Schlink es un reputado juez alemán que ha publicado tres novelas policíacas teniendo al detective Selb de protagonista y otras novelas sociales que han tratado siempre temas controvertidos en Alemania, como la herencia nazi o el terrorismo izquierdista de la Baader-Meinhof. El lector, Fin de semana y Mentiras de verano se encuentran entre sus obras que más éxito han tenido.
En La justicia de Selb toca el tema de la herencia nazi, pero de una manera tangencial aunque fundamental para el desarrollo de la obra. Selb es un detective privado que había sido un fiscal nazi al final de la Segunda Guerra Mundial, apartado de su puesto al finalizar la contienda, tuvo posibilidad de regresar a su puesto, como hicieron muchos otros, pero por coherencia personal rehusó hacerlo y convertirse en detective privado.
Selb, viudo, solitario y algo mujeriego, se ha convertido en un sólido detective que se dedica a desentrañar delitos, en esta ocasión es un delito de espionaje industrial con ramificación en delito informático, lo cual hace que la novela sea pionera en el género, ya que en 1987 la informática y los ordenadores no eran de uso cotidiano y todavía no se habían desarrollado como en la actualidad. Por lo tanto, estamos ante una novela donde aparece el primer hacker de la historia.
Este planteamiento original y pionero tiene unas ramificaciones en delitos ecológicos y de vertidos, por lo que volvemos a estar ante una trama que trata dos temas totalmente novedosos y que anticipan un futuro que los autores supieron vislumbrar antes que nadie. Si además añadimos la trama de antiguos SS que pululan por la obra y que no desvelaremos, hacen de la novela un libro auténticamente moderno que el paso del tiempo hace que lo miremos con más atención, debido a los grandes aciertos que contiene.
Escrito en primera persona, el narrador consigue una cercanía en el relato muy interesante. Evidentemente no es una novela negra americana, pero contiene los ingredientes de los grandes maestros del género. Tiene mucho de novela social, de descripción de la sociedad europea y transcultural, distinta de la americana, más snob, abierta y viajera, que hace al protagonista muy internacional.
Cuenta con descripciones precisas de los personajes, tanto en lo físico como en lo psicológico, de paisajes, de ciudades en las que nos va presentando los lugares por donde se mueve el protagonista con un colorido sórdido, típico de este género. Una novela como ésta hubiese tenido que recibir un mejor tratamiento por parte de la editorial, la traducción es correcta pero no brillante, deberían de haberse esforzado más en numerosos giros que quedan trasnochados, aunque sí han sido acertadas en frases de doble significado. También faltan, para el lector no especializado, algunas localizaciones que habían de ser explicadas para el lector no alemán. Por ejemplo, cuando dicen que los nazis escapaban por la Lörrach hubiese tenido que explicar que ésta es una pequeña localidad situada en la frontera suiza a escasos kilómetros de Basilea, cercana a la Selva Negra, por donde muchos nazis cruzaron para salvar sus vidas.
Pese a este pequeño defecto, la obra es sólida, original y muy entretenida, por los muchos tremas que trata y con unos cuantos giros que la hacen muy atractiva al lector. La primera resolución del tema no gusta al protagonista, que continúa investigando por su cuenta y llegando a un resultado espectacular que hace mención al título del libro y que nos hace entender por qué los autores lo titulan así.
Estamos pues ante un investigador que, si bien no es espectacular, recordemos que sus más de sesenta años le hacen ser más reflexivo que un hombre de acción, aunque sabe desenvolverse bien en este terreno pese a su edad, al igual que en el tema amoroso. Es una buena novela con un protagonista concienzudo e irónico, que iría perdiendo esa ironía y ese humor germánico en posteriores obras donde la mano de Popp se perdería. Éste es un curioso personaje que dejaría una vida de éxitos para dedicarse a los más extravagantes oficios fuera de su país.
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