Aquí, en este libro, a mayores es un gran músico, Robert Schumann –gran sufriente de su propia pasión musical- el que se ofrece a transmitir, según su hacer y sentir y entender- quien elabora unos consejos para jóvenes –esto es, futuros creadores- que resultan inapreciables por su claridad y sabio ofrecimiento.
Si, a modo de complemento, nos viene comentada la lección del maestro por un gran intérprete actual como el chelista Isserlis, parece como si la tal lección se revistiese de relieve, se hiciese más necesaria.
“Si tu música –escribió Schumann- viene de lo más profundo de tu corazón y consigues sentirla como algo tuyo, los demás también la recibirán como algo suyo” Entiéndase que la música, la esencia material y espiritual de la música, no tendría sentido sin un oyente, sin el necesario ‘interlocutor’. Pues bien, esta sabia advertencia o llamamiento, Isserlis nos la traslada del siguiente modo: “Si tu música nace de lo más profundo de tu corazón, del alma, logrará llegar también a los más profundo, al alma, de quien te escucha” Aquí es como si el chelista tratase de humanizar, resaltándolas, las palabras del maestro. Pero no es solo corazón y alma: es necesario que también se comprometa tu mente. Los tres deben trabajar juntos (como si fuera un concierto) para que consigas crear nuevas obras o, gracias a tu interpretación, consigas volver a crear la música que compusieron otros. No hay contradicción entre pensar y sentir: las dos son parte de una misma comprensión de la música”.
He reproducido el fragmento completo por cuanto considero que aquí está el secreto de la mejor transmisión, de la fecunda lección. Escucha al maestro, parece incitarnos, y hazlo con esta convicción, así todo será belleza y provecho –material y espiritual- no solo para ti, sino para todo aquel que quiera atender lo que tu corazón y tu arte natural te dicten como interpretación.
Lo demás, la eterna belleza, los secretos de la armonía esencial, los pondrá la música.
Tal es, y ha venido siendo, su función.
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