"El hijo del desierto", su nueva novela, es un relato épico que transporta al lector desde el remoto Kush hasta el Éufrates, pasando por la ciudad de Tebas, el templo de Karnak y las riberas del Nilo.
Decían que era hijo del desierto, y que la noche lo había parido en su luna llena, y posiblemente fuera cierto. Le crió Heka, la anciana hechicera, y fue también ella quien le brindó un nombre, Sejemjet, antes de que Kemet reclamase a su hijo en la batalla. Menjeperre, vida, salud y prosperidad le fueran dadas, se sentaba entonces en el trono tras más de veinte años de una insufrible espera que había terminado por generar inevitables odios. Con su llegada al poder retomaba una política expansionista que ya había apuntado su abuelo apenas cuarenta años atrás, y que él estaba decidido a desarrollar hasta donde los dioses le permitieran, dispuesto a hacer olvidar cuanto antes los veintidós años de reinado de su odiada tía y a la vez madrastra, Hatshepsut.
Arrancado de su hogar, Sejemjet pasó a engrosar las filas del ejército del faraón y así el niño se hizo hombre y el hombre se convirtió en guerrero, y la ausencia de padres conocidos dio alas a la imaginación de muchos, que comenzaron a alzar sus voces al ver en aquel soldado al hijo de Set, el terrible dios del caos, el iracundo señor de las tierras baldías, el hacedor de tormentas. >A las órdenes del señor de las Dos Tierras, Sejemjet llevó la muerte a las tierras de Retenu hasta ponerse al frente en la conquista de Jop pa, y durante muchos años luchó contra todo y contra todos —aun contra sí mismo— con el respaldo constante del general Djehuty, toda una leyenda en el ejército del dios, y la amistad sincera de Mini, el hijo de un portaestandarte que había servido en el ejército allá en la frontera con la lejana Nubia en tiempos de Tutmosis I. Pronto su nombre se alzó sobre el resto, y se oyó en la corte del Horus Dorado y fue entonces cuando su vida dio un giro que él no esperaba, pues desconocía que fama y traición suelen habitar bajo el mismo techo. Por un lado, su fuerza en la batalla le granjeó el odio del general Mehu, el más temido de entre los hombres del faraón. Por otro, le llevó a conocer el amor en brazos de Nefertiry, hija de Menjeperre y Sitiah y hermanastra del futuro faraón Amenhotep II.
Cuando intrigas y envidias separan a los dos amantes y él regresa a Canaán, no sabe que apenas ha empezado su condena: comienzan largos años de guerra y también de añoranza de Kemet. Años que agrandan su leyenda al tiempo que hacen crecer en él la desesperanza por su situación, aunque no estará solo: su amigo Mini ha emprendido un camino político, pero entre los nuevos compañeros encontrará a Senu, un hombrecillo forjado en los horrores de la lucha, y a Hor un sabio sacerdote. Si Sejemjet se diría hijo de Montu, el dios tebano de la guerra, Senu parecía el mismo dios Bes redivivo, metiéndose una y otra vez en problemas y siempre embarcado en orgías libidinosas.Juntos harán frente a los embates enemigos, pero también a los que llegan desde sus propias fi las, ya de escribas ambiciosos, ya de la misma corte del faraón.Tras pasar por el fértil valle de La Bekaa, después de mil batallas con apirus y shasus que dieron nuevo dibujo a las Dos Tierras, al fin el dios de la guerra da descanso a su hijo predilecto y Sejemjet regresa a Kemet.
Lo hace como un héroe semidivino al que el enemigo llama entre susurros el Jepeshi, el que porta la jepesh, pues no hay apiru que no tema el filo de su espada curva, ni hijo del desierto que no conozca la leyenda de su marca: la extraña mancha que, en forma de luna llena sobre un creciente lunar, lleva impresa sobre uno de sus hombros desde el día en que naciera. Pero no pasará demasiado antes de que el faraón reclame a su guerrero y Sejemjet se despida de Nefertiry sin saber que su amor tiene enemigos poderosos. Asumiendo órdenes de Mehu, saldrá de allí como un héroe y regresará vencido en su misión, víctima de la emboscada de quienes no saben someter de otro modo a la leyenda. A la traición se une la muerte de Nefertiry, y el que fuera semidiós se transforma en una suerte de proscrito.
Egipto le vuelve la espalda, y es enviado al lejano Kush, el reino del olvido, para que su leyenda se diluya en los confines del desierto. Mas el poder de su jepesh es tal, que pronto su fama transciende las fronteras del imperio y no hay nómada ni caravana que no se refi eran a él con respeto y temor. Bajo su protección, los yacimientos auríferos producen cantidades ingentes de oro, libres de las amenazas de los beduinos que de ordinario acechan. Todos temen su ira, pues están convencidos que el dios Set se halla en aquel hombre.
Es así como su leyenda vuelve a abrirse paso en las Dos Tierras. Desde Menfi s es reclamado para que se presente en la Escuela de Ofi ciales. Allí le espera Mini, su viejo
amigo, ahora convertido en tutor del príncipe Amenhotep, quien siente fascinación por el enigmático guerrero. La vieja amistad lo rescata al fi n de las tierras baldías y Sejemjet se presenta ante el pequeño príncipe, para instruirle en el manejo de la espada, que queda impresionado al ver aquel cuerpo poderoso cubierto de cicatrices. Para el heredero al trono, Sejemjet es la viva representación de Montu, el dios de la guerra tebano, y sólo ansía convertirse algún día en un guerrero como él.
Pronto el faraón conviene en otorgarle su perdón. ¿Acaso tuvo Egipto un hijo más solícito? La ciudad de Tebas supondrá un buen lugar para su retiro y es enviado a su Cuartel General para que instruya a los reclutas. Pero los dioses que rigen el destino de los hombres tienen otros planes. Una tarde, Sejemjet se encuentra con la hermana de su amigo Mini, Isis, convertida ya en una hermosa mujer. Pronto ambos se enamoran perdidamente para abrir las puertas a la tragedia, pues Isis posee también su propia historia. Casada por conveniencias familiares con el poderoso Merymaat, su vida no es más que un cúmulo de sufrimientos que esclavizan su alma dentro de la jaula de oro que su marido le proporciona.
La tempestad que se origina es digna del mismísimo Set, ya que Merymaat es un hombre muy poderoso. Éste descarga su mezquindad con brutalidad sobre su joven esposa, a la que casi llega a matar, enajenado por la furia que alimenta su soberbia. Sin embargo es entonces cuando, en verdad, el iracundo Set hace acto de presencia. Su fuego devastador se apodera de Sejemjet para quien Merymaat representa el compendio de todo lo malo que la vida le ha deparado. En su opinión, la dignidad del hombre no debe estar sujeta a sus leyes, y tras una venganza atroz decide huir de Kemet para perderse en los lejanos desiertos. >Egipto le declara la guerra para buscarle sin descanso, pero el que otrora fuera su hijo predilecto desaparece para convertirse en un espejismo más, de los que acostumbran a habitar entre las infinitas arenas del país de Kush.
Durante diez años Sejemjet vaga errante, sobreviviendo en la única tierra que parece estar dispuesta a darle cobijo. Acompañado por un perro, alquila su espada a las caravanas que encuentra en su camino; pero diez años es mucho tiempo, incluso para un hombre como él. Cansado de huir, anhela respirar de nuevo el fragante aire de su amado Valle. Esto le llevará a enfrentarse con su propia leyenda, pues su nombre no ha sido olvidado.
Es entonces cuando, casi al límite de sus fuerzas, los dioses de Egipto deciden apiadarse de él. Un nuevo faraón se sienta en el trono de Kemet. El joven príncipe al que un día enseñara a manejar la espada es ahora Amenhotep II, y está decidido a reclamar a quien todavía considera un dios de la guerra redivivo. Sejemjet regresa a Egipto para ser testigo de las luces y sombras de quien le ha otorgado su perdón. El gran guerrero ahora puede leer con claridad en su corazón y comprender las atrocidades de la guerra: el monstruo insaciable a quien él mismo había servido de alimento durante toda su vida.
Todos los enigmas que le rodean desde el mismo momento de su nacimiento parecen disiparse como por encanto. Es en ese instante cuando el extraño lunar que siempre le ha intrigado se revela en toda su magnitud. Él es la clave de un gran secreto, celosamente escondido, que pone luz en su alma liberándola de las tinieblas. El terrible Set deja paso, entonces, al sapientísimo dios Toth, y una nueva existencia se abre ante él. Los dioses de Egipto le dan su bendición, pues no en vano ellos lo eligieron un día como hijo predilecto del país de la Tierra Negra. Alguien le espera para compartir su vida en paz, lejos de la espada y el llanto, entre el perfume de los campos y los frondosos palmerales del valle que tanto ama, junto al sagrado Nilo de cuyas aguas un día fuera recogido.
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