Montecassino la batalla más larga de la Segunda Guerra Mundial
La escritora italiana, nacida en Munich de ascendencia judío polaca, narra una historia por todos conocida pero desde un punto de vista nuevo y original, a raíz de una investigación personal y de los documentos que se han ido desclasificando y dando a conocer poco a poco sobre las matanzas de los soviéticos y nazis en Polonia y para eso parte de la batalla más épica que se dio en la Segunda Guerra Mundial.
Helena Janeczek se acerca a la historia desde varios puntos de vista. En la primera parte el protagonista es un soldado maorí, Charles Maui Hira, que vivió las dos grandes batallas que se dieron en Montecassino. Gracias a él nos enteramos que Tobruk se toma gracias a las tropas maoríes y polacas y tuvieron en el monasterio italiano, el más antiguo del mundo, un papel destacado, tanto que fueron los polacos los que tomaron la abadía y la primera bandera que ondeó en el monasterio fue la polaca. También se recoge la historia del sargento americano Jacko Williams que murió en el primer asalto de Montecassino.
Los alemanes plantearon una defensa de Italia ante el desembarco aliado en Sicilia con varias líneas defensivas muy férreas. La primera fue la línea Gustav que estaba en Montecassino y el río Rapido; la segunda, más importante, fue la línea Gótica, ya en los Apeninos y cerca de los Alpes, que aguantaría casi hasta el final de la guerra. Entre medias de esas dos grandes líneas, hubo otras de menor importancia que fueron retrasando el avance italiano, gracias al comportamiento heroico y casi suicida de la 1ª División Paracaidista alemana y las divisiones Panzer.
El nieto del soldado maorí Maui Hira es el hilo conductor de esta parte, cuando vuela a Italia para conmemorar junto a los amigos de su abuelo el sesenta aniversario de la victoria. Allí comprende lo que hizo su abuelo y las tropas maoríes encuadradas en el ejército neozelandés a las órdenes del mando británico, aunque el general Clark era el mando supremo de las tropas aliadas, que se comportaron de forma muy sui generis, ya que todos querían ser los primeros en llegar a Roma, sin importarles el coste de vidas.
En la segunda parte de Las golondrinas de Montecassino, los protagonistas son dos jóvenes: Edoardo Bielinski, italiano de origen polaco, y Anand Gupta, que irán descubriendo cómo se comportaron las tropas de sus respectivos países. Los judíos polacos pelearon a las órdenes de general Wladyslaw Anders, que tuvo que salvar innumerables obstáculos para dirigir a un ejército diezmado por los alemanes y los rusos. Los polacos fueron los grandes perdedores de la Segunda Guerra Mundial.
En el libro, cuenta Helena Janeczek, cómo los peores trabajos recayeron en las tropas más dispares, como en los gurkhas indios, los maoríes neozelandeses o los marroquíes, sin olvidar a los polacos. Los trabajos más vistosos y menos peligrosos quedaron para los americanos y los británicos. Por algo se repartieron el mundo el 28 de noviembre de 1943.
Churchill, Roosevelt y Stalin se reparten el mundo
En dicha fecha, Churchill, Roosevelt y Stalin se repartieron las zonas de influencias. Pero el gran ganador fue Stalin, que engaño astutamente a los dos presidentes aliados. Los grandes perdedores, los polacos. Si al comienzo de la Segunda Guerra Mundial Polonia fue moneda de cambios entre nazis y soviéticos, al finalizar la contienda sus territorios fueron repartidos. La Unión Soviética ganó terreno a costa de Polonia. Ésta se resarció mínimamente con los territorios alemanes del este. Finalmente, Polonia perdió territorios y quedó como un país satélite de Moscú.
Helena Janeczek nos cuenta la historia desde el bando de los vencedores que al final fueron vencidos. Nunca se reconoció el valor y la entrega de los países secundarios. Sólo un soldado maorí consiguió la Victoria Cross, el más alto galardón británico. Nunca se reconoció a los polacos como el ejército más aguerrido de Montecassino. De hecho, en el desfile de la victoria del 26 de enero de 1946 en Londres, las tropas polacas ni siquiera desfilaron, quizá por negarse la Unión Soviética.
La autora italiana va utilizando, a lo largo de la novela, varias voces. La suya propia, contándonos cómo fue documentándose para hacer el libro; la de los jóvenes, que quieren descubrir el pasado que les han marcado. Y un narrador mayestático que nos cuenta los pormenores de la batalla de Montecassino desde diferentes protagonistas. Estos saltos del pasado al presente cercano dan un vigor narrativo extraordinario a la novela. Curiosamente la parte del joven maorí es la más sentimental y la mejor trazada. La parte de los polacos, quizá por conocerla de primera mano, es más minuciosa y pierde la cercanía, debido a que quiere dar demasiadas explicaciones sobre el comportamiento de sus compatriotas, que fueron los peor parados de la guerra.
Críticas literarias
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