“Usted me ha convencido de que la novela sigue siendo un instrumento incomparable para hablar del mundo. A través del artificio de la ficción, se desprende de la novela una forma suprema de verdad humana”. Estas fueron las palabras con las que fue recibido el escritor libanés, premio Príncipe de las Letras 2010 por Jean-Cristophe Rufin, encargado de pronunciar el discurso de bienvenida de ingreso en la Academia francesa, el pasado 14 de junio. El también académico mencionó que es “un excelente presagio el hecho de que el momento en que ocupa su lugar entre nosotros coincide con su retorno a la escritura de ficción”, y se refirió elogiosamente a su nueva novela Los desorientados, que Alianza Editorial publicará a lo largo del mes de octubre. Los desorientados es un retorno literario a su país natal que se convierte en una reflexión universal sobre el exilio, la identidad y el choque de culturas y creencias entre oriente y occidente. Temas que han estado siempre muy presentes en su obra.
Jean-Cristophe Rufin respondió con un discurso profundo pero con sentido del humor
En un discurso lleno de profundidad y no exento de sentido del humor, Rufin repasó la obra y la vida del escritor libanés, y añadió que “nadie entra solo en esta casa: los novelistas llegan con sus personajes, los historiadores con su época favorita, los poetas con sus imágenes. Pero son raros los que llegan como usted acompañados por tantos mundos diferentes, tantos lugares y tantas memorias. La única pregunta que cabría hacerse es si un solo sillón será suficiente para acogerle entre nosotros…” y terminó invitándole a entrar en la Academia con todos “sus nombres, sus lenguas, sus creencias, sus rabias, sus extravíos, su sangre, su exilio”, pero sobre todo sin dejar de ser él mismo.
La Academia francesa, fundada en 1635 bajo el reinado de Luis XIII por el Cardenal Richelieu, está integrada por 40 miembros, y ha contado desde su creación con 722 “inmortales” en representación de lo mejor del conocimiento y de las artes de la nación. El nombre de “inmortales” deriva de la inscripción “A la inmortalidad” grabada en el sello que reciben los académicos. Los miembros electos pronuncian su discurso de ingreso en memoria del académico fallecido cuyo sillón ocupan.
Por su parte Amin Maalouf arrancó los aplausos de la sala al cerrar su discurso diciendo que “cuando se obtiene el privilegio de ser recibido en una familia como la vuestra, no se puede llegar con las manos vacías. Y si uno es, al igual que yo, un invitado levantino, tiene que llegar con los brazos llenos. En agradecimiento tanto a Francia como al Líbano, traigo conmigo todo lo que mis dos patrias me han regalado: mis orígenes, mis lenguas, mi acento, mis convicciones, mis dudas, y por encima de todo, mis sueños de armonía, de progreso y de coexistencia.
Estos sueños están hoy día maltrechos. En el Mediterráneo se ha levantado un muro que separa los dos universos culturales a los que pertenezco. Es un muro que no pienso saltar para pasar de una orilla a otra. Mi ambición es la de desgastar ese muro de la abominación –entre europeos y africanos, entre occidente y el islam, entre judíos y árabes-, de contribuir a su demolición. Esa ha sido siempre mi razón de vivir, mi razón de escribir, y la perseguiré en vuestra compañía. Bajo la sombra protectora de nuestros antepasados. Bajo la mirada lúcida de Lévi-Strauss.”
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