Enfrentarse a una rueda de prensa teniendo como protagonista a Álvaro Pombo es como enfrentarse a una visita a cualquier hospital psiquiátrico. Nunca sabremos por dónde va a salir. Y, efectivamente, su primer comentario nos dejó pegados a la silla. "Qué mejor que empezar la presentación que leyendo la Carta a los Romanos 13, 11b-12", dijo al comenzar a hablar. Cogiendo su libro empezó a leerla. La carta está incluida en la primera página de su historia y finaliza el libro con una oración. "Entre ambos textos religiosos se encuentra la novela", apuntó con sorna.
"España, mal que nos pese, es un país católico, mi novela es católica, de mi experiencia religiosa", afirmó y añadió "aunque parezca mentira lo somos todos los presentes". Unos, a tiempo completo; otros, mediopensionistas. Luego reconoce que hay un fuerte laicismo en nuestros días. Pero sus recuerdos divagan al pasado, donde ha vivido casi toda su vida, "en el servicio militar todos éramos católicos", evoca. Me vienen a la memoria mis días en el servicio militar en Colmenar Viejo, unos días de un frío atroz que nos dejaba congelados, como congelados nos dejó que días después se produjese el golpe de estado del 23-F. Los domingos los mandos del cuartel nos daban a elegir entre asistir a misa o estar corriendo, dando vueltas al acuartelamiento durante la celebración de la misa. Sólo unos pocos deportistas, no más de cinco, preferimos correr, craso error: la hora de la celebración se convirtió en toda una mañana.
Álvaro Pombo tiene esa rara cualidad que hace que evoquemos nuestros recuerdos. Algunos que compartimos en un partido político, del que ya estamos alejados ambos. Él menos que yo, porque sigue creyendo en lo inmarcesible del poder político. Sigue manteniendo esa inocencia que refleja en su poesía, mucho más religiosa que su prosa, aunque en Quédate con nosotros, Señor, porque atardece vuelve sobre la religión, como demuestra su título, cogido del pasaje de los discípulos de Meaux, cuando éstos se encuentran con Jesús y no lo reconocen. Cuando lo hacen le dicen las palabras del título, pero Jesús ha de seguir su camino y desaparece, tenía tres largos días para dar a conocer lo que había pasado. "Es prácticamente un microrrelato de la experiencia cristiana", apunta hiperbólico el autor de El temblor del héroe con la que ganó el Premio Nadal de Novela el año pasado.
"La palabra de Dios es muy interesante y muy torera", dice sorprendentemente. Y sobre ella monta una novela donde dos de los monjes trapenses que conforman una comunidad de solo seis miembros, que hablan y discuten sobre su experiencia religiosa y literaria. Uno de ellos, Ignacio, quiso ser escritor, un acto de vanidad para algunos.
Para el autor santanderino su novela es "optativa, como la asignatura de religión; se puede optar por leerla o no, pero si la leen obtendrán el 101% de la Suma Cum Laude en el reino de los cielos", nos vuelve a sorprender y no sabemos bien si nos está tomando el pelo y riéndose de nosotros o solamente pasando un rato divertido con unos amigos, yo, claro está, opto por esta segunda interpretación. Al poco rato, rectifica y nos dice que "no hay que tomar el tema de Dios en vano". Definitivamente su humor corrosivo está dejando a los periodistas sin palabras y, lo que es peor, sin preguntas. Después continua explicando sus motivaciones para escribir la novela. "Llevo muchos años con el tema religioso. Creo que es muy interesante tratar este tema porque hoy en día está demasiado protocolizada la religión", asevera.
"A diferencia de la ciencia, que tiene el objeto de estudio delante, la religión no lo tiene y es la fe lo que hace que se evoque", explica. De ahí radica la diferencia entre fe y religión. Y este pensamiento lo aplica describiendo cómo un yogui se concentra en un punto u objeto determinado para meditar y el monje se recoge en un convento o monasterio para poder concentrarse, "la vida actual hace muy difícil la concentración", apostilla.
Sobre su literatura, la editora Silvia Sesé le define como "un estilista, lleno de contrastes y de hallazgos increíbles. Un escritor muy preocupado por el estilo, al que podíamos definir como intenso y sólido". Un estilo donde el hipérbaton y la gansada conviven en plena armonía, siendo lo exagerado lo predominante. Y como exagerado es, no deja de meter algún rejonazo a algún compañero de pluma. "Me parece una gansada decir que la novela, después de James Joyce, se acabó", apunta. Se está refiriendo a Luis Goytisolo, ganador del último premio Anagrama de Ensayo, precisamente su casa en sus inicios y añade "el género se acabará cuando nadie escriba una novela".
Lo que sí se acabará para él es una forma de hacer novela, "la novela de Charles Dickens de tres pisos o la novela por entregas de Alejandro Dumas, puede que se acabe, porque la novela se tiene que adaptar al tiempo actual, es como el periodismo, a mí me encantan los diarios, pero hay que reconocer que el formato de papel como tal puede que desaparezca. Lo que nunca desaparecerá serán los periodistas y por ende los escritores", refuta al escritor barcelonés.
Lo que no se acabará serán las novelas de Álvaro Pombo, que mientras tenga fuerzas, seguirá escribiendo, "porque todavía tengo mucho que contar. Todos tenemos que hacer un esfuerzo para seguir contando historias", finaliza. Pombo tiene razón, todavía hay muchas historias que contar y si no se hacen en libro, se harán en los seriales de la televisión que "son buenísimos y eso que se pasan todo el rato llorando". Con Pombo pasamos todo el rato deleitándonos. Es un autor de los que ya no quedan.
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