Entre estos aspectos, García-Teresa señala “el tratamiento del cuerpo y la reivindicación rebelde de la autonomía, el enfoque de las violencias y desigualdades por el heteropatriarcado, la desarticulación de un lenguaje construido por este o la enunciación de la opresión desde dentro (eje de toda la «poesía de la conciencia crítica»).”.
Las poetas recogidas en la antología son una muestra de estas voces críticas que se manifiestan a través de un espectro amplio de matices y estéticas, aunque les une, en sus versos, un tono beligerante e inconformista.
Baile de Sol edita INSUMISAS, siguiendo la línea poética de otras antologías publicadas por la editorial como Once poetas críticos en la poesía española reciente (2007) y 23 Pandoras. Poesía alternativa española (2009).
Tres poemas de INSUMISAS
De Eva Vaz
La historia de la chica que comía sueños
Yo solo tenía
un cuerpo de
once años.
Y mi entrenadora
me quería niña.
Más niña, más.
Más alto.
Más.
Más hueso.
Más cerca del cielo.
Más.
Y yo me fui acercando.
Más y más
a los infiernos.
Y allí ingresé,
tan pronto,
tan escasa y pequeña.
Me arrancó de mis
once años.
La entrenadora.
Me reclutó en aquel gimnasio
y allí dejé tres meses
de mis once años.
Entrenando.
Llorando.
Entrenando.
Soñando.
Entrenando.
Entrenando.
Custodiaba mis raciones.
La entrenadora.
Abría mi bolsita de alimentos
y la expurgaba
como una madre
despioja a sus crías.
Luego la llenaba
de triunfos inventados:
cada ayuno una medalla.
Más ayuno,
más alto,
más cerca del cielo.
Más.
Un día registró,
la Entrenadora,
mi bolsita de sueños,
y halló
chocolate.
Luego me echó
con los ojos llenos de fuego.
Y me devolvió a
la vida,
sin sueños
ni victorias.
Sin entrenadora.
Con la bolsita vacía.
Y el dolor.
Con treinta y seis kilos
ingresé en el infierno,
famélica y endeble
como pajaritos
reciénnacidos.
Y la bolsita llena de gozo,
como un osario.
Toda hueso,
con once años.
No he vuelto a probar
el chocolate.
Me produce arcadas
y un dolor fino
que me hiere el pellejo
y hasta el mismo
alma.
Ahora sólo necesito
extirpar el recuerdo.
Y el chocolate no sirve.
El medacepán hace
milagros.
Ahora, con treinta años,
en la bolsita de sueños
escondo
psicotrópicos.
De Marta Sanz
Hay personas
que no pueden recordar
si tienen la nevera
llena o vacía.
Cuál es el uso
que ha de darse
a los instrumentos
imprescindibles.
Cómo es el rostro de una criatura
que sale del útero
atada con hilo de sangre
y fibra placentaria.
Otros
no logran
borrar
de su mente:
el amante seco,
el desahucio,
la fractura,
la desaparición.
La gota serena de un reloj de pared.
Que la sopa de sobre
cuesta
dos euros con quince.
De Pilar Adón
¿Quién me va a cuidar cuando sea vieja?
¿Quién me va a esperar, feliz de verme?
Cabello de nudos. Sin cepillados nocturnos.
Peines y espejos de plata.
Sola en mi sillón. Harta del cansancio y los sermones.
Sin hijos que me bañen,
me cocinen asado con puré,
me traigan jerséis de talla grande,
me laven los pies y las axilas
cuando queden ya pocos motivos para existir.
Vencida por los razonamientos
sobre aquello de recoger lo que se ha sembrado.
Celebraciones, cumpleaños y fiestas
en perspectiva de una soledad redonda.
¿Quién va a venir a verme
los fines de semana?
Si no soy madre.
Si vivo sin reconocer la devoción, el auxilio.
La ternura. Las visitas a los amigos dolientes.
Entre evasivas, papeles y libros,
alejada del sentimiento original.
Escapando de la llamada primera.
Sin saber qué es la entrega.
Qué la piedad. Qué la delicadeza
de los niños fotocopia. Su mente dulce y sencilla
como trozos de manzana asada. Como bolsas de osos Haribo.
¿Quién va a abrazarme cuando sea vieja?
Y esté sola. Y no haya quien quiera hablarme. Y las cortinas se prendan fuego
y las llamas asciendan hacia el techo. Y nadie pueda acercarse
al teléfono. Para llamar al servicio de extinción de incendios.
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