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"Desastres, poemas y otras delicias" es la ópera prima de una gran dibujante de versos o una gran poeta de colores como es Vanesa Torres

jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h

No es extraño encontrar, en ocasiones, artistas que por su inquietud o su increíble destreza para manifestar su mundo interno hacen uso de varias artes -en concreto la poesía y la pintura- para canalizar sus emanaciones artísticas. En Valencia, ciudad donde vivo, existen varios casos. Alejandro Font de Mora o José Saborit son buena muestra de ello, y una vez degustadas ambas vertientes de estos polifacéticos artistas uno se pregunta, ¿será más poeta que pintor o más pintor que poeta?

Y en la complicada tesitura de discernir esa linde adquirimos conciencia -quizá- de lo absurdo de la pregunta. Ese mismo perfil de eclecticismo posee la autora que nos ocupa, Vanesa Torres, nacida en Madrid en 1977. Como ella misma reconoce empezó a escribir a los once años y pronto advirtió que la escritura poética, además de terapéutica, en ella se convertía en una manifestación artística intrínsecamente ligada al proceso evolutivo.

Vanesa participó en la antología Poesía Capital (2009) editada por Sial Contrapunto. Y expuso su obra pictórica Dibujos Celulares en el Café Libertad y en el Café Oeste Celeste de Madrid en los años 2008 y 2009 respectivamente.

Como no podía ser de otra manera, la propia autora de los versos es la encargada de ilustrar -además del interior con tres ilustraciones en gris- la cubierta y contraportada del libro, un trabajo surrealista de trazo claro sobre fondo negro que como ella misma explica en su biografía -en la solapa del libro- representa pequeños microcosmos habitados por criaturas a la deriva en un fluctuar lleno de símbolos florales y románticos. Un sucinto trabajo que a poco de escudriñarlo me evocó las fabulosas fotografías que Gjon Mili realizó a Pablo Picasso en 1949 en las que el artista malagueño realizó sus más efímeros dibujos armado tan solo con una linterna.

En la contraportada de Desastres, poemas y otras delicias encontramos unas palabras del poeta madrileño Pepe Ramos, autor de La Copa Rota (1999. Editorial Línea de Fuego), unas palabras que aciertan por entero al describir el conjunto de poemas como una fiesta llena de colores y texturas, unos versos impregnados de fantasía, romanticismo y ternura.

Son muchas las sensaciones que causa la lectura de estos versos. A veces nos embarga la sensualidad, a veces el descaro reivindicativo de un adolescente, y en general desprenden la ingenua plasticidad de un primer diario escrito por necesidad.

El poemario se divide en tres partes. La primera de ellas se titula "Desastres" y en ella encontramos todos los poemas sin punto final, algunos sin título y donde la aventura comienza con estos versos: Débiles los brazos/carentes de gracia/ocurrente/Derribados/de adjuntas pasiones/Enardecidos/de visiones y lanas antiguas. Bellas palabras para iniciar un poemario al que prevén igual de lírico como arrebatado. Un primer poema lleno de mensaje a la sociedad, sin disfraces, con crudeza: "títeres con alas rotas/caladas de enmiendas". Sabores y formas que contrastan con el crudo realismo de Los días bipolares: "Y es que, /todos sufrimos la puta bipolaridad/que existe, entre la vida laboral y la personal". La autora personaliza su yo lírico en función del argumento del poema, como por ejemplo en De pequeña: "Pero, mi jefa me ha sorprendido/escribiendo este poema/Regañándome, me ha dicho: / ¡quiero verte enseguida en mi despacho!/*Quizá, ella también está cansada/de ser mayor y quiera jugar". En este caso Vanesa utiliza en primera persona la voz narradora del poema de manera tan directa que la capacidad de ensoñación del personaje nos contagia toda su ingenuidad. Para cerrar el primer bloque la poeta alcanza cotas de un surrealismo, yo diría grotesco, al impostar nuevamente su voz en otro cuerpo de esta manera tan inquietante: "Sobre tu litografía, verdes ojos y serpiente/Te amé, como un perro ama/sin agravio comparativo/Después de todo/sólo quedan los huesos de lo que fuimos, /mujer".

El segundo bloque se titula "Poemas" y es el más extenso del libro, en él se mantiene la dinámica de no utilizar punto y final al término de cada poema así como de prescindir de algún título. En el poema "Palabras" la artista define de múltiples formas el caleidoscópico poder traslaticio que sigue teniendo la palabra, por malos tiempos que sean para todo y por mucho que le pese a muchos, ella confiesa a la vez que su adicción a ella, su gratitud y el poema es un homenaje donde desnuda su profundidad, su invisible vínculo con la música, su fuerza visual pero también su fundamento telúrico como en estos versos: "Viven en el viento y para el viento/vestidas de átomos y partículas/dejándote sentirlas desnudas en los labios". Empujados a la vorágine de escalofríos que nos propone la poeta madrileña encontramos deseo, sensualidad, un erotismo trasvenado dosificado mediante una ductilidad muy elegante: "Líquida sin saber de qué forma/licuada de fresas y versos/cloroformizada de sigilo, /me desenvuelves igual que a una caja de bombones/y eliges por dónde empezar a comerme". En el poema "Declaración de deseo" la autora sigue versando ese frenesí de la carne que trastorna los sentidos y remata el poema confirmando que su poesía es un trasunto de su vida de manera que en los últimos versos podemos apreciar una metáfora encarnada en los colores que blande en su vida personal como pintora: "En fin, /no me ha quedado otro remedio/que masturbarme en plata, rojo y negro". Aun en el despertar de los sentidos la poeta reconoce el solemne peso de la memoria en la vida de cualquier persona, un paraíso si se recuerda con nostalgia, una miasma mortal si se recuerda con dolor: "Marcharé con las manos fecundadas/de besos antiguos, /que aún guardo sin saber por qué". Todo un vaivén de emociones provisto de encanto y besos, fanegas de impulsos instintivos que consigue revolcarnos como niños en un jardín que ya no recordábamos.

En el tercer bloque titulado "Otras delicias" la puntuación ortográfica es más anárquica, los textos se transforman en párrafos narrativos que narran -ahora ya sin esconderse- las mismas tribulaciones que cualquier diario. Confesiones, pensamientos, orgánulos rescatados del silencio convertidos en un breviario, en un obituario de vergüenzas y cadenas ya quebrantadas por el privilegio de contarlo. Unas delicias dialogísticas entre el autor y el lector hilvanadas con un lenguaje coloquial y directo. Un cómodo final sin retórica, sin ornamento, donde reluce con valor una posdata: "No me molesten sigo creciendo".

Sin duda muchos de los escritores, ya consagrados, que hoy gozan de una posición envidiable en el mundo de la literatura, desearían que su primer poemario fuese una obra tan digna y madura como lo es este poemario, un compendio de luces deslumbrantes que no deja indiferente a nadie, ya que tiene la capacidad de cegar el alma del que lo lee dejándole una huella indeleble, la huella de una poesía que no engaña.

Actualmente Vanesa Torres está inmersa en varios proyectos artísticos y entre ellos se encuentra la consumación de su segundo poemario que llevará por título Funambulismo. Una gran noticia que sin duda se convertirá en un peldaño más hacia su consagración.

Poesía

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