Y con las travesías, que guardan siempre un orden cronológico, vienen los cambios porque cualquier viaje para que pueda ser considerado por el poeta como un verdadero viaje ha de conllevar más de un cambio interior, así que, por ejemplo, nos dirá en la pág. 23: “Llegué a Madrid leyendo a Flaubert / para preferir con los años a Stendhal”. O unos pocos versos después nos confesará: “Llegué a Barcelona oliendo a urbanita / para sentir con el tiempo mío este poblachón”.
Y es que, para Sergi, el viaje lo significa todo, y es, refugio, belleza , identidad, trascendencia. Y, entre otras muchas cosas, un modo de vida y sobre todo una fuente continua de aprendizaje e inspiración. Todo esto podemos comprobarlo en los siguientes versos, por ejemplo, de la pág. 31: “(…) que a quien le hierve el viaje le hervirá para siempre / y que cada destino pendiente será una herida por cerrar”. O lo entenderemos perfectamente de nuevo cuando nos diga en la pág. 58: “Entonces , y esto , de veras, es crucial, hay que tomar un tren, / un tren del que, has de saber, / renegarás mil horas hasta Navalmoral. // Y, justo entonces, claudicar. // (…) Renunciar, descubrir, aceptar”. Aceptar lo que el viaje nos depare, enseñe o transmita con total humildad, esa es la filosofía de Bellver.
Por otra parte, a menudo y como debe ser, viajes y cultura, se entremezclan y van unidos. Por eso, el poeta describe a conciencia los diferentes lugares por lo que ha pasado recordando con admiración tanto las obras de arte que allí contempló como los artistas que le precedieron y vivieron en aquellos lugares durante diferentes épocas, ya sean estos escritores, cineastas o arquitectos. Y a menudo imagina cómo hubiera sido conocerlos o charlar un poco con ellos. Véase si no el siguiente fragmento de prosa poética que podemos hallar en la pág. 73: “Horacio posa su mano sobre el hombro de Keats, que no suelta la de Shelley, asomados los tres desde el Testaccio, mientras Fellini ríe sin perder detalle y yo, que sueño que me dejo llevar hacia Ostia o quizá lo haga dormido, me agarro al mismo madero que Pasolini y le pregunto si falta mucho mar”.
Otro aspecto importante del libro es que, al principio del poemario, los versos son más breves para luego tornarse cada vez más descriptivos y narrativos, llenos de anécdotas y vida, en este libro que a menudo está a medio camino entre el libro de viajes y el diario personal pero en verso, y en el que cada paisaje va ligado a más de un recuerdo. Y en el que tampoco faltarán nunca referencias religiosas, históricas o incluso políticas de los diferentes lugares visitados por el poeta.
Y, para finalizar, comentaré que el poemario dibuja un círculo muy interesante, puesto que empieza, como decía antes, con un poema bastante autobiográfico y termina con otro también de carácter marcadamente autobiográfico y en el que incluso se repite algún verso, concretamente en la pág. 79 podremos leer versos como los siguientes: “Todos los caminos me trajeron a Roma, caminos / por los que me entregué para decir que existo / y me olvidé de la muerte, a modo de esperanza / (…) y en los que aprendí a parar en menos sitios / pero a detenerme más y mejor en cada uno. // (…) y en los que recordé que, para el nómada genuino, / todo es hogar, todo es país y nada es patria. // (…) Nací sin haber pedido la vez, pero me iré sin haber / perdido el tiempo que me haya sido concedido”. Un final sin duda hermoso para un libro sin duda también muy hermoso que no nos defraudará.
Puedes comprar el poemario en: