Porque en otra galaxia veríamos a las mujeres vestidas de negro, con los cabellos cubiertos de velos, con largas faldas, con las miradas apuntando hacia el suelo y un color negro dominando toda la estética. Cuando una mujer que va a llegar en avión a Teherán tiene que ir al lavabo para cambiar sus atuendos es que algo va mal. Cuando el teólogo conservador joyatoleslan Kazem Sadigui dice en la televisión “muchas mujeres que no van vestidas del modo adecuado… provocan la corrupción de los hombres jóvenes, lo cual incrementa el riesgo de temblores de tierra” es que algo va mal, por no decir todo.
¡No quiero ni pensar cómo debían de ir vestidas las mujeres en Japón después del cruel terremoto del pasado mes de marzo! En ocasiones el futuro se detiene en ciertos países que parece que les cueste avanzar. Y a uno de esos países, Irán, está dedicado el tercer libro de Ángela Rodicio, que se presentó ayer en la Fundación Ortega-Marañón, un jardín del saber, que un inoportuno aguacero no nos dejó disfrutar de él.
El libro es un trabajo arduo que le ha costado a la autora muchísimos años y un acopio de información de sus últimos veinticinco años. “Después de este libro, voy a tener complicado volver a Irán”, afirmó Rodicio con la templanza suficiente de saber que ha elaborado un texto objetivo, veraz y documentado y eso, en ciertas instancias iraníes, duele. Calificó al país como una isla del pasado, un jardín del pasado, pero esto no fue así constantemente, “los persas siempre han sido mucho más evolucionados que los de Mesopotamia”, la dijo un conocido al comentar el tipo de escritura farsi.
Aunque la actualidad parezca desmentirlo, Irán, la Persia de los shas, es occidente. Gran Bretaña no hubiese ganado la Primera Guerra Mundial sin el concurso de Irán. El Lord del Almirantazgo de aquella época, Winston Churchill, tuvo la brillante idea de cambiar el carbón de los buques de guerra, mucho más pesado, por el gasoil, por la nafta, como se denominaba en aquella época, ya que los primeros descubrimientos del carburante se produjeron en los campos de Nafta. Muchas palabras occidentales tienen su origen en el idioma farsi.
Todo esto nos lo cuenta Ángela Rodicio y muchas más cosas, como las revueltas estudiantiles contra Mahmud Ahmadineyad, un auténtico superviviente en los trapicheos del poder y de las elecciones que manipula a su antojo, como la revolución de los imanes, etc. y todo con un lenguaje periodístico, en ocasiones con una lírica poética, utilizando descripciones concisas y coloristas, aunque sea el negro el color que predomine. Un libro valiente, riguroso, escrito sin miedo. Así son las cosas y así las ha contado. Un libro para leerlo despacio, un libro imprescindible para conocer la historia de un país que puede costar entender y siempre mejor que cualquier libro de historia.
La presentación del libro corrió a cargo del periodista y escritor Raúl del Pozo, que se declaró un rendido admirador de los corresponsales de guerra y, sobre todo, de Ángela, “una corresponsal con una gran falta de narcisismo que va a la guerra como puede haber ido a la compra”, señaló. Y enumeró sus cualidades periodísticas: “tiene una prosa solvente, valerosa y veraz”. ¡Qué más puede decir un maestro de periodistas!
Sí apuntó las cualidades del Irán actual y lo describió como un país que tiene una sociedad ubicada en la Edad Media, donde las cárceles nunca han estado tan llenas como ahora, donde el régimen religioso es mucho más feroz que la otra religión monoteísta. Sobre esto añadió que para él, “las grandes religiones son como los grandes trasatlánticos y los poetas son las balsas salvavidas”. Ángela cumple con su libro este papel, el de ser una poetisa de la realidad.
Jesús Sánchez Lambás, responsable de la Fundación, introdujo la presentación y dijo del libro que “además de enseñar, obliga a reflexionar sobre lo leído, profundiza sobre las noticias que cuenta”, y calificó a la autora como “una magnífica narradora” y concluyó diciendo que “el libro respira el amor que Ángela siente por Irán”. Asistieron al acto, además de un numerosísimo público, la infanta doña Elena de Borbón, amiga de la autora; el ministro de Trabajo, Valeriano Gómez; y el presidente de la CEIM, Arturo Fernández; estos dos últimos tuvieron que soportar las bromas sobre la reciente fracasada negociación laboral. Pero en el acto estuvieron unidos por el gusto a la buena literatura y por su amistad con la autora.
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