El tren de la muerte fue por tanto la primera gran matanza pública de civiles de nuestra guerra. Los pasajeros del tren que da nombre a la obra eran más de doscientos hombres y una mujer, detenidos en la provincia andaluza de Jaén por su filiación política de derechas o su catolicismo, ya que el principal de estos detenidos era el obispo de Jaén. Los prisioneros estaban siendo conducidos a la cárcel de Alcalá de Henares, pero, ante la presión de los milicianos, el gobierno accedió a que los presos fueran fusilados. Sólo lograron escapar unos pocos que más tarde contaron su espeluznante historia.
Santiago Mata ha llevado a cabo una exhaustiva investigación, ciñéndose a los documentos y a los hechos, y ha entrevistado a uno de los supervivientes, para lograr explicar qué ocurrió exactamente y por qué más tarde el bando franquista prefirió olvidar este terrible episodio.
De este modo,
Santiago Mata analiza los motivos por los que el régimen franquista no dio a la masacre la relevancia que tenía. Su teoría es que estos sucesos podían poner en entredicho algunos mitos del franquismo como el papel heroico que en la posguerra se asignó a la Guardia Civil. Esto podía quedar en duda si se conocía la conducta de dudosa adhesión al alzamiento, o abierta cobardía, de algunos mandos de la Benemérita en Jaén, que prefirieron continuar junto al gobierno legítimo.
Asimismo, tampoco salían bien paradas muchas familias adineradas de la provincia, que habían evitado la cárcel, la deportación y la muerte pagando un rescate. El autor apunta que, en realidad, la colaboración con las autoridades revolucionarias había sido mucho más habitual de lo que pudiera pensarse a primera vista. Por tanto, las personas que viajaban en ese tren fueron las víctimas más olvidadas por las que ninguno de los bandos se preocupó.
Además el libro cuenta con los testimonios de Leocadio Moreno, último superviviente de esta masacre. Moreno logró escapar de aquellos fusilamientos mostrando un carnet de estudiante y alegando que pertenecía a los socialistas universitarios. Diez días después de aquellos hechos, volvió a burlar a la muerte durante su estancia en la Cárcel Modelo haciéndose pasar por un preso común para no ser ajusticiado. Y, durante la guerra, a pesar de ser de derechas, le tocó defender el bando republicano y también sobrevivió.
En definitiva, como dice Stanley G. Payne en el prólogo, este libro no construye ninguna «memoria» subjetiva, sino que presenta los datos de la historia misma. En conjunto,
El tren de la muerte pone en evidencia cómo las dos partes implicadas en la Guerra Civil estuvieron interesadas, aunque por causas distintas, en ocultar las dimensiones reales de la estructura de poder y del cambio social que se produjo en la retaguardia republicana.
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