellas en la tradición Ramos reivindica la recuperación de la tradición clásica. En uno de los poemas de la primera parte, “Capítulo 6”, revisa el final de la célebre aventura de Homero, donde la mujer ya no le espera, sino que “ha lanzado su cuerpo / a las aguad de la Estigia”, mostrando, tal vez, el signo de la derrota: “Homero no quiso un final así para su héroe”, concluye. Por otra parte, recuérdese cómo en La Eneida Virgilio se enfrenta a la dialéctica: entre Dido y Eneas se produce la tensión entre el amor y el desamor. El tono se irá recrudeciendo mediante el empleo de referencias mitológicas (“El amor es cicuta que se bebe a sorbos”). En la tercera parte, se describe “y yo un Ulises que navegaba / hacia su propia destrucción”. En el Capítulo 3 de la tercera parte enhebra la historia a la mitología con distintas referencias a Adán y Eva, las ruinas de Palmira… Y para el penúltimo poema, uno de los más líricos del conjunto, recupera el tono optimista en los dos últimos versos: “Éfira verá algún día / a Sísifo volviendo a casa”.
Necesariamente el sujeto desea agarrarse a la vida, al amor, al deseo aun a riesgo de su voracidad, del vértigo que produce en las alturas. El escenario que mejor recrea el asombro del deseo es juvenil, un fuego tan inocente que no hay miedo a probar, a equivocarse, (“En el sexo somos niños / que miran la vida con asombro”). En el segundo poema de la segunda parte el sujeto defiende la oralidad en el sexo de un modo sutil, justificando nuestra procedencia (“Nacemos de una boca / porque no somos más que palabras, / el lenguaje de dos cuerpos que terminan en orgasmo”). Pero con los años (“A este verano ya no le quedan más días”) la corriente del deseo se termina secando (“Niños que ahora son adultos, / que perdieron su capacidad de asombro”). Con todo, en un tono optimista, Ramos se agarra al amor, entre sones darianos y cántico sanjuanesco (“El amor es un canto de esperanza, / un algo que un día se siente inesperado”).
Aunque la analogía del amor más empleada y la que otorga cohesión al libro es la referencia a Philippe Petit, el funambulista francés que alcanzó la fama por cruzar sobre un cable de acero entre las Torres de Nueva York. El poeta enamorado se identifica con él: “Como Petit, / yo también crucé / el cielo de Manhattan, / de torre a torre, / sobre un cable / […] Pero en la torre opuesta / tú no me esperabas: // sólo pretendías / cortar el cable”. Pero la fragilidad aparece mejor desarrollada en el primer poema de la segunda parte, titulada “Desde la red”. Allí puede leerse “Sobre el alambre, / la paciencia infinita del hombre / que sabe está muerto”. Al concluir que el verdadero peligro no está en las alturas: “El equilibrista no teme a las alturas, / sabe que el peligro acecha sobre el suelo”.
El poeta es consciente de que su materia es “el amor” y que el poema es “carne de palabra”, dañada, aunque tenaz “en la descompuesta piel de un árbol muerto”. Por fortuna, tenemos este manual necesario de acercarse a este “enfrentarse a la tentación de poner un paso en el vacío”.
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