Hay en la Rusia oriental una carretera mítica, una especie de Ruta 66 donde la Historia del comunismo más sanguinario se cruza con el carácter extremo de la temperatura siberiana y su inherente despoblación. Los mapas la denominan Autopista M56. Los locales la conocen, simplemente, como Trassa (La Ruta). Sin embargo, su nombre más legendario es el de Carretera de los Huesos, porque bajo ese pavimento maltrecho por el que apenas circula nadie están enterrados, para darle firmeza al suelo, miles de los prisioneros del Gulag que la construyeron por orden de Stalin.
El prestigioso reportero polaco Jacek Hugo-Bader, heredero de Ryszard Kapuscinski, ha recorrido en autoestop los 2.025 kilómetros de esta vía. El suyo no es un viaje al terrible pasado soviético que retrataron Varlam Shalamov o Aleksandr Solzhenitsyn, sino en busca de las personas que hoy habitan la región.
Hugo-Bader habla con los descendientes de los prisioneros. Escribe de estafadores y comerciantes de chatarra. De políticos corruptos y del crimen organizado. De intelectuales que sobreviven alimentándose de hongos y de escultores que acumulan cabezas cortando estatuas de Lenin. De chamanes y chequistas. De mineros que cavan fosas comunes mientras buscan oro, y de todos los adictos, convictos y héroes caídos que huyen de sus problemas y acaban en la región más fría y remota de Rusia, donde la Historia es un fantasma que se niega a marcharse.
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