Un buen chico nos presenta una trama creíble, tan creíble que a veces resulta aterradora, ya que podría resultar muy verídica, motivo por el cual es un libro que puede causar mucho miedo.
Los personajes son completamente reconocibles, con un montón de matices y para nada acartonados. Los protagonistas forman parte de una de esas bandas cuyos componentes son gente sin un talento especialmente brillante, pero que juntos dan lugar a algo especial debido a la gran armonía que hay entre ellos, que pese a ser tan inmensa, se puede romper en cualquier momento.
A su vez, la novela transcurre en el barrio de Malasaña, que aunque ha cambiado mucho, sigue siendo reconocible en la novela. Éste es un barrio con un gran contenido emocional para el autor, quien se siente responsable de haberla deshumanizado y desnaturalizado, ya que su generación ha sido la responsable directa de los grandes cambios que han surcado sus calles a partir de los años 90, una época muy excitante, llena de fracasos gloriosos.
¿Qué tienen de especial los 90 tanto para la novela como para su autor? Lo más importante es que es la generación del autor, quien estudió en esta década en la facultad y comenzó a sumergirse en la vida real. Según Javier Gutiérrez, son una generación que no va a dejar huella en el planeta al ser sus componentes muy cínicos, individualistas, nostálgicos y por vivir en una época de autodestrucción.
El estilo de la novela es un estilo trabajado, que empieza con un monólogo interior de 10 páginas para continuar con conversaciones cruzadas, con la intervención de varias épocas y varios personajes, estando estos elementos enlazados de una manera perfecta. Además, el lenguaje no es nada sencillo pero pese a esto es muy fácil de leer. La voz del narrador es una voz muy empática que nos mete de lleno en la novela desde la primera página y no nos quiere dejar salir, pero es una empatía a disposición del mal, lo que el autor considera el elemento más importante de su obra y de lo que más orgulloso se siente.
A su vez, Gutiérrez está abrumado por toda la gente a la que le ha gustado la novela, pero también por la reacción tan visceral que está provocando en algunas personas, que no pueden dormir a causa de la trama o no pueden sacarse la novela de la cabeza, y el autor no sabe si esto es bueno, pero se siente halagado por haber despertado múltiples sensaciones en los lectores.
Además, la estructura de esta novela es similar a la del resto de novelas de Gutiérrez, es una novela sin hoja de ruta en la que el autor siempre trabaja con personajes, con motores emocionales, y no parte de un argumento predeterminado. En Un buen chico vemos cómo un solo segundo de la vida de Polo, el protagonista, es capaz de provocar que todo su pasado le asalte y que ese instante marque su vida para siempre. De este modo, el pasado es lo que marca el conflicto y la vida se define como un campo a través en el que, si acertamos en una encrucijada, nos vamos a equivocar en la siguiente.
Por otro lado, los cinco discos de los 90 que abren cada uno de los cinco capítulos tienen una gran relevancia en el libro, ya que son los discos que los protagonistas, por consenso, se llevarían a una isla desierta. Además, son fundamentales para ver cómo eran ellos antes, cuando eran felices en la última década del pasado siglo.
Para finalizar, hay que comentar que el libro es tan corto (tiene alrededor de 140 páginas) porque no hace falta nada más para completar una buena historia: al igual que en los pasatiempos en los que hay que unir los puntos, con sólo unirlos vemos todo lo que hay detrás aunque luego podamos añadir unos últimos detalles.
En definitiva, violenta y lírica a la vez, Un buen chico es una lectura hipnótica y profundamente perturbadora.
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