No estaba convencida, pero sí esperaba encontrarse un detalle. Una caja, de esas rojas, rellena de bombones. Una novela de Almudena Grandes, aunque no fuera la más reciente. Algo.
La mujer no había faltado a su cita ni un solo lunes durante los últimos veinticinco años. En ese cuarto de siglo habría visto al hombre en menos de diez ocasiones. Sí la recibían las notas, abandonadas en la cómoda del hall, sobre la cama siempre hecha del cuarto de huéspedes, a menudo, en la mesa del escritorio, arrancadas de agendas y libretas, donde el hombre garabateaba las instrucciones: “no se olvide de la puerta del garaje”; “hoy empiece por el salón”; “no tuve tiempo de pasarme por el cajero. Le pagaré la semana que viene”… A menudo la sorprendía el recuerdo de cuánto le costó, al principio, descifrar los intrincados jeroglíficos del médico. Hasta que lo consiguió. Lo que no había logrado aún era averiguar de dónde le venía al médico esa urgencia, revelada por la pésima caligrafía. Se suponía que las personas se apaciguaban con los años.
Ni rastro de los bombones. Nada de novelas. El único gesto que le llamó la atención ese lunes, después de veinticinco años, fue el hallazgo de las copas en la cocina. Yacían boca abajo sobre un paño. Todavía húmedas. Dos copas. ¿Había tenido el médico un invitado ese fin de semana? ¿Una mujer? Observó las copas de cerca, con la esperanza de detectar restos de lápiz de labios, pero el médico las había fregado a conciencia. El suceso era insólito: jamás, en ningún momento durante todo un cuarto de siglo, había leído indicación alguna relativa a la recepción de invitados. Jamás había tenido constancia la mujer de que el hombre atendiera visitas. Nunca había tropezado su olfato, finísimo, con olores traicioneros. Dos copas. Todavía húmedas.
Ese lunes no fue un lunes cualquiera. Era evidente que no estaba limpiando con la precisión acostumbrada. Las copas se le habían tatuado en la frente. Para cuando se disponía a marcharse, resolvió que se trataba de un gesto. El médico había lavado las copas y las había dejado a la vista con toda intención para hacerle creer que no estaba solo. Un regalo de aniversario. Para ella.