Es así que, en un libro tan culto y elaborado como éste, las citas se prodigan como pudiera merecerlo el ensayo más exigente, y en tal sentido la autora nos regala ya, de entrada, una aproximación al valor (al sentido) del silencio echando mano de las palabras del apóstol Pedro, después de explicarnos qué era lo único que echaba de menos de su antigua condición de pescador: “El silencio de los peces cuando mueren. El silencio del alba, cuando la barca regresa a la orilla y la noche se disipa poco a poco en el cielo junto con el frescor, los astros y los miedos” Al poco, la autora vuelve a referirse a él, al valor poético del silencio, de un modo más racional: “es una de las experiencias humanas más intensas. Ana Ochoa plantea, desde la perspectiva de los estudios sonoros, que representa un rango de emociones que van desde la quietud hasta el miedo a lo desconocido”. Y tal, este argumento, es el que va a servir como nexo de unión para llevar a cabo una serie de consideraciones sumamente interesantes y clarificadoras en torno al valor, al rasgo distintivo del silencio.
A través de un trabajo tan reflexivo y especulativo, trabajo tan intenso como minucioso, hay un punto álgido, creo de un apartado del libro, en el que se cita al profesor Steiner (un gran especulador, en el mejor sentido, del valor de la palabra como vehículo de sensibilidad y comunicación) que me parece extraordinariamente relevante de la concepción de la autora a propósito de un tema tan interesante como poco frecuentado de los digamos, valores ocultos más significativos en el recurrido pensar el silencio: “También muchas experiencias comunes y corrientes carecen de correspondencia o correlato lingüístico directo. S. nos recuerda que, pese a que vivimos inmersos en el acto del discurso, no podemos asumir que la matriz verbal sea la única en la que se concibe ‘la articulación y conducta del intelecto’. Hay modalidades de la realidad intelectual y sensual que no se fundamenten en el lenguaje, sino en otras fuentes comunicativas, como la imagen o la nota musical. Y hay acciones del espíritu enrizadas en el silencio” Brillante, realmente, la observación, la concatenación de elementos explicativos que sirven para definir, para describir, el rico legado (real y sugerido) del lenguaje como definición del hombre racional, como vía de comportamiento: de afecto y disenso, de proximidad y ruptura.
Un libro extenso en el argumento, intenso en la ensayístico y profundamente interesante para todo lector atento a los orígenes propios, a las razones del lenguaje, al espíritu eterno de la necesidad de la comunicación. En sus mejores momentos -los reflexivos acerca de los significados y valor del lenguaje- podría ben recordar al viejo y nuevo, al ínclito y sabio Wittgenstein.
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