Es menos sabido que, mucho antes, el Marqués de Santillana tuvo el honor de haber sido el primero en intentar escribir en castellano sonetos “al itálico modo”, como se decía entonces y se debería decir ahora. De hecho, se conservan en la actualidad un total de 42 sonetos atribuidos al Marqués en distintos manuscritos y códices, custodiados en la Biblioteca Universitaria de Salamanca, la Nacional de Madrid o en la Real Academia de la Historia. Digo «custodiados» y digo bien, pues recientemente he intentando acceder a uno de esos ejemplares y me ha sido del todo imposible por culpa de la habitual torpeza de la burocracia española.
El paso y el peso de los años han hecho que estos primerizos sonetos caigan en el olvido y que, a día de hoy, consideremos a Boscán y a Garcilaso de la Vega como los verdaderos introductores del soneto en nuestro país. No en vano el soneto alcanzó con ellos una de sus cotas más altas. Haciendo un paralelismo que para mí resulta evidente, diría que lo mismo ocurrió con el descubrimiento de América. ¿Quién se acuerda del valeroso vikingo que pisara tierras americanas cinco siglos antes que el más famoso genovés? Para la historia, que al final es la que “cuenta”, solo existe la figura de Cristóbal Colón. Para lo bueno y para lo malo.
Pues bien, algo parecido ocurre con la Rima Jotabé. Se acaba de publicar el fallo del III Certamen Poético Internacional “Rima Jotabé”, habiendo obtenido el primer premio por el poema Profecía del adiós, José Antonio Olmedo López-Amor, cuyo pseudónimo, Heberto de Sysmo, empieza a resonar en el mundillo literario nacional, pues -hace apenas un mes- ha sido premiado a su vez en el V Certamen Literario del Ateneo Blasco Ibáñez, celebrado este mismo año en la ciudad de Valencia.
¿Quién es más importante? ¿El creador de una estrofa poética o quién la hace suya y la engrandece con su pluma y su verso? Quisiera aclarar que no estoy diciendo que el hecho de crear una nueva estrofa poética no tenga su mérito. Máxime, cuando reconozco que la misma ha sido estudiada a lo largo de toda la “geografía” (perdón por la tautología) planetaria. Léase, verbigracia, el importante estudio del profesor venezolano, don Pedro Yajure Mejía, “Aproximaciones a la Rima Jotabé: un aporte significativo a la Poesía”. O, más recientemente, la tesis doctoral del profesor Valentín Gutman que ha calificado la Rima Jotabé como una auténtica revolución poética, comparando el fenómeno con los add comments o con la literatura fractal.
Dicho esto, lo que realmente importa, más que crear una estrofa y darla nombre, y siempre desde mi humilde punto de vista, son todos aquellos poetas que hacen uso de ella y que, en ocasiones, la hacen grande. Y esto solo lo consiguen algunos autores como Gregorio Muelas (9ª accésit del certamen que estamos comentando) o el propio Heberto de Sysmo.
De este modo, quién tenga la suerte de leer Profecía del adiós, descubrirá que es un largo poema, 66 versos, 6 estrofas jotabés, que siguen el patrón habitual: un pareado (AA), un tetrástrofo monorrimo o cuaderna vía (BBBB), otro pareado (CC) y un terzo final (ABC). Muchos son los aciertos que este poema contiene, pero de entre todos destaco el titánico esfuerzo de su autor por engalanar su expresión con un vocabulario bellamente exquisito y con construcciones sintácticas sugerentes; ejemplos, la expresión luz encandecida de la estrofa II, o el verso y morirá ese niño, ya irredento, de la estrofa III. También quisiera hacer hincapié en la retahíla de recursos retóricos que utiliza el autor y que van desde la antítesis (Y florecerá el Todo de la Nada, I) o el hipérbaton (Desandar, desaprender lo vivido, / de la vida, su propio cometido, II) hasta la enumeración provocativa (las fábulas, los miedos, los pecados, III).
En resumen, este poema, Profecía del adiós, al igual que toda la poesía de José Antonio Olmedo López-Amor, es decididamente un poema original y valiente. Original por apropiarse de una estrofa novedosa, tal y como hicieron Boscán y Garcilaso en su día con el soneto. Y valiente, pues es expresión de un más allá, cada día está más cercano, de un tema -el hombre y la muerte- al que pocos poetas actuales se acercan o pueden acercarse, porque, como él mismo afirma “seremos, por no ser, antes que nada, / un pálpito de vida imaginada”. ¿Qué añadir por mi parte? Solamente paladear una vez más otra pequeña muestra de sus versos:
Siempre pierde más, quién más ha sufrido.
Darte la vida, Amor, para perderte.
Poesía