El dramaturgo ruso Iván Viripaev, en Ilusiones, se sitúa en la lejanía que te proporcionan esos otros para mostrarnos la trastienda del amor, la vida y las auténticas ilusiones. Aunque bien es cierto que, en ocasiones, su texto se desvanece en la inmediatez de lo cotidiano; una cotidianeidad que no pasa de mera anécdota. Una falta de fuerza en el texto que, Miguel del Arco, transforma en vigor, fuerza y ritmo con una dirección inteligente y muy bien apoyada en sus cuatro actores: Marta Etura, Daniel Grao, Alejandro Jato y Verónica Ronda. Los cuatro, interlocutores corales y multi poliédricos de Dani, Sandra, Margarita y Alberto, a la sazón los verdaderos protagonistas de la obra de teatro. Esta coralidad en las voces de Marta, Daniel, Alejandro y Verónica es lo que, en determinados momentos, nos crea cierta confusión a al hora de seguir el texto, lo que no es óbice para tener que interpelar a su favor por lo bien que declaman y nos narran la historia de aquellos otros a los que dan voz. Aquí, la tradición oral se muestra tan universal y mágica como lo es un escenario lleno de retales de otros escenarios, lo que se convierte en el mejor reflejo de esa parte de atrás de nuestras vidas; esa parte de atrás que cada uno de nosotros escondemos por pudor o miedo, pero que, sin duda, es donde se producen las auténticas emociones. Ahí también es donde el escenario se levanta como una extraordinaria metáfora de las vidas de Dani, Sandra, Alberto y Margarita. Vidas marcadas por esas falsas sombras que muchas veces nos acompañan a lo largo de nuestra existencia y de las que sólo huimos hasta que llegamos al final, pues es ese final el que parece abocarnos a la verdad y a la incertidumbre que genera. Nada es lo que parece en Ilusiones, ni el amor, ni la necesidad del otro, y ni tan siquiera los recuerdos, porque la vida se trocea como esos pequeños alimentos con los que alimentamos nuestras ilusiones; pequeños alimentos que ni se ven ni se tocan, pues son tan inmateriales como los propios sueños. De ahí, que no nos sorprendamos cuando los actores se pregunta sobre: «¿Qué es la vida?, una ilusión, una sombra, una ficción...» Una pregunta que también lanzan a los otros cuando los interpelan acerca de: «¿Qué debo hacer?,… ¡encontrar tu lugar en el mundo!».
Miguel del Arco arriesga una vez más con este montaje y en la forma en la que lo dirige, donde de pronto pasamos de la disertación existencial al cabaret en forma de bossa nova o música de baile, que funcionan a modo de cortinillas o interludios entre una y otra parte del texto. Un acierto en toda regla que, entre otras cosas, versatiliza la actuación de unos actores siempre dispuestos a depararnos la mayor de las sorpresas con unas dotes interpretativas tan encomiables como dignas de admiración, en donde sin duda, Verónica Ronda, luce con luz propia. La energía que Marta Etura, Daniel Grao, Alejandro Jato y Verónica Ronda despliegan sobre el escenario nos hace creer por momentos en la posibilidad de llegar a romper el espejismo que se abate sobre los personajes que interpretan, quizá, porque la vida, el amor y las ilusiones no sean otra cosa que la trastienda del amor, la vida y las auténticas ilusiones.