Cuando Laura queda embarazada de su primer hijo, Pelayo y ella buscan un lugar, lo más paradisíaco posible para pasar las vacaciones de verano, diez días que discurrirán entre la playa, tomando el sol y paseando a orillas del mar y pequeñas excursiones a poblaciones blancas de la costa gaditana. Zahara de los Atunes es el lugar escogido para hacer dichas actividades y otras más introspectivas como leer a Schopenhauer y su tratado sobre la infelicidad.
Esa larga e inmensa playa da para mucho. Da para el erotismo, para la reflexión y para disfrutar. Pelayo es un machista reprimido que no termina de sacar a la luz sus verdaderos sentimientos. Juega con el cuerpo de Laura como un niño hace castillos de arena. La admira, pero admira más su cuerpo desnudo. Juega con el bikini de ella quitándole la parte de arriba, reduciéndole la braguita a la más mínima expresión, pero cuando ve llegar a alguien por la solitaria playa la incita a que se vuelva a poner las prendas quitadas.
Este juego se produce una y mil veces y él reflexiona por qué lo hace, por qué la desviste y una vez hecho, los celos hacen que vuelva a vestirla hasta que en un momento dado esos celos le terminan excitando. Le excita que a su mujer la miren con ojos de deseo. Es en este punto cuando el protagonista reflexiona sobre lo que realmente hubiese querido hacer en las vacaciones. Incluye Borja Cardelús en la novela el esbozo que Iñigo había preparado para escribir una novela que nunca escribirá. Lleva años así y no consigue hacerlo, malviviendo con un trabajo que ni le gusta ni le atrae.
Este texto que Iñigo introduce como si fuese suyo se titula Beltrán y el sexo, es la parte más erótica del libro, pero también es la parte metaliteraria del mismo. En él da rienda suelta a su erotismo Iñigo, que como caballo desbocado recorre todos los recovecos de su mente y de su ser. Es lo que quería ser y hacer y tiene reprimido. Al contárselo a Laura es como si los dos despertasen. Él se convierte en el personaje que siente excitación cuando los hombres contemplan el cuerpo desnudo de su mujer y ella despierta unos instintos dormidos que la conducirán a dar sentido al texto y que no podemos contar porque es el colofón de esta singular novela.
El juego de la obra es lo que ya planteó el escritor francés Michel Houellebeq en su libro Las partículas elementales, el hombre actual vive profundamente insatisfecho y es el placer sexual el más intenso de los placeres. Iñigo vive en ese proceso, su educación católica le ha reprimido sexualmente y quiere romper con ello, pero los atavismos que perviven en su cabeza le hacen que el proceso sea lento y complicado. Es un adicto al sexo que no sabe que lo es. Es un analizador de sus obsesiones, de las que tiene miedo, hasta que al final, gracias a una camarera de un restaurante al que fueron dos noches a cenar, se desencadena la realidad con la crudeza que no se quería.
La novela es como un diario en el que el autor nos cuenta día a día lo que van haciendo. Diez días son los que van a durar las vacaciones y que van a ser cruciales en la vida de ambos protagonistas. Esa camarera, Gata por mal nombre, hace a Iñigo abrir los ojos y ver una realidad oculta a sus ojos y ajena a sus sentimientos. La contemplación a escondidas de esa realidad hace que se cuestione su vida y se la plantee de forma diferente. Es cuando, como nos dice el propio autor, "la novela tira hacia arriba, hacia el amor más elevado".
Un final espectacular y sorprendente para una novela intimista que nos hace replantearnos muchas cuestiones que dábamos por zanjadas. Escrita de manera diáfana y limpia, con reflexiones prácticamente en cada página, no gustará a los que busquen la acción por la acción. Sí deleitará a los que gusten de la buena literatura, la que surge de los hechos cotidianos y de lo más profundo de nuestras reflexiones. Pelayo Cardelús nos da qué pensar, que para eso está la literatura, y si es contemporánea, mejor.
Críticas literarias
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