Alanceados en nuestra sociedad por noticias que ejemplifican cómo pervertir la moralidad y la educación: violaciones, acoso escolar, violencia machista, contaminación, corrupción; somos testigos de nuestra propia decadencia como seres humanos en todos los niveles. No es fácil, ante un panorama así y con una sensible personalidad en formación, tratar de hablar del mundo, y de nosotros en él, sin caer en algún grado de pesimismo.
El desafortunado intento traslada al lector, ya desde su título, una noción de melancolía creativa que parte de la vivencia de una decepción y más adelante descubriremos que no siempre conduce al hundimiento. A esto contribuye la catafórica información codificada en la ilustración de cubierta, obra de Diana Escribano Henarejos, en la que observamos medio rostro en negativo de un gato (enigmático animal que estará muy presente en el poemario) y el reflejo de un cementerio en su pupila.
No es de extrañar que la preocupación por la muerte, o lo que es lo mismo, por el transcurrir de la cuenta atrás —tiempo— que nos conduce a ella, impregne a algunos poemas de un desasosiego existencial quizás demasiado rotundo en una poeta joven.
En el prólogo a los poemas, escrito por Daniel J. Rodríguez, periodista también murciano y de la misma generación que la autora, se nos dice que María Marín escribe como vive, lo que anticipa una posible carga biográfica condensada en los poemas. También Rodríguez, quien fuese uno de los promotores y crítico literario de la recordada revista La Galla Ciencia, nos previene en su antesala acerca del autodescubrimiento y diálogo que el hablante lírico mantiene consigo mismo. La autora hace que el yo se mire ante el espejo y observe en él la distancia que todavía le impide reconocerse. Esta espeleología psicológica, sin duda, amplía el mundo interior del alter ego y dota al conjunto de autenticidad.
Presentado sin parcelas temáticas, la hiperestructura de El desafortunado intento es un continuo de poemas que la autora no se ha obligado a etiquetar, por ello, algunos poemas carecen de título; y tampoco se ha obligado a ahormar sus contenidos al molde del verso: “La importancia de las cosas importantes” y “Mapas” son poemas escritos en prosa. Todo ello demuestra que la intuición juega un papel relevante en el proceso creativo de la autora. No forzar la inspiración obteniendo como fruto la impostura; no añadir ni embellecer de más; que importe más la verdad sobre la estética: todo esto convierte a lo incompleto, a lo no dicho, a lo asimétrico, en efectos de una encomiable y cara honestidad.
Tal es la libertad creativa de María Marín que en el verso libre encuentra el acomodo perfecto para la respiración de sus versos, unos versos que encuentran un recurso enfático en el uso tipográfico de las letras mayúsculas.
Hemos dicho que María Marín es una poeta joven, pero no debemos confundirla ni mezclarla con ese boom de poesía ligera que copa las listas de ventas. Luis Sánchez Martín, serio y valiente editor de Boria Ediciones, apuesta desde el año 2016 por nuevos autores que tengan algo —nuevo— que decir. Ello le desmarca de otros mercaderes del libro que encuentran en otro tipo de juventud voces que tienen algo que repetir.
Las numerosas citas previas a los poemas conforman un sistema paratextual que aparte de revelar los referentes literarios de la autora, entre los que además de los consabidos escritores se encuentran grupos musicales como Dire Straits u Oasis, dialoga con los poemas a los que acompañan. Sorprende que las dos únicas referencias femeninas de estas citas sean Sylvia Plath y Agatha Christie. Las citas de Harold y Maude y Lo que el viento se llevó apuntan a que en el cine también la autora encuentra uno de sus numerosos abrevaderos culturales.
Las palabras de otros, en ocasiones, sirven para introducir al poema y como elemento contrastivo, pues el lenguaje coloquial, y a veces radical, empleado en los poemas marca su diferencia. Pero en otras ocasiones, son los poemas casi las apostillas de las citas. La autora toma palabras incluso de las citas, y los versos —de alguna manera— concluyen lo anticipado en la paráfrasis (cita): « —Ahí viene una ola —dijo Sybil nerviosa […]»; poema: «No sé si las olas / son infinitas / o es siempre una y la misma que, / indecisa, / viene y va […]». Marín nos habla del trasiego de las olas para referirse al tiempo, pero también nos habla del tiempo cuando recuerda a Red Butler, la campana de cristal de Plath o el relato de sus padres acerca de la desaparición de un pájaro. De múltiples y naturales formas somos introducidos en el universo emocional de la autora.
Marín utiliza la primera persona del singular como enclave predominante del punto de vista de su hablante lírico, un yo poético que no dudará en emplear palabras malsonantes cuando la situación lo requiera. Aquí resuenan los ecos de un Bukowski algo domado como reminiscencia lectora.
Quizás como recurso para desdramatizar el relato de la hiriente realidad y poder hablar de ella sin trivializarla ni parecer frívola, María Marín toma distancia a través de la ironía. Ese es su verdadero lenguaje. La causticidad, áspera condición de los humores acres, es uno de los rasgos predominantes durante todo el libro.
El primer poema del libro es un microrrelato en toda regla: «Dime, ¿piensas en mí / como yo en ti? // Le dijo el caníbal / a su psiquiatra, / mientras se limpiaba la baba / con un pañuelo blanco». Y la idea de los caníbales persiste en el segundo poema, titulado “La consulta”, donde más allá de lo humorístico podemos interpretar la entidad del caníbal como la deshumanización del individuo personificada en una metáfora del zombi. El ser humano contra el ser humano. En este poema, los dos primeros versos se repiten anafóricamente al comienzo de sus tres estrofas: «Los caníbales siempre se me cuelan / en la consulta del psiquiatra», endecasílabo y eneasílabo perfectos como paralelismo sintáctico que trasluce una aliteración de la rutina.
Este recurso volverá a aparecer en la página veintitrés en un poema sin título en el que dos heptasílabos de manual marcan el ritmo interior y la imagen y reflexión de la carencia en el poema: «A esta casa le falta / un árbol en el centro».
El poema en prosa titulado “Mapas” resulta la página cualquiera de un diario. En él, la metáfora del mapa como ideario o proyecto de certidumbre sirve para comprobar lo irrefrenablemente cambiante de la realidad circundante o de la irrealidad pensada.
La respiración poemática de María Marín en este afortunado intento por convertirse en escritora es un realismo desencantado y existencialista, quizás —y en ocasiones— sucio, por extensión de aquello que describe.
Entre la acrimonia hay lugar para la emotividad, como en el poema titulado “Memoria”, donde tras la dedicatoria a las manos de su abuela, el hablante lírico es la propia abuela de la autora hablando en primera persona sobre la devastación de su Alzheimer: «Ahora que soy vieja, mis recuerdos han huido, / el Alzheimer me ha curado / de las muertes de la guerra y del tiempo, / pero me ha matado a mí y a mi familia […]».
Los gatos —y esto lo sabe bien T. S. Eliot (citado al comienzo del libro)— son como nosotros no podemos ser, nobles, ingenuos, niños incluso siendo adultos, a la par que misteriosos, por lo que su parcela de verdad y belleza debe sernos vetada: «Donde duermen los gatos / debe ser otro lugar, / ellos lo guardan / y nosotros / —pobres mortales— / lo ignoramos»; «La paz debe ser / algo así como / un gato / tumbado al sol».
Si en poemas como “De manual” podemos entrever una comprensible inexperiencia en el uso del coloquialismo, en poemas como “Troya”, la autora se reconcilia con la tradición: «Helena murió / y también sus gusanos»; «Helena, / sus gusanos, / la guerra, / las voces… / ¿hablarán de nosotros / cuando estemos muertos?». Estos dos últimos versos, además de repetirse anafóricamente en el poema, son una intertextualidad de referente cinematográfico.
Y ya para terminar e invitaros a vosotros, los lectores, a vuestro particular descubrimiento de esta nueva escritora, señalo el acierto de rematar el libro con el poema “La importancia de las cosas importantes”, extenso y prosaico flujo de conciencia en el que la poeta cuestiona, no solo su escala de prioridades, sino también el baremo con el que la conforma: «Yo digo que lo intento, pero no intento,. Qué importancia tienen las palabras. Decirlo, digo. Decir las palabras. Decir las palabras no es intentar, no es actuar».
Mentira, postureo, conveniencia, farsa: la hoguera de las vanidades está servida. Después de todo, lo que algunos consideran importante, no lo es para otros. Lo importantes es que aquello que siempre es importante, más allá de que nosotros lo consideremos como tal, lo siga siendo. Y que siga escribiendo María Marín, sobre todo, con tanta libertad, es importante.
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