“Este libro se lleva gestando cuarenta años, desde que fui por primera vez al Rastro. Además, salvo Ramón Gómez de la Serna nadie había escrito un estudio sobre él, su historia, teoría y práctica”, apunta el escritor leonés en una rueda de prensa celebrada en la Taberna de Antonio Sánchez en pleno Rastro madrileño mientras degustamos el famoso vino de consagrar de la taberna. “el Rastro dio origen a dos palabras que se han vuelto universales: barriobajero y rastrero que no son ni mucho menos peyorativas ya que los habitantes de este barrio, Lavapiés, fueron los que más lucharon contra el francés en el 2 de mayo de 1808”, sostiene el autor. En opinión del autor. “hay que ir al Rastro para saber qué somos. En el Rastro y los mercadillos de cosas viejas está la radiografía de la sociedad que los alimenta. Las basuras y desechos son más elocuentes que las mercancías nuevas: nadie les presta mucha atención, y todo lo dicen libremente, sin temor a herir a nadie. Porque de las cosas viejas nadie se siente responsable, no admiten reclamaciones”. Andrés Trapiello está contentísimo con su editorial. “Siempre me dejan hacer el libro como yo quiero. El nuevo libro está muy trabajado, incluye fotografías que muestran el corazón del Rastro, creo que es fundamental como se presentan los libros”, afirma categórico. Además, ha buscado un tono muy del Rastro para escribirlo, un libro ha de tener la suficiente levedad para que se pueda leer bien, agrega. En el comienzo de los tiempos, el Rastro tenía que ver mucho con la comida, como hemos señalado los mataderos de carne estaban en aquella parte de la ciudad, por eso se traficaba con los desperdicios de la carne. “Se vendían callos, mondongo, entresijos o gallinejas (los intestinos de los corderos), las partes menos nobles de las reses”, recuerda el autor de “ " target="_blank" rel="noopener noreferrer">El Rastro” y agrega “hoy es el mercado de las cosas viejas de una sociedad del bienestar”. “Quien va al Rastro siempre lleva una sonrisa en los labios. Los que van a comprar a IKEA o El Corte Inglés siempre llevan cara de cabreo y de tener prisa”, ironiza el autor leonés. “Quien se acerca al Rastro, busca algo que se le ha perdido, bien en un pasado reciente, bien en la infancia. Así, recupera cosas apreciables de un valor muy íntimo”, arguye con sapiencia Andrés Trapiello, por eso, en el Rastro tenemos una cita con nuestro pasado y por eso le gusta a todo el mundo. Para Trapiello, “hay que acercarse al Rastro con una actitud humilde: todo lo sabemos entre todos. No hay nadie que lo sepa todo de todo, y por eso todos pueden encontrar lo que estaba destinado a ellos solos”. En el Rastro sólo encontramos lo que llevamos ya encontrado de casa. Vamos a reconocerlo, y llevárnoslo. Por eso al Rastro hay que ir con idea de lo que se va a buscar, porque si no, no se encuentra. Como la vida misma: busca uno unas cosas, y acaba llevándose otras. El hombre feliz es aquel que se alegra con lo que encuentra y no echa mucho de menos lo que no encuentra o pierde. “El Rastro más importante del mundo está en Internet” Pese a los cambios, el Rastro sigue estando muy vivo. “La rueda del consumo ha crecido tanto que la vida de los objetos es cada día más corta”, asevera. Pese a eso el mercadillo madrileño seguirá con vida por muchos años. “Ahora parte de El Rastro se ha trasladado a Internet, éste es el más famoso y visitado del mundo”, sentencia con conocimiento, pero el Rastro sigue siendo algo físico, se puede tocar lo que se va a comprar, en Internet es la imaginación la que prevalece. Del Rastro se puede salir o resucitado o aniquilado para siempre. Andrés Trapiello sueña con que un día el Rastro le brindará un hallazgo colosal. Porque cuanto uno llega al Rastro, llega en principio a una especie de purgatorio, pero a diferencia del purgatorio, garantía del cielo, del purgatorio del Rastro lo mismo se sale en dirección al cielo que en dirección al infierno y la nada, a la Gloria o al olvido. Ser o no ser, o mejor aún, ser otro. O el momento en el que un simple conejo se transforma en tigre. Las cosas del Rastro pueden pasar de no ser nada a serlo todo, de ser una pintura sin filiación a ser del Greco, de ser un legajo cualquiera al manuscrito cervantino. Y claro, también puede suceder al revés, pasar de haberlo sido todo, a ser nada, en cualquiera de las posibilidades, como sucedió con cierto cuadro del Greco que un chamarilero, teniéndolo por falso, vendió a precio de uno de tantos «de la escuela del Greco», resultando después ser auténtico, para su desesperación. Lo mejor del Rastro no es lo que se encuentra, sino lo que se va buscando. Nos hace mejores no lo que encontramos, sino lo que buscamos, lo que queremos encontrar. Por eso hay que tener cuidado no con lo que se encuentra, sino con lo que se busca. Por eso da un poco igual que lo que se encuentra sea más o menos valioso, auténtico o falso, raro o común. En el Rastro están los que se interesan por las cosas y objetos y los que se interesan por las personas. Todas las cosas viejas suelen tener una historia detrás, a menudo más interesante y apasionante que la cosa en sí. En el Rastro se aprende mucho. Cada cosa vieja es una lección de algo. No hay cosa más triste en el Rastro que tomarse las cosas a pecho. En el Rastro se comercia con cosas que rescatamos de la muerte y que a menudo vienen de los muertos, pero nos dan la vida. Por eso en el Rastro está todo el mundo contento. No hay ningún otro lugar en el que la gente sonría más y se lo pase mejor, incluso mirando solo. El futuro del Rastro, y el de todos los mercadillos o Rastros del mundo, dependerá de la prosperidad o necesidad de las gentes. A más necesidad de la gente, más Rastro; a mayor prosperidad, menos. No hay otra. Pero El Rastro siempre nos da la posibilidad del regateo: todo el mundo miente pero nadie engaña”, concluye Andrés Trapiello. Puedes comprar el libro en:
Noticias relacionadas+ 0 comentarios
|
|
|