Creo que, en buena ley literaria, también puede considerarse a Fray Luis un poeta amoroso, pues él es un ejemplo de sencillez expresiva y de conocimiento del vínculo si bien su destino, digamos, era más expresamente religioso. Sin olvidar el valor de lo humilde, de lo cotidiano: “agua limpia y toalla recia” reclamaba como acompañamiento de belleza real para la mujer que, habiendo de ser limpia por dentro, todo añadido artificial pudiera ser potingue o exceso.
Aquí, en este libro cuidadosamente editado bajo la minuciosa y precisa introducción llevada a cabo por Victor de la Concha, tenemos la suerte de que uno de los libros bíblicos más estudiados, seductores y enigmáticos de cuantos hayan visto la luz de la literatura hasta hoy en materia amorosa, venga interpretado por nuestro gran poeta religioso, y es en tal sentido que podemos leer algunos pasajes del texto original ‘transcritos’ a modo de didáctica para el que hubiera de entender la significación honda del texto bíblico: “Véisle –dice el original-, está ya tras nuestra pared, mostrándose por las ventanas, descubriéndose por las celosías”, canto que se nos ofrece como su interpretación de lectura del siguiente modo:” Todo este mostrarse, esconderse, no entrar de rondón sino andar acechando, ora por una parte, ora por otra, es natural de los muy requebrados, y son unos regalos y juegos graciosísimos del amor” Y añade, al parecer con verdadero gozo por parte de quien escribió con elegida palabras castellanas: “lo cual se pone aquí con gran propiedad y hermosura de palabras”.
Pues bien, tal es el secreto: la expresión de un sentimiento de delicada unión manifiesto en palabras hermosísimas, lo cual da como resultado un regalo para los sentidos de quien lee. Una fórmula privilegiada, ésta, de leer, por cuanto, a la vez que el lector, cada lector, tenga su propia interpretación de lo leído, el acompañamiento que nos hace del texto antiguo el fraile escritor nos aporta un bien maravilloso toda vez que él sabe ‘transcribir’ y discernir y entender las palabras y el discurso a fin de que todo se transforme en sentimiento de belleza, en esa delicadeza de vínculo.
En puridad, el Cantar de los cantares y la ‘versión’ que nos ofrece Fray Luis creo que podríamos considerarlo como una forma de religión en el sentido de que un sentimiento puro y trascendente viene acomodado en sus dos partes para hacer un solo canto donde el triunfo final, podríamos decir, es el del amor; la más alta belleza.
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