Claire DeWitt, una detective privado medio pirada de Brooklyn, en Nueva York, llega a la ciudad para encontrar la pista del fiscal Vic Willing, desaparecido desde el huracán. DeWitt, que vivió un tiempo en Nueva Orleáns, no llora ni una sola lágrima por el French Quarter ni por el resto del centro histórico de la ciudad. El olor a polvo, moho y tristeza que pende sobre la ciudad la pone de los nervios.
No soporta más historias de personas que perdieron la vida con la inundación. «No hay víctimas inocentes», dice citando a su maestro, el legendario (y naturalmente inventado) detective privado francés Jacques Silette: «Toda víctima elige su papel de forma tan esmerada e inconsciente como el policía, el detective, la persona que ordena el crimen y la que lo ejecuta. Cada uno elije su papel y luego lo olvida, a veces durante una eternidad... Hasta que aparece alguien y le recuerda su elección.»
La hipótesis de trabajo de Claire DeWitt es que el apreciadísimo fiscal Vic Willing no fue simplemente víctima de la inundación, sino que en plena tormenta se topó con su asesino. Y el método de Claire DeWitt consiste en esperar, tomar drogas, buscar respuestas en el I Ching, pelearse con viejos conocidos, comprarse un arma de fuego y hojear incansablemente la críptica obra maestra de Silette, Détection: «No hay nadie inocente. La única pregunta es: ¿cómo cargarás con tu parte de la culpa?»
La novela de Gran no es sólo un libro poco convencional sobre la Nueva Orleáns que dejó el huracán Katrina, también es una de las historias de detectives más originales de los últimos años. Qué digo: ¡De las últimas décadas! Les seré sincero: las historias de detectives me gustan, pero el género está tan carcomido y cubierto de polvo como las quebradizas casas sureñas de Louisiana, que se hunden incluso cuando no hace viento. Así pues, Sara Gran (nacida en 1971 y apenas conocida en Alemania hasta la fecha) no ha tenido que derruir nada; en lugar de eso, ha descubierto la esencia filosófica de la novela detectivesca entre sus ruinas: la detective Claire DeWitt no busca al asesino de Vic Willing, sino el misterio que lo envuelve y que (¡como la mayoría de personas!) había logrado mantener oculto a ojos tanto de los demás como de sí mismo.
Que todos somos una incógnita incluso para nosotros mismos es algo que nos recuerda una buena novela negra (como La ciudad de los muertos). O un huracán (como el Katrina). En cualquier caso, Vic Willing no murió en Nueva Orleáns víctima de la inundación; la cosa casi nunca es así de sencilla. «Muchas personas se ahogaron al momento», escribe Sara Gran, «pero otras se ahogaron en un loop temporal, poco a poco. A veces tardaron años. Y luego están las que llevaban ahogándose desde que tenían uso de razón.»
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