Ambos miran a la cámara mientras sonríen. Se dan la mano con tanta firmeza que parecen disputar un pulso metafórico. La novedad contra la veteranía. Lo innovador frente a lo conservador.
«La poesía es como la música 'mainstream' y la música 'indie'. La primera, la poesía de nueva tendencia, ha sabido venderse y la indie, que es la más tradicional, busca aprender a hacerlo». La explicación de Acebes marca la principal diferencia entre dos corrientes. La incursión de Instagram, Facebook y Twitter ha influido en cómo se comunica la gente.
No existe una fórmula matemática. Cada individuo actúa de una manera única. Acebes y Redry coinciden en que la nueva generación ha sabido adaptar mejor su mensaje a los nuevos canales de comunicación. Tal vez por la natividad tecnológica sobre la que han construido hábitos a veces ajenos e incomprensibles por los más adultos.
Acebes no utiliza Instagram ni conoce cómo funciona una 'insta story'. Pero reconoce el potencial de las redes sociales. Y por eso vuelca en Facebook la información sobre los cursos que imparte, las exposiciones culturales a las que acude y los premios literarios que recibe.
Utilizar las redes sociales de una manera distinta no es la única diferenciación entre la poesía reciente y la más tradicional. «A la nueva poesía se le tacha de sentimentalista. Pero eso es lo que yo escribiría si tuviera 20 años», expone Acebes. La crítica supone discernir entre lo correcto y lo incorrecto y, en ese sentido, Redry expresa que «cada uno puede expresarse a su manera» sin que ello esté ni bien ni mal.
A veces el ritmo de la ciudad se parece al de Nueva York, sin serlo. La ciudad parece no dormir y moverse por dopantes de cafeína. En la ciudad, las conversaciones son fugaces y la falta de entendimiento entre distintas generaciones es patente. Los jóvenes y los más mayores se relacionan de forma distinta con su entorno. Acebes argumenta que «las relaciones de ahora son más rápidas y el trabajo no es tan estable como antes». Eso influye en la forma de escribir.
Sobre ello divagó el filósofo Zygmunt Bauman en su ensayo sobre la «modernidad líquida». La modernidad líquida es negra y de un sabor amargo a veces endulzado por terrones de azúcar y por leche. La sociedad se mantiene despierta gracias al subidón de la cafeína cuando interpreta que dormir es tiempo mal empleado.
La sociedad también es superficial. «No me atrevo a decir que escribo poesía porque se juzga solo el titular y no lo que hay detrás», lamenta Redry. Para el vallisoletano la nueva forma de adaptar al mensaje a las redes sociales excluye la profundidad de lectura que tiene el formato papel: «hay gente que me critica por las frases que subo a Instagram, pero eso no es todo lo que me representa», concluye.
Acebes cumple con un perfil poético más habitual. En sus libros las sílabas forman versos endecasílabos y alejandrinos. Su sistema es el que se enseña en las escuelas. Interpreta la prosa de Redry como una «poesía con sistemas nuevos». Y empatiza con él. Porque ciertos literatos no aceptan sus creaciones más alternativas: «los poetas discursivos no entienden qué es la poesía visual». Acebes mezcla en cuadros mensajes dónde el aspecto lingüístico se funde con el visual, pariendo obras irónicas o de doble sentido en el que la palabra solo es una parte del mensaje.
«En la sociedad actual no solo se juzga por el titular, sino por la generación en la que estás», precisa Redry. Acebes anota que le han criticado «por escribir cuentos para niños porque ese género de literatura se considera que tiene un rango menos».
El argumento sobre qué es mejor o peor conduce a los poetas a separar sobre lo que es cultura popular y de élite. ¿Cuál es el límite? Acebes afirma que «el salto entre la baja y alta cultura es hoy muy pequeño”. La poesía de nueva generación tal vez sea estudio de las élites universitarias en un futuro.
Y así logre dar el salto.
Tanto Acebes como Redry piensan que los debates deben huir de etiquetar y catalogar. Porque, ante todo, la poesía es el trabajo del introvertido. «A quién le debe gustar lo que escribes es sobre todo a ti, y luego ya al resto», concluye Redry.
Entre el humo del café se diluyen ideas y anotaciones poéticas de momentos que se vivieron en la vida real. Vivencias a menudo plasmadas en versos, que divagan sobre el amor y la desgracia. Sobre la vida en sí. Con el convencimiento de que la poesía, tradicional o moderna, es poesía. Con su belleza y donaire.
Poetas vallisoletanos de la generación tradicional:
Boris Rozas: la poesía es un billete de ida y vuelta a los lugares que por derechos nos pertenecen.
Santiago Redondo: la poesía es un hilo transmisor que nos conecta con la sensibilidad del ser humano, Pero no es corriente continua, sino alterna, y sufre excesos y caídas de tensión, como la vida misma.
Fran Soto: deslizarse por el alambre de la conciencia, dar un salto mortal sobre el significado de las palabras, dejar empapar tus átomos por la lluvia de otros. Eso es la poesía.
Ruth Iglesias: la poesía es voz, grito. A la vida, a la muerte, a la ausencia, a la injusticia, al amor, al desamor... la poesía es liberación. Instantes sin tiempo.
Gustavo González: la poesía es la herida libre de la lengua, una salida de emergencia del escritor que combate la frialdad de lo cotidiano.
Poetas de nueva generación
María Sotelo: la poesía es verdad, se escribe desde la verdad y con sentimiento se puede llegar a transmitir todo lo que se quiera.
Kike Vasallo: la poesía no son rimas, son latidos acompasados. La poesía no es métrica, es ritmo. La poesía no es solemnidad, es un lugar común que aún nadie sabe lo que es.
Samuel Cuervo: la poesía es un ejercicio de empatía en dos direcciones. Tienes que llegar a la gente, hacerle sentir; y al mismo tiempo llevarles a tu terreno emocional. Acabar cada uno en el lugar del otro.
Irene Dewitt: el acto poético permite dibujar los límites de nuestro lenguaje, su conexión con la realidad sensible, y nos ayuda a comprender el devenir de vivencias colectivas que componen la historia de nuestro tiempo.
Miguel Cornejo: la poesía es un estallido que permite expresar lo que corroe al poeta por dentro sin ningún tipo de cortapisa, pues es libre de elegir las palabras y la forma que más convenga al poema.
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