El escritor leonés, afincado en Cantabría, ha desempeñado a lo largo de su vida distintas ocupaciones y empleos pero es en la literatura donde despliega su verdadera esencia. En cuanto tiene oportunidad escribe historias que han llegado hasta él o que salen de su magín. En la entrevista nos desvela algunos de los secretos de su nueva novela.
Sus novelas que he leído tratan temas muy contemporáneos. ¿Por qué, en esta ocasión, se ha decidido a acometer una novela histórica?
No todas mis novelas son contemporáneas. Las tengo medievales, tengo una ambientada en el Siglo de las Luces. Tengo una de la guerra civil, y otra de la posguerra. Y las tengo, naturalmente que sí, contemporáneas, de la época en que me ha tocado vivir. No tengo, eso no, futuristas o de anticipación, nadie puede anticipar el futuro.
Ésta última, El bellaco del arzobispo, se ambienta en el Siglo de Oro, en los tiempos de la Guerra de los Treinta Años.
¿Le atrae el género histórico?
La novela histórica es el recurso de los novelistas faltos de imaginación. Mis novelas no son históricas, aunque a primera vista lo puedan parecer. Los personajes no son reales, sino que tan sólo es real la circunstancia histórica en que se desenvuelve la acción.
La novela histórica es la que hace hablar, falsamente, por supuesto, a personajes reales. El novelista trata de llegar a donde no llega el historiador, esto es, a los detalles íntimos de las vidas de los personajes históricos, pero esos episodios imaginados por el novelista no tienen nada de real. No se debe, opino yo, mezclar así realidad con ficción. O se escribe una historia, o se escribe una novela, es mi opinión, yo no escribo una mescolanza de realidad y ficción, y es que al final el lector ya no sabe lo que está leyendo.
La novela histórica es el recurso de los novelistas faltos de imaginación
¿Cómo se enteró de este episodio histórico tan poco o nada conocido?
El conocimiento se adquiere en las aulas por obligación, y fuera de ellas por devoción. Yo no me conformé con lo aprendido en las clases, sino que nunca dejo de aprender. Es mi vicio, como si dijéramos, aunque algunos lo llamen virtud.
Este episodio de nuestra historia, el ataque de la Flota Francesa del Poniente a los puertos de la bahía de Santoña, en efecto, es muy poco conocido, incluso por los descendientes de aquellos vecinos que tuvieron que soportar este ataque y sus consecuencias. Hoy en día, el que no sabe, es porque no quiere saber. Y nadie quiere saber lo que no le interesa. Yo espero que con esta novela a la gente le interese saber lo que en esta bahía pasó.
¿Por qué estamos acostumbrados a olvidar nuestra historia?
Pues acaso porque preferimos aprender la historia en las películas americanas, en las que las glorias de España se pasan por alto mientras se glorifican las hazañas de los ingleses.
¿Para qué hay que saber historia? Así se preguntaba, y nos preguntaba, el profesor de Historia en el instituto. Pues para no ser un ignorante, así concluía.
Acaso, ¿cree que no nos sentimos orgullosos de ella?
¿Cómo vamos a sentir orgullo de nuestra historia, si ni siquiera la conocemos? Todavía se podría decir más. Hoy la historia no sólo se desconoce, es que encima se manipula y se tergiversa. A los niños en la escuela muchas veces se les enseña una historia falsa, sobre todo en ciertas comunidades autónomas, ante la pasividad, cuando no la complacencia, de los gobiernos nacionales.
¿Le ha costado mucho documentarse sobre la historia y las costumbres de la época?
Me ha costado lo que me tenía que costar. Horas y más horas de lecturas, tanto de aquellos tiempos como de los presentes. Es la manera de documentarse y de introducirse en el ambiente de aquella época sobre la que vamos a tratar. Así es como lo hago siempre, me ambiento y me documento, y sobre esa base levanto la ficción novelada.
Los protagonistas de su novela son jóvenes estudiantes que se ven abocados a una guerra que no tenían prevista. ¿Los episodios bélicos forjan carácter?
Afortunadamente, los españoles de hoy no tenemos experiencias de episodios bélicos, ni vemos peligro futuro de tener que tenerlos. ¿Que si forjan carácter? Habrá que suponer que sí. Mi padre sí estuvo en la guerra, pero no sé hasta qué punto esa circunstancia influyó en su carácter, ni él mismo lo hubiera sabido decir.
Su novela tiene mucho de personas “segundones” que ocupan en la vida el papel que sus padres tienen ideados para ellos. ¿Se seguía dando en el siglo XVII esta costumbre medieval?
En el siglo diecisiete la salida profesional de los jóvenes hidalgos sin fortuna seguía siendo la de los tiempos medievales, esto es, o a la milicia, o al clero. Las labores mecánicas quedaban para la gente de a pie, un caballero de ninguna manera podía coger la azada ni el martillo. Una situación social totalmente caótica mientras duró.
“El bellaco del arzobispo”, ¿es más una novela bélica o una obra costumbrista?
Contiene muy diversos episodios bélicos, sobre todo allá en el Nuevo Mundo, lo que no le impide a la novela, antes al contrario, tener al mismo tiempo la consideración de costumbrista, pues en sus capítulos aparecen personajes típicos de la época haciendo su vida ordinaria.
"Soy enemigo de los anglicismos que los periodistas nos quieren endilgar a la fuerza valiéndose de sus periódicos y emisoras"
Observamos que la novela tiene un sabor añejo, con muchas palabras que hoy en día apenas usamos. ¿Le gusta rescatar está forma de escribir, ahora que hasta los romanos parecen que hablan como nosotros hoy en día?
Yo soy enemigo de los anglicismos que los periodistas nos quieren endilgar a la fuerza valiéndose de sus periódicos y emisoras, que ya es imposible leer una página sin encontrarse con una docena de anglicismos duros, completamente innecesarios. Por el contrario, soy amante de las viejas palabras clásicas, ya populares, ya cultas, que van cayendo en desuso, y que me gustaría rescatar o preservar.
Sus diálogos tienen un papel muy importante en la novela. En muchos de ellos utiliza la ironía. ¿Fueron aquellos tiempos irónicos o demasiado serios?
Si leemos a los escritores del Siglo de Oro, pensaremos que aquéllos fueron, al menos en Castilla, tiempos de ironía y sarcasmo, pero eso nunca se puede saber, pues pudiera ser que así se expresaran, por moda o por norma del barroco, los escritores, y porque así era como les gustaba a sus lectores. El pueblo llano hablante, no podemos saber cómo era. Ni se puede generalizar.
En la novela, no podría faltar una historia de amor juvenil. ¿Toda buena novela ha de tener una historia como esa?
No toda, naturalmente que no. Todos conocemos novelas excelentes en las que no tiene por qué pasar nada de esto. Ni todas las mías son así.
Nos encontramos muchas descripciones costumbristas de Cantabria y, también, episodios bélicos marinos. ¿Cuál le cuesta más escribir y con cual disfruta?
Las descripciones costumbristas no son las propias de Cantabria, sino las generales de Castilla. De aquella época no hay escritores de esta provincia, que ni siquiera se llamaba Cantabria, que nos hayan contado cómo se vivía aquí. Habrá que suponer que de manera no muy diferente del resto de España.
Los episodios bélicos son los más dificultosos para mí, pues contienen elementos históricos y técnicos absolutamente ineludibles.
Para finalizar, ¿cuál sería la moraleja de su novela?
No creo que haya ninguna moraleja. Por lo menos, yo no la he buscado. Bueno, sí, una puede que se pueda encontrar. Los franceses, aun siendo católicos, se pusieron de parte de los protestantes en aquella guerra, por motivos de interés nacional, al que pusieron por encima del interés religioso, aun cuando en Francia mandaba un cardenal, y aun cuando el general de la flota atlántica fuese un arzobispo. ¿Moraleja? Ahí tenemos a los políticos católicos españoles de hoy, votando a favor de leyes disolventes, contrarias al cristianismo. Primero son políticos, católicos después.
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