Si, a mayores, la edición nos viene dada en bilingüe y vertida al castellano por un especialista tan acreditado como Ángel Crespo, el deseo de leer se multiplica. Pessoa, hay que decirlo, es uno de los poetas que, de unos años a esta parte, se ha situado en el panorama literario como un poeta no solo imprescindible por su canto emotivo, sensible, indagador introspectivo en la soledad del hombre, sino a la vez como un poeta casi inextinguible, no ya por la riqueza de su discurso (la musicalidad, la sencillez de las palabras elegidas…) sino también por su larga tarea que custodia ese baúl inacabable portador de tantos manuscritos todavía por transcribir a pesar de la minuciosa labor de ‘exhumación’ llevada a cabo hasta ahora.
A propósito de su propia obra, escribió un día el propio Pessoa: “Gradué las influencias, conocí las amistades (de los heterónimos), oí, dentro de mí, las discusiones y las divergencias de criterios, y en todo esto me parece que fui yo, creador de todo, lo que menos hubo allí”. Él representó a través de la palabra la más elegante duda existencial, habiéndolo hecho, además, con versos tan delicados que todo entendimiento hallará, en un momento u otro, descanso y comprensión en su rítmico discurso de mar, en su sutil alusión. A veces con sugerencia limpia, sencilla: “La diligencia ha pasado por la carretera, y se ha ido;/ y la carretera no se ha puesto más bonita, ni siquiera más fea./ Así es la acción humana en el mundo./ Nada quitamos ni ponemos; pasamos y olvidamos;/ y el sol es puntual todos los días”.
Otras veces el discurso es más hondo y sentido, más expresivo y directo; en este caso a través de su heterónimo Álvaro Campos: “No sé. Me falta un sentido, un tacto/ para la vida, para el amor, o para la gloria…/ ¿Para qué sirve cualquier historia/ o cualquier acto?// Estoy solo, solo como nadie lo ha estado,/ hueco dentro de mí, sin después ni antes./ Parece que transcurren sin verme los instantes,/ mas transcurren sin paso alado” Para concluir: “No ser nada, ser una figura romance,/ sin vida, sin muerte material, una idea,/ cualquier cosa que nada tornase útil o fea,/ una sombra en un suelo irreal, un sueño en un trance”.
Siempre el hombre a solas, ‘desnudo en alma’ no obstante con ese punto, diríase esperanzado, aunque fuere por el deseo de vivir más, de conocer. Así nos ha hecho (nos hace siempre) tan sobria compañía. Y cuando haya de iniciar su camino al infinito, volverá a dar prueba de austeridad, de llaneza, que es una forma, también de seguir haciéndonos compañía, por la sinceridad de su discurso. Así lo ha dejado expreso en su Cancionero: “No combatí; nadie lo mereció./ A la naturaleza y, luego, al arte amé./ Las manos a la llama que la vida me dio/ calenté. Cesa ahora. Cesaré’.
Descanse en paz, y a nuestro lado su pensar, su decir.
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