Su vocación de reportero la desarrolló en Caiga quien caiga. En esta ocasión se ha vestido de reportero del Renacimiento para bucear por la Italia de esa época, gracias a su pasión por Leonardo da Vinci. “Siento mucho amor y mucha pasión hacia su persona”, afirma nada más comenzar la entrevista en un conocido hotel de la Gran Vía madrileña. Pero una vez dicho esto se queja cuando dice: “a Leonardo se le admira como genio y no como persona”.
Su afirmación nos desasosiega, como lo hace el comienzo de su novela, quizá lo diga porque desde la perspectiva histórica se le vea como genio por sus innumerables hallazgos e inventos pero en su tiempo tuvo que andar de un sitio para otro buscando su espacio, lo que ahora llamaríamos fuga de cerebros. “En aquellos tiempos, siglos XV y XVI, los mecenas atraían a los diversos genios y artistas de su tiempo. Por ejemplo, los Sforza en cuestiones de arte o los Reyes Católicos en cuestiones de descubrir nuevas tierras”, señala.
Christian Gálvez es una persona trabajadora y muy ocupada, sorprende que pueda sacar tiempo para dedicar a la escritura de una novela histórica, máxime cuando nos cuenta que ha tardado cinco años en documentarse. “Sacrificio mi tiempo, mi ocio, mi trabajo y a mi mujer para escribir”, enumera, pero lo que más ha sacrificado es la consola, ya que se considera un jugón y ya no lo puede ser tanto por ese virus que se le ha inoculado que es la escritura.
Esos cinco años que ha empleado en conocer todo sobre Leonardo le han hecho cambiar la percepción del genio renacentista, que fue un hijo ilegítimo de un conocido notario de la época y posiblemente de una esclava de Oriente Medio. “Era disléxico bipolar y tenía un déficit de atención. Al ser ilegítimo no pudo acceder a la educación oficial, por eso creo que el mayor legado de Leonardo da Vinci es que la autoformación vale tanto o más que la educación académica reglada. No digo que esta última sea prescindible, en absoluto. Digo que las grandes mentes buscan más allá, y siempre terminan encontrando lo que buscan”, y lo mantiene una persona que estudió Magisterio con aprovechamiento y que cree que es una salvajada que el presidente de la comunidad madrileña haya suprimido la música como asignatura obligatoria, lo mismo que cree un servidor.
Christian Gálvez conoce gracias a sus investigaciones muchas cosas curiosas del genio florentino. “Fue el inventor de lo que hoy conocemos como la nouvelle cousine montando un restaurante con Sandro Botticelli. Inventó el tenedor de 3 puntas, la servilleta de tela, antes eran de piel de conejo y fue la primera persona que hizo la deconstrucción de un huevo. A mí me gusta apuntar que sería el Chicote del Renacimiento. No triunfó, desde luego, pero es que se adelantó quinientos años a su tiempo”, nos desvela con una sonrisa en sus labios.
Esa capacidad multidisciplinar le acompañaría toda su vida. Si Christian Gálvez tuviese que escoger un invento preferido, no lo dudaría un instante y señalaría el avión, el sueño del hombre a volar, es tal su pasión que lleva en la cerviz tatuadas un par de alas creadas por Leonardo. Es tal la personalidad de este genio renacentista que no le extraña que “nos cueste asimilar que alguien puede hacer tantas cosas distintas a la vez. Pero de ahí a criticarle va un abismo. Criticar no lleva a ninguna parte”, sostiene, aunque reconoce que él lo ha hecho hasta que se dio cuenta de que era algo negativo y no conducía a ninguna parte.
Lo extraordinario es peligroso
“Leonardo da Vinci no fue comprendido en su tiempo. Sólo baste recordar que fue el creador de la escritura especular que hasta siglos después no fue utilizada. Inventó muchas cosas y no patentó ninguna. Para mí, Leonardo despertó demasiado pronto mientras los demás estaban dormidos”, analiza sosegadamente pero a la vez contundente y con pasión. Se le nota en sus ojos cuando recuerda todo lo que le ha aportado el genio.
Leonardo era incómodo para su país. “Lo extraordinario es peligroso”, mantiene, de ahí su muerte en circunstancias extrañas y con la que inicia un sorprendente y triste primer capítulo de la novela. “Ante todo he procurado no permitirme licencias literarias, solo estrictamente las necesarias. Existe una delgada línea entre la realidad y la ficción que no se debe traspasar. Mi novela es, ante todo, verosímil y veraz, en todo lo posible”, afirma con certeza. Para ello ha acudido a diversas fuentes como a los escritores e investigadores Luis Racionero, José Luis Espero, Charles Nicholl o Kenneth Clark. Los dos años que coloca a Leonardo en Barcelona es porque existía una laguna histórica en la que no se sabía dónde había estado y el escritor galáctico, es de Móstoles, se permite esa pequeña licencia con base histórica, ya que el bisabuelo de Leonardo está enterrado en Barcelona.
Dos personas que siempre salen a colación cuando se habla de Leonardo son Miguel Ángel y Ludovico Sforza. Con Miguel Ángel siempre surgen las comparaciones. “Según fuentes de la época, ambos coincidieron en un trabajo para el Palazzo della Signoria en Florencia. Si bien creo que en lo más profundo de su ser se admiraban mutuamente, los dos eran antagonistas. Miguel Ángel tenía una inteligencia concentrada, mientras que Leonardo hacía uso de la inteligencia expansiva”, opina.
En cuanto a Sforza refiere que “fue un visionario, supo valorar el primer curriculum de la historia que escribió Leonardo, creyó en los cerebros de la gente y creó la primera biblioteca pública. Con Leonardo hizo grandes cosas”, rememora el presentador televisivo que no ha sorprendido con una novela tan rica en detalles y que tiene un estilo tan ágil que se lee como un thriller y que busca. Como el mismo repite “siempre intento buscar el punto positivo de las cosas”.
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