Jacobo y el narrador son viejos amigos que se acaban de trasladar a Zaragoza, ambos huyendo de un matrimonio fracasado, incapaces de soportar el peso de sus propias vidas. Mientras se habitúan a su nueva situación, comparten cervezas, libros y veladas cada vez más largas en un desesperado intento de eludir el mundo.
Un día, Jacobo empieza a tener miedo, un miedo desmesurado y aparentemente irracional a quedarse solo en casa, que consigue controlar con la compañía de su amigo, hasta que una noche Jacobo aparece apuñalado en su propia casa. El protagonista toma entonces el relevo de su vida, quizás como última posibilidad de huir de la propia, y así conoce a una mujer, Nadia, que se convertirá en su obsesión y junto a la que emprender la frenética investigación del asesinato de su amigo, lo que trastocará definitivamente su propia existencia.
Pese a la investigación que emprende el protagonista y narrador, -la novela está escrita en primera persona-, dista mucho de ser un thriller. Es más una recapitulación de lo que piensa y anhela el protagonista. Una profunda reflexión de cómo ve la vida, sobre todo comparándola con los años ochenta, los más divertidos y creativos de nuestra historia y años que muchos añoramos y nos gustaría ver reverdecer el espíritu imperante en aquellos años acelerados y locos.
Para el narrador las personas se dividen en dos grandes grupos, uno inmensamente superior al otro. El primero es el de las personas que apenas se hacen preguntas, aquellos que son meros espectadores de su vida, con todo lo que puede conllevar de sordidez e insatisfacción; y un segundo grupo, minoritario, que sí se hace preguntas. Aún habría un tercero, al que pertenecerían los que se responden a esas preguntas.
El protagonista pertenece al tercero. Se mira a sí mismo como una persona ajena y no puede por menos que analizarse y ser cruel consigo mismo. "Creo que lo he hecho casi todo mal en mi vida", dice en una ocasión. Para este narrador incógnito no sirven ni valen paliativos. Pocas cosas ha hecho bien en su vida, pero lo realmente importante es lo que ha hecho mal y así lo refleja. El tono de la novela es precisamente ese, un pesimismo existencial que puede llegar y, de hecho, llega a la desolación.
El libro está plagado de citas literarias y de autores. Paul Celan es el principal, su suicidio es una de las temáticas recurrentes de la novela, también Marcel Proust aparece por las páginas y muchos otros. Es una novela muy literaria, excelentemente bien escrita, con una trama que es secundaria porque lo que realmente importa al autor es su autorreflexión sobre su historia humana, que encierra en sí misma la historia de su siglo. Su siglo, evidentemente, fue el pasado siglo XX.
La mala luz es una novela de fácil lectura, por su estilo, pero también difícil, por lo que cuenta y por lo que sugiere al lector. Este deberá hacer un esfuerzo para unir, no los cabos de una trama, sino los cabos de una vida que está dentro de la novela. El lector que ame la literatura con todas sus consecuencias amará el libro. Para quien prefiera la evasión y el dejarse llevar, claramente, este no es su libro.
Carlos Castán es licenciado en filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid, ciudad en la que ha transcurrido gran parte de su vida. En la actualidad reside en Huesca, donde trabaja como profesor de enseñanza secundaria. Museo de la soledad (2000) es hasta ahora su última obra, tras la publicación de Frío de vivir (1997), que fue objeto de una excepcional acogida por parte de la crítica y que ha sido traducida a varias lenguas extranjeras.
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