El libro se inicia con una cita de Oscar Wilde: “El camino de las paradojas es el camino de la verdad”. Esta luminosa aseveración dibuja con rotunda nitidez una de las máximas aspiraciones del autor: frecuentar y desbrozar, a un mismo tiempo, los senderos de las falsas apariencias con que la realidad muestra sus incesantes contrasentidos. Observador infatigable del devenir humano, describe la naturaleza humana en sus más flagrantes contradicciones éticas:
-“La finalidad del contrato social: beneficiar a todos perjudicando a cada uno”.
-“Aquel progresista empezó a sentirse un conservador nada más obtener la mayoría”.
Asoma en estos aforismos esa sutil ironía que caracteriza su escritura: una refinada crítica no exenta de trazo concluyente, un ahondamiento en el acontecer de nuestro reciente panorama socio-político; no en vano, Miguel Catalán, ha sido profesor universitario de pensamiento político y ética de la comunicación. Arremete, también, con elegancia y sentido del humor, contra la fatuidad de algunos escritores: “El yo como panorama”.
El autor, poseedor de una vastísima erudición, profundo conocedor de la tradición aforística de la antigüedad grecolatina, de los moralistas franceses y alemanes de la Ilustración y de los aforistas contemporáneos, despliega una amplia gama de registros literarios de orden formal, temático y conceptual absolutamente extraordinarios.
Catalán dispone, por otra parte, de una capacidad incontaminada para maravillarse, asombrarse o sorprenderse ante cualquier suceso cotidiano:
-“Tan pequeño que al ver llorar a su madre le dio un caramelo”.
Una mirada desprovista de lastres heredados; una clara vocación de búsqueda de lo genuinamente esencial, una deliberada huida de ese "impulso primitivo de orientación gregaria”.
Y un sentido del humor a la manera anglosajona:
-“El único inconveniente del optimismo es que exige una actividad mental extenuante”.
O este otro aforismo cargado de ingeniosa gracia:
-“PROBADA TERAPIA PARA EL COMPLEJO DE INFERIORIDAD. Compárese usted con los demás. Ya verá como se le pasa”.
Y, este otro, también:
-“Cómo estresa que el presentador nos diga al despedir las noticias: ‘Sean ustedes felices’”.
La extensión de sus textos no se ajusta a un modelo formal determinado, pues su mayor o menor longitud atiende y se corresponde a la hondura y necesidad que dicta la propia reflexión.
Otro rasgo definitorio de su escritura es, tal vez, su densidad conceptual, aligerada, sin embargo, por una dicción clásica, transparente, sin excesos ornamentales. No sería descabellado afirmar que la escritura de Miguel Catalán aspira a establecer una relación cómplice con el lector: una invitación a transitar territorios comunes con sugerentes propuestas perceptivas, a contemplar los fenómenos, las cosas, los objetos y los pensamientos desde una perspectiva inaugural, casi ingenua, en ocasiones.
Claro admirador de Ramón Gómez de la Serna, nos obsequia con algunas espléndidas piezas que recuerdan a las greguerías:
-“Los espermatozoides siempre viajan por placer”.
-“Estrangular a alguien es asesinarlo a mano”.
-“Confesionario: tienda de perdones”.
-“La patente de corso convierte al corsario en pirata diplomado”.-
-“Empezó bebiendo porque era Navidad y terminó bebiendo para olvidar que era Navidad”.
Las reflexiones de carácter moral o ético, muy frecuentes en sus textos, alcanzan una sobriedad y un tono que rememora a nuestros grandes clásicos grecolatinos:
-“Quien se cree en posesión de la verdad suele resultar inofensivo hasta que no llega a creerse, además, en posesión del bien. Solo entonces se envenena su certeza”.
La inteligibilidad de lo escrito aparece como una máxima inexcusable en su manera de entender el oficio de la escritura:
-“…Quintiliano dice que la oscuridad de un escritor se debe a su ineptitud...”. Si un texto está bien escrito, se entenderá; si no, es que seguramente no está bien escrito, parece querer insinuar el autor.
Definitivamente, su estilo huye de lo oscuro o abstruso en favor de una claridad expositiva desprovista de todo barroquismo accesorio. Al contrario que en otros escritores más inclinados al recargamiento de su prosa, Miguel parece más un escritor de condición anglosajona, es decir, ocupado en transmitir con precisión y minuciosidad el contenido de sus textos, cuya tarea consiste en acercarse al lector e impedir que el lenguaje se alce como una barrera infranqueable entre autor y lector.
La fecundidad de la paradoja y el asombro se erigen como elementos catalizadores del quehacer reflexivo: -
-“Fieles por pura pereza”.
-“El castigo de aquel plagiario fue pasar a la historia con una frase ajena”.
-“La ilusión del quehacer”.
-“El perro de la conciencia no sabe ladrar sin morder”.
Sutiles vislumbres que iluminan las sombras de nuestra percepción sensorial y cognitiva, sus textos alumbran esclarecedoras intuiciones:
-“Se puede medir la importancia de un pensador por la cantidad de críticas que recibe”.
-“El momento clave: cuando uno empieza a calcular los años que le quedan por venir”.
-“El beso como picadura paralizante”.
-“Una cosa es no soportar y otra, odiar”.
-“Decapitan ídolos e infieles por haber herido su sensibilidad”.
El sarcasmo y la mordacidad tampoco están ausentes de algunos de sus aforismos:
-“Dos logros capitales: el sexo no reproductivo y la música no militar”.
E incluso el tono irreverente y crítico: “El profeta, ese agorero autorizado”.
O, también, estos otros en que la denuncia explícita o la sospecha moral requieren una más atenta lectura:
-“Un soldado cuya vida vale menos que el arma que porta”.
-“Pobre verdad. Todos la usan y nadie la quiere”.
-“El fanático embiste porque las ideas ajenas no le caben en la cabeza”.
Queda patente, pues, el rechazo de todo dogma, adoctrinamiento o premisa coercitiva respecto de la tarea reflexiva que impone el hecho de escribir, que implica necesariamente el propósito consciente de desprenderse de todo condicionamiento, ya sea intelectual, ideológico, religioso, literario o de cualquier otra índole. La escritura como tal, únicamente es, en puridad, cuando es totalmente libre, sin restricción alguna.
Miguel Catalán deja constancia de una labor incuestionable de dedicación, entrega y rigor en el empeño de la escritura, el pensamiento y la búsqueda incesante de la belleza formal en cada uno de sus textos:
-“Cansado de su época, visita la Antigüedad en busca de novedades”.
-“Todos estamos en el corredor de la muerte”.
-“La alquimia de la traducción consiste en transmutar el oro en oro”.
- “…la isla de blancas ilusiones de bruma a la que pondremos rumbo en la vejez”.
Hermosísimos textos, todos ellos, alentados por destellos líricos y reflexivos de alto vuelo poético y filosófico.
Hay que celebrar, pues, la publicación de este excelente libro de textos breves que se lee como un puro goce intelectual y literario, en que el lector
podrá disfrutar, aprender, disentir o viajar a través de la reflexión, el conocimiento y la sabiduría de un escritor imprescindible.
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