Un pequeño convento situado al sur de Granada en la actualidad. No son buenos tiempos para la fe ni para la vida monástica y sólo hay seis monjes. Uno de ellos aparece ahorcado y a pesar de que ha sido un suicidio, el prior ha tomado la decisión de declarar el hecho como muerte accidental. El impacto brutal de lo ocurrido se verá agravado por la determinación de un intelectual mediático granadino por ahondar en la verdadera naturaleza de esa muerte.
Los monjes protagonistas del relato son trapenses, una orden antigua, que, de puro excéntrica en este mundo secularizado, resulta casi chic. Lo explica muy bien Raimundo en las primeras páginas: "Órdenes como fueron los jesuitas u hoy en día el Opus Dei, no han huido del mundo sino que, al contrario, han estado siempre en medio del mundo. Nosotros somos los raros, los especialitos. Nuestro carisma es raro. Especial y discutible. Mucha gente, buena gente, nos llamaría, sin más, extravagantes, excéntricos, estamos aquí porque no hemos hallado un sitio más raro donde situarnos, el último esnobismo es el convento". Y lo dice también el narrador: "Contra lo que pudiera pensarse, lo excepcional sucede dentro [del convento] y lo ordinario afuera. Contra todo pronóstico, la originalidad viene de la anulación del yo, procede de la anulación del yo, y la vulgaridad de la exaltación del yo".
Ignacio ha querido ser escritor de joven y es todavía un buen lector. Lee, por ejemplo, al poeta inglés Gerard Manley Hopkins, que ingresó en los jesuitas y quemó parte de su obra literaria por considerar la literatura ajena a su vida religiosa. Ignacio y Raimundo hablan de su vida conventual, del retiro y el silencio por los que ellos han optado, contrapuestos a la palabra literaria y a la palabra humana. Dan por hecho que "da más paz y es de mayor santidad no ser célebres", ya que se escribe y se publica para entrar en la feria de las vanidades y "publicar es un impulso en gran medida de vanidad". Pero la duda acerca de lo que hubiera sido de Ignacio siendo un escritor fuera del convento, queda flotando. Ignacio reconoce que el contenido de ese interior al que él vive abocado se le escapa, aunque "la intención inicial, la intención de poner el mundo entre paréntesis, me sirve para hacerme la vida más sosegada". Raimundo añade que el lado más enigmático de su existencia es la relación con Dios.
Esa vida tranquila, punteada por las horas canónicas y las actividades correspondientes, en la que las conversaciones suelen tener que ver con repasar los motivos de su vocación por parte de los monjes, se ve abruptamente interrumpida cuando el hermano Abel aparece ahorcado. Es claramente un suicidio, pero el prior prefiere eludir la idea de un suicidio en sentido estricto, achacando la muerte de Abel a un trastorno mental transitorio. El suceso altera a los monjes que se sienten "dejados de la mano de Dios", como si de pronto Dios hubiera "quebrantado su propio protocolo, su propia cortesía". Además, la versión oficial de la muerte del hermano Abel funciona con las autoridades, pero no con los medios de comunicación locales. Y el mundo, ese mundo que los monjes creen haber dejado afuera o entre paréntesis, lleno de inquietudes y deseos, de ruido y vanidades, irrumpe de golpe en la comunidad monacal.
Quédate con nosotros, Señor porque atardece es una excelente novela, una muestra del mejor Álvaro Pombo. El Pombo que mezcla de un modo perfectamente coherente y sin que nada chirríe, el humor con la seriedad, la densidad con la ligereza, la gravedad de los temas con el habla popular. Así, Raimundo cita a Clint Eastwood y dice "no te ralles". El hipérbaton, el gusto por el infinitivo y las redundancias marca de la casa, las expresiones populares, conviven con las disquisiciones filosóficas con referencias a Hegel, Heidegger o Sartre. Sin renunciar nunca a un sentido del humor más o menos soterrado, a una tendencia al gran guiñol que parece congénita en él, Pombo plantea en la novela cuestiones de calado: la bondad y si ésta tiene lugar en plena inconsciencia de tal manera que el hombre bueno se olvida de sí mismo, la gracia y el mérito, el propio papel de la literatura ("escribir es un intento impío de autocomprensión", dice el hermano Abel). Y, sobre todo, las posibilidades y dificultades de la vida interior y retirada. Algunos monjes llegan a una conclusión inquietante: se ven a sí mismos como "solteros, rentistas de la Iglesia católica consagrados al oficio divino y al silencio", "sin mujeres, sin hijos, sin hipotecas", ensimismados, narcisos, más amantes de su propia vida conventual que de Dios y del prójimo. ¿Es mejor esa vida interior de la Iglesia interior que la Iglesia exterior del Vaticano y la Cope, la emisora en la que acaba el prior, diciendo que la experiencia monástica fue "una experiencia religiosa-trampa" y haciendo la publicidad del patrocinador de su programa, mientras piensa en escribir un libro que se llamará significativamente Itinerarium?
Álvaro Pombo (Santander, 1939), miembro de la Real Academia de la Lengua, es uno de los maestros indiscutibles de la literatura española contemporánea, con títulos tan destacados como El héroe de las mansardas de Mansard (Premio Herralde de Novela 1983), El metro de platino iridiado (Premio de la Crítica 1990), Aparición del eterno femenino contada por S.M. el Rey, Donde las mujeres (Premio Nacional de Narrativa y Premio Ciudad de Barcelona 1997), La cuadratura del círculo (Premio Fastenrath de la Real Academia Española 1999), El cielo raso (Premio de Novela José Manuel Lara 2001), Contra natura (Premio Salambó y Premio Ciudad de Barcelona 2005), La fortuna de Matilda Turpin (Premio Planeta 2006), Virginia o el interior del mundo y La previa muerte del lugarteniente Aloof. A su faceta de novelista hay que añadir su aportación como escritor de relatos, que recogerá el volumen Relatos sobre la falta de sustancia y otros relatos (Cátedra, prologado por Mario Crespo). También es autor de artículos recogidos en Alrededores. Poeta destacado, obtuvo en 1977 el Premio El Bardo y recopiló en Protocolos (1973-2003) sus cuatro libros de poesía hasta la fecha. En 2009 publicó Los enunciados protocolarios y en 2012 fue galardonado con el Premio Nadal de Novela por El temblor del héroe.
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