Entre
sus trabajos de investigación destacan: El concepto de lo popular en Juan
Ramón Jiménez (Procompal. 2007) o Textos literarios: comentarios
lingüísticos (Procompal. 2007), no es casualidad que en varios de sus
estudios Jesús haya fijado su atención en la obra de Juan Ramón, si bien el
poemario empieza con tres citas pertenecientes a Cernuda, Hierro o Reed, que
pueden interpretarse como influencias del autor. Es la sombra no confesada del
autor de Espacio (1954) la que planea bajo estos versos.
Mudanzas
de lo azul comienza con un poema titulado La curvatura
solitaria del azul,una premisa escrita en heptasílabos que ya
dilucida -a grandes rasgos- algunos de los caracteres temáticos y recursos del
libro: "En el vasto horizonte / los recuerdos sin rostro, /trazo el tiempo
sin tiempo / sin celebrar mudanza...". Amor, Tiempo, talante dialogístico,
melancolía. Quizá este primer poema no está incluido entre los cinco bloques
que componen el poemario porque es utilizado a modo de poética. El autor dirige
unas palabras previas al lector y para ello utiliza el heptasílabo de manera
exclusiva.
Cuando
el famoso científico Isaac Newton, allá por el año 1672 consiguió demostrar que
el espectro luminoso se divide en siete colores, constató que el color azul
ocupa el quinto lugar en esa escala, como cinco son los bloques del poemario.
En vexilología -estudio de las banderas- el azul es un color frecuente y
vinculado muchas veces a aspectos de significación trascendental. Cárdenas hace
de buen vexilólogo y utiliza la coloración cian del título para encarnar las
más diversas acepciones de un azul que translitera su influjo en la conciencia
del yo lírico narrador y viceversa, invitando al lector a asistir a un
intercambio de efluvios tan expresionista como perturbador.
Si
analizamos el título del poemario, observamos que el azul no es tal, sino lo
azul, y ese artículo neutro que lo precede sustantiva la maravilla informe de
una mirada que va transmutando su esencia en busca del conocimiento, de ahí la
mudanza.
El
primer bloque lleva por título La hora del té y comienza con el poema La
búsqueda inagotable y permanente de las palabras -escrito en endecasílabos
blancos- donde el poeta aborda una
cuestión tan arraigada en el ser humano como la de querer conquistar lo
imposible: "En sueños buscas adueñarte de ella: / una palabra hermosa, nunca
dicha...". Buscar la Palabra significa dos cosas, que no se posee y que se
anhela, y yendo más allá en nuestra pretensión de "Prometeos" buscamos una
palabra nunca dicha, queremos no sólo la Palabra sino toda su exclusividad y
poder, el ego nos lo ordena y no podemos negarnos a ello, es demasiado atrayente, pero el
discurso poético de Cárdenas trunca ese sueño al concluir el poema narrando lo
absurdo de perseguir dioses: "Relámpago en la noche, verso esquivo..." o
"En vano buscas adueñarte de ella". La belleza de las palabras es una de
esas posesiones efímeras de las que gozamos -o al menos eso creemos- mientras
vivimos, un perfume imposible de atrapar si pretendes eternizarlo que discurre
siempre ajeno tanto a conciencias como a
voluntades.
El
poemario arranca con la "palabra" como eje central de su argumento, los poemas Palabras
como avispas -endecasílabos blancos- y Palabras -versos libres que
terminan sin punto final- expresan ese amor por esas pequeñas y volátiles
canciones que nos comunican: "Raras son las palabras que oscurecen, / las
que terminan siendo doblegadas". El autor reconoce el poder comunicativo y
eucarístico de la palabra y dedica versos apasionados a sublimar esa fusión no
planeada entre el alma inquieta y la escritura: "Cómo si no se entiende / Que
un cosmonauta haya visto maravillas / Y esté deseando pronunciarlas". Como
decía Carlos Bousoño: "Así fue la palabra, / así fue y así sea / donde el
hombre respira, / porque respire el hombre".
En el
segundo bloque, titulado En vibrante sacudida, la comedida solemnidad y
el declarado elogio son cambiados por una desesperanza plausible. El autor nos
muestra caminos distintos en su andadura, adentrándose por parajes más
existencialistas y humanos, y aunque su discurso soporta una densa carga de
desencanto, ello no le impide -al igual que Juan Ramón- seguir en busca de la
belleza: "Ahora lo sé. / Me reconozco en aquella arena, / vestigios de un
amor en lenta retirada". La soledad, el amor, la memoria, la percepción del
sentido absurdo, una demolición de los pilares que sustentan la esperanza pero
no a la esperanza misma: "A pesar de los malos tragos, / se prometió
seguir...". Sobrevive en los versos del poeta un optimismo latente que no
permite la aparición del victimismo ni la sensiblería, haciendo honor al título
del libro. El discurso poético de este autor sevillano no queda varado en
ningún punto concreto, sino que va fluctuando por un recorrido argumental
-nunca mejor dicho- en constante mudanza. Y esa mudanza es la de la misma vida,
una metamorfosis procurada por el paso del tiempo y las circunstancias que
conlleva verse obligado a vivir hasta morir.
Ya en
el tercer bloque El mar desde la orilla y tras paladear los dos bloques
anteriores, el lector encontrará una variada gama de matices al paso, ya que,
al igual que los buenos vinos, los versos van expandiendo sus cláusulas ganando
en densidad y aromas.
En el
poema De escamas y de abismos estos versos sentencian a nuestra
arrogancia: "Todo deja curtido el tiempo / para que podamos entregarnos a la
memoria". A momentos, el talento del artista camina por senderos de poesía
de la experiencia, a momentos también lo hace por encrucijadas metafísicas,
pero encuentro un postgusto prolongado de postmodernismo en toda la obra en
general, una miscelánea de sabores que en lugar de proscribirse unos a otros se
concatenan de manera natural formando un ecléctico caudal de atrayentes
motivaciones.
Lo
predecible y el miedo comienza con estos versos: "Descubres que en
las cosas predecibles / el miedo y el dolor / se hacen más soportables", y
no puedo evitar recordar ese dibujo en el agua que trazó Benítez Reyes: "Bien
sabes que estos años pasarán, / que todo acabará en literatura". Coronando
esa matemática certeza, Benítez Reyes no sólo concluyó uno de sus mejores
poemas, sino que diagnosticó hábilmente su propia enfermedad y la de muchos
otros, como entre ellos, Jesús Cárdenas.
Además
de la notoria influencia poética del gran poeta de Rota, Felipe Benítez Reyes,
también encontrará, quien conozca la obra de los poetas Dolors Alberola o
Francisco Basallote, suficientes motivos para comprender que estos autores
figuren en la página de del poemario.
Lo
humano y lo metafísico conviven en este poemario manteniendo una alternancia
tautomérica en sus roles, un equilibrio a veces sacudido por el descarnado
mensaje de la realidad. A cerca de la
soledad y circunscritos en el poema Playa de solitarios resplandecen
estos versos: "Me he preguntado al verlos / si bajo sus gafas arrastran
fantasmas". Entre las tantas y tantas pinceladas de género variopinto,
aparecen fotogramas elegíacos que son satélites de la luz y el tiempo: "Vencer
la luz abrasadora / y dejarme atrapar por su frío cuarzo de invierno" o "En mi espacio requiero de más tiempo, /
de agujas que corran hacia atrás" imágenes que dibujan el mismo escenario
donde sembró su maestría el maestro de Oliva, Francisco Brines, curiosamente
otro admirador de Juan Ramón Jiménez y Cernuda.
En el
cuarto bloque, titulado Mecanismos eróticos la luz adquiere una mayor
relevancia, se sobredimensiona su poder simbólico para así trascender en los
versos todo su valor pictórico: "Hay una mano que insiste en borrar luz del
cuadro, / desnudez del océano, / y en dejar otra luz que no resulte
indiferente". La Nada se conceptualiza en una encarnación metapoética, o
debería decir metapictórica: "Podría interpretarse que el propio silencio / aparece
en los bordes del lienzo". En ese solipsismo del viajero, la carga se
reduce a los enseres del desposeído, es decir, a su propia experiencia, por
ello la metáfora de lo absurdo del mortal que sueña la inmortalidad en ese
carboncillo de Boceto de una mujer, o esas alas perdidas que renacen
gracias al pensamiento del amor en El deseo o el mar.
Llegados
al quinto y último bloque del libro titulado Mudanzas del viento, las
dudas y cavilaciones existenciales son sustituidas por las certezas de las
imposibilidades. Cárdenas relata su propio adiós sin despedida, consciente de
la revelación panteística del mundo y de la vida, decide consagrarse a esa
trasformación periódica que le obliga a cambiar de rumbo, a desandar, a
desaprender. Cercano en ocasiones a esa tercera etapa en la poética de Juan
Ramón, Cárdenas alcanza cotas de poesía suficiente como en estos versos: "Sobre
la comunión de carne y espíritu, / interviene el bramido del silencio".
El
dictado del poeta es un soliloquio que rememora el amor a la vez que condena el
absurdo de los apegos, esa controversia incrustada en todo ser viviente que lo
flagela y angustia, que lo asusta pero a la vez lo enciende.
En
definitiva, Mudanzas de lo azul es una aventura recomendable ya no por
su riqueza de sensaciones, que pueden terminar en reflexión, sino por su
honestidad de fondo y forma, un peldaño importante en el ascenso de Jesús
Cárdenas que posee la valía de lo auténtico, algo que sin duda le reportará
gratas consecuencias.
Poesía
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