“La heredera y los usurpadores” surge, pues, después de muchos años de estudio. En un retrato minucioso de la Caracas del siglo XVII, donde retrata un mundo de violencia incesante, avivada por la súbita expansión del cultivo de los cacaotales y la convivencia de los encomenderos españoles. Todo ello aderezado por la feroces incursiones de los típicos pueblos piratas: ingleses y holandeses que no hicieron nada por el progreso de aquellas tierras y sólo esquilmaron sus costas. En la entrevista, Juan Aguayo nos cuenta algunos de los secretos de esta increíble novela de piratas y sobre el cacao.
Exactamente, ¿Qué es La heredera y los usurpadores?
Diría que es una novela sobre el impacto de Occidente en el Paraíso, al menos ese fue uno de los objetivos que me movió a escribirla.
¿Tiene de piratas? Sí, la época y la geografía lo imponían por fuerza; pero no es lo relevante, a mi juicio. Tiene de lucha entre razas, entre potencias, personajes y modos de vida en el s. XVII, tiene bastante de crudeza en la violencia descrita y mucho de aventura, así como algo de la magia que llaman realismo mágico, pero fundamentalmente es una alegoría sutil que se aprecia al terminarla, al repasar su trasfondo. Cada quien puede ponerle un nombre a dicha alegoría, según lo que perciba.
¿Tuvo la fiebre del cultivo del cacao tanta trascendencia en el Caribe como describe en su libro?
La tuvo para una gobernación pobre, como era la de Venezuela por entonces, y definitivamente el tema del cacao estuvo en la mira de los piratas, bucaneros y corsarios del Caribe mucho más de lo que estamos acostumbrados a ver en lo que usualmente se narra de ellos.
Quizás por eso es que este “libro de piratas” luce tan diferente de otros que tratan el tema. No era tanto el oro o la plata lo que buscaban con afán los bucaneros; muchas veces, si convenía, era el cargamento de la nave, y en nuestro caso el de la semilla preciosa del cacao, que alcanzaba precios astronómicos en el México del s. XVII, y por tanto una carga muy valiosa en el mercado real, no novelado.
En el s. XVIII España se adueña de ese mercado controlado por los criollos de Caracas, creando con ello un malestar que generó muchos alzamientos. El chocolate enloqueció el gusto europeo en el s. XVIII, pero mucho antes, en el siglo anterior, ya tenía encantado el gusto del virreinato de México, que era rico en plata. Todo el drama por este fruto se desarrolla -como se ve- en un Caribe muy alejado de Europa, y por causas muy humanas como era la codicia, sentimiento natural sin fronteras políticas ni de época.
¿Cómo afectó a México, la urbe más importante americana del siglo XVII y sede del virreinato?
México, la provincia más importante del Imperio Español al norte del ecuador, era la productora clave de plata para todo el imperio español, y un virreinato riquísimo por entonces. Su gusto por el chocolate lo hacía mercado natural para el cacao de Soconusco y Guatemala, anejas al virreinato. Por la gran demanda del brebaje sufrió una crisis en el suministro de esta semilla a inicios del s. XVII. El precio se dispara, y una provincia alejada geográficamente de México, como era Caracas, en la gobernación de Venezuela, inicia su cultivo aprovechando esa demanda, pues sus plantadores descubren que el cacao natural de la costa de Caracas era de una calidad exquisita, naturalmente dulce, y del gusto del consumidor del virreinato mexicano. México pagaba por el cacao de Caracas tres y cuatro veces lo que estaba dispuesto a pagar por otros cacaos extranjeros, como lo era el de Guayaquil, en el Ecuador actual. Esto creó las condiciones para la fiebre del cacao de “la costa de Caracas” y la siembra y lucha por su control se inicia, vista la riqueza que prometía generar en pesos de plata pagados por el virreinato. Es el trasfondo de la trama de la novela.
¿Por qué no afectó tanto al Virreinato de Perú?
En Perú las condiciones del mercado del cacao eran muy otras. México era el gran consumidor de chocolate, no Perú, y en consecuencia, el cacao que se cultivó en Guayaquil no iba a Lima o Cuzco, en Perú, sino a México por la ruta del Pacífico costeando hasta Acapulco.
Desde el inicio del tráfico del cacao de Caracas y el de Guayaquil, hubo competencia entre ambas zonas cacaoteras, mas el cacao de Caracas era tan superior que siempre alcanzó mayor precio, y esto era una ventaja que hacía de su semilla un bien inapreciable, tanto para México como para quien se hiciera con la carga de los navíos que a ese virreinato navegaban, sin contar con el caudal en metálico que -en retorno- circulaba con destino a Caracas, digno de la atención de cualquier filibustero.
¿Por qué acontecimientos como él que narra han pasado casi desapercibidos para los historiadores?
El cacao es un rubro menos brillante que el oro o la plata. Estudiar el comercio marítimo del cacao, y su tráfico con el virreinato de Nueva España o México en el s. XVII no es hablar del flujo del oro o la plata de Indias, tan relevantes para Europa.
En Venezuela, como en casi todos los países americanos, el período colonial es un período histórico bastante soslayado, a pocos interesa, y un rubro como el cacao, que conlleva conocer de cifras, modos de producción y comercio, es algo que no a muchos atrae. No obstante, el hecho de que Venezuela -y en particular Caracas- controlara el comercio del cacao en las Indias occidentales durante el s. XVII, por encima de provincias productoras como Guayaquil (que comerciaba cacao de menor calidad y por la vía del Pacífico a México), ha sido explicado por algunos autores venezolanos, sin entrar de lleno en todo lo que implicó; los especialistas criollos tienen alguna difusa conciencia sobre el fenómeno para el s. XVII, aunque hay trabajos académicos publicados al respecto.
Usted, como historiador, ¿cuándo descubrió estos acontecimientos y cuándo decidió escribir sobre ellos?
El relato es consecuencia de mi trabajo personal como historiador, que usualmente está enfocado en el s. XVII venezolano, y en particular, en la Caracas de ese tiempo. Surgió como una derivada de esas investigaciones. Vi la importancia clave que tuvo el cacao en muchos acontecimientos de la sociedad caraqueña de este período y del Caribe -incluyendo el México de ese siglo- y el problema de la piratería presente en el mar de ese comercio tan vital para muchos.
Decidí que una manera amena de mostrarlo era en forma de ficción novelada sin abandonar el rigor histórico; en general, así como se describen en la novela, ocurrieron los hechos.
¿Cuánto tiempo tardó en documentarse sobre los hechos que narra y cuánto tardó en escribir la novela?
Sobre el tema poco más necesité documentarme, visto que el período es el objeto de mi trabajo como investigador e historiador, desde siempre. Capítulos dedicados a Orán o la isla de La Tortuga me llevó algunos meses, y poner en orden alguna cronología y hechos, poco más. El relato lo completé en ocho o nueve meses, aconsejado de escribir la novela por una persona amiga. Vio la luz de la publicación dos años luego de completado el borrador.
¿Por qué los españoles miran hacia otro lado cuando hablamos de la historia de las Américas?
Quizás por participar, sin proponérselo, de la idea prejuiciada sobre el mundo latino o hispano que tienen los anglosajones. Los españoles hacen suya la ideología extranjera dominante, norteamericana en su mayor parte. Creo que están influidos por esta prédica mediática que no es solo anglosajona: la prensa española participa sin rubor de ese juego de prejuicios, lugares comunes, medias verdades y diferenciación exotizante.
Los medios de masas, en España, por la visión eurocéntrica usual, ponen hoy el esfuerzo de su impronta cultural más en consolidar la órbita europea, que en el legado de cuatro o cinco siglos de historia común continua que unió ambos lados del Atlántico iberoamericano. La historia de las provincias hispanas en América es la historia de la España ultramarina. Mas, es un hecho que el español promedio actual ya no mira estas sociedades americanas, hijas de su sangre, como parte de su herencia, legado y cultura, por mil causas, tanto europeístas como americanas.
Las culturas hispanoamericanas actuales participan del carácter latino del español de a pie, con su misma habla, religión y modos de sentir y ver el mundo, excepto que las americanas son sociedades actuando en un medio equinoccial o de Naturaleza diferente a la Europea, y con agregados sociales de otras razas, una indígena y otra africana, fusionadas alrededor de una cultura base hispana de origen greco-latino y con los mismos valores occidentales.
Para mí no existen “las Américas”, aunque hayamos dividido en América y América Latina (y otras fórmulas más) el continente que España iluminó para el mundo. América era una, hasta inicios del s. XIX. Franceses, ingleses, alemanes y norteamericanos -y hasta nosotros mismos- se empeñaron por diversas razones en desincorporarla.
En el siglo XVII el Caribe estaba infestado de piratas y corsarios, no sólo holandeses, también ingleses. ¿Cuáles fueron más peligrosos para los mercaderes de cacao?
No sabría decirlo. Para mí, los mejores marinos de los dos tercios iniciales de ese siglo XVII fueron los flamencos y holandeses, no los ingleses; eran los más peligrosos para el comercio del cacao de Caracas, más estando Curazao en manos holandesas desde 1634, en pleno auge del comercio del cacao con México.
En el siglo siguiente cambia a favor de los británicos la maestría y el poder de fuego en el mar. Los franceses tampoco se quedaron atrás, empeñados en apropiarse de una tajada de la torta en el pillaje de las provincias americanas de España, y se da la circunstancia de que muchas veces, durante este siglo de desorden y desconocimiento intencional de leyes y tratados como lo fue el s. XVII, ingleses, franceses, flamencos y holandeses actuaron en conjunto en sus correrías y asaltos en la mar. La idea fija para todos ellos era comer de la presa española, solos o en compañía de otros depredadores, eran los perros vagabundos del mar.
¿Los piratas se fijaron en el cacao porque no había suficientes barcos con oro hacia España?
No. El problema con el oro navegado a España era que -para un pirata- era casi imposible obtenerlo atacando las flotas reales oficiales. Si no eras un corsario en toda regla, amparado y financiado por un monarca europeo que te pusiera a disposición una flota de guerra con muy buena dotación de cañones y tripulación, era virtualmente negado que lograra éxito el ataque como simple pirata. Muy pocas veces las flotas regulares -la de Tierra Firme, o la de México- fueron rendidas, en más de dos siglos largos de incesante tráfico trasatlántico. Así, el pirata -como la hiena- era un depredador muy pequeño, no tenía más que su solo barco o a lo sumo dos, y entonces era oportunista, prefería la presa débil de una fragata sola, de regreso a Caracas con la plata obtenida de la venta del cacao en Veracruz. Tal albur era factible en el cálculo del pirata, y barcos “sueltos” los hubo en abundancia en el Caribe, fragatas mal armadas, navegando “a su cuenta y riesgo.”
Pueden verse ejemplos de esto en la crónica clásica de Exquemelin, Piratas de América en la que este médico holandés -pasado a la piratería- describe varios asaltos de los que fue testigo, a naos de regreso a Caracas, o en ruta a México, cargadas con cacao o con pesos de plata surgida de este comercio, lo que da un indicio de lo importante que fue este tráfico interprovincial indiano, muy alejado de centros metropolitanos europeos y a la mano de un osado que se decidiera por capturarlas.
¿Cómo era la Caracas del siglo XVII?
Caracas fue la típica ciudad rural indiana de una gobernación de segundo orden, enclavada frente al Caribe y expuesta incesantemente a ataques piratas.
No obstante ser la capital de la gobernación de Venezuela, lo que la distingue en realidad de otros poblados hispanos similares en la América de esa época, es que acababa de descubrir el filón del cacao, rubro que saca a su élite criolla de la pobreza provinciana de una provincia sin oro ni plata.
El cacao era un fruto nuevo para la provincia, pues nunca se había cultivado antes en ella, que impulsa el ascenso de una casta poderosa y enriquecida, esclavista, que poco después llamaron la casta de los “Mantuanos”, bastante emancipada del rigor de la remota corona metropolitana y acostumbrada a ganar privilegios en la corte para su provincia y comercio, en base a comprarlos a un Consejo de Indias desesperado por obtener fondos para el arruinado reino de la segunda mitad del s. XVII. Esta élite de los mantuanos logra hacerse con el comercio del cacao -a México primero, y posteriormente a España- durante ese s. XVII y con el tiempo dará origen a personajes como Simón Bolívar, que cumple el sueño mantuano de la Emancipación.
¿Era un mundo demasiado violento y sanguinario?
La violencia es siempre la misma en toda época, se hace contra el mismo ser humano y su término final –gradaciones y métodos aparte- es la sumisión o muerte de la víctima.
Lo que cambia son las causas de esa violencia. Ayer era castigar a un esclavo, o ahorcar a un pirata, o azotar a una mujer incestuosa o bruja, hoy es dominar la voluntad, o castigar una creencia política, o una religión hereje, por ejemplo, y la violencia de hoy es masiva, tan impune o no como la antigua, pero más sutil. En ese sentido, la violencia descrita en La Heredera y los Usurpadores es singular solo por reunida en un volumen, no inusual a la época. Algo que destaco en la trama es el papel de los caribes, maestros del mar, muy feroces y un verdadero problema naval en el Caribe, para la época, cosa de la que poco se habla.
¿Qué diferencias más significativas encuentra con la actual capital de Venezuela?
Caracas hoy día es una ciudad cosmopolita, moderna y enorme, como cualquiera de las grandes capitales de Iberoamérica. Yo narro y describo una ciudad minúscula, de no más de cinco cuadras por viento, desde la plaza mayor, como eran todas las de su época en Indias. En un pasaje de un capítulo expongo una visión del futuro que experimenta uno de los personajes, el cual logra avizorar la ciudad actual. Reconoce a los descendientes de aquel poblado del s. XVII, pero transformados. No digo más.
¿Cree que sigue teniendo atractivo las historias de piratas en esta época tan tecnificada?
Es algo curioso que los cuentos de piratas sigan teniendo esa fascinación transtemporal, incluso hoy día. Nos dice mucho de alguna carencia actual, algo se ha esfumado en este mundo moderno de confort e internet.
La piratería en el Caribe promete siempre un trasfondo de aventura irrebatible, la invoca inmediatamente, le es innata, y ocurre por las condiciones de la época que estuvieron presente durante su auge: Un mar tropical, exótico, donde circulan obligados flotas y barcos que transportan riqueza sólida, oro y plata incesantemente, producto de la inagotable prodigalidad del Nuevo Mundo. Unas potencias europeas que aspiran ser imperio (o conservar el que han ganado) y que ven en este mar clave el teatro de sus luchas de poder. El oro como objetivo de codicia de todos ellos, actuando estos rivales a través de corsarios que atacan en nombre de estas potencias oportunistas, y en contra de una España cuyo imperio agoniza con el mal gobierno de unos monarcas corruptos e incapaces. Súmele encima hombres que mandan al diablo todo, por hacerse piratas libres y participar en algo de la gran riqueza que se trasiega de estas Indias a Europa, un mar mal vigilado y defendido, unas islas despobladas, todo ayuda para la aventura, y se dio todo ello efectivamente en el Caribe y en ese período, desde el s. XVI al XVIII.
Por eso la fascinación con el tema, pues creo es imposible hallar una región y una época donde se den los supuestos de arriba, material inagotable para la imaginación y la aventura romántica.
¿Cuáles son sus escritores favoritos de este género?
Para mí los maestros del género, en cuanto a peripecias en el mar y aventura caballeresca siguen siendo Daniel Defoe, R. L. Stevenson, Herman Melville y Joseph Conrad, amén de ser confiables, veraces y rigurosos en atención al clima y época de sus relatos.
Hay autores modernos muy buenos y que disfruto leyéndolos, como Patrick O`Brian. Vásquez-Figueroa y Pérez Reverte son de estos, y escriben en nuestro idioma, aunque creo del último que no comulgo mucho con la forma como presenta los diálogos -a mi gusto extemporáneos- de sus personajes, y la abundancia de localismos españoles en tales diálogos no permite hacerlos parte de una castellanidad ampliada, americana; ello impide a los lectores hispanoamericanos de esas aventuras y personajes adoptarlos sentimentalmente como suyos. Pero es mi parecer particular, no es factor decisivo; además, él es miembro de la Academia de la Lengua y la suya elección libre como escritor, de gran éxito.
De todos los personajes que cita. ¿Cuáles fueron reales y cuántos se ha tenido que inventar?
Todos los personajes principales son reales, excepto el cacique don Pedro, Teure y el cacique de los caribes. El resto puede hallarlos en la historia de Caracas de ese período del s. XVII.
No todos fueron lo que parecen. Por ejemplo, la protagonista, Catalina, la hago india mestiza, siendo que en realidad fue una dama blanca, muy rica, y casó tres veces. De Elvira de Campos he aprovechado su historia real, truculenta; llegó a ser azotada en la plaza mayor por orden del obispo, acusada de celestinar el incesto de sus hijos, hecho histórico. Diego de Ovalle existió, y fue lo que relata la novela: Cazador de Piratas. Su vida fue novelesca en grado sumo. Los villanos del relato, Ponte, Navarro y los gobernadores narrados fueron reales, y en general hicieron lo que propone la trama.
¿Qué personaje le ha resultado más difícil de describir y cuál es su favorito?
El relato contiene personajes históricos a los que me he ceñido en cuanto a su carácter. El más difícil de caracterizar, para mí, fue el mismo dios de Chuao, siendo que era un dios menor, enfrentado al todopoderoso Dios cristiano. No obstante, dice algunas verdades, creo. El personaje más de mi gusto, el capitán Ovalle, suerte de héroe afortunado, de carácter noble y valiente.
¿Se dan los historiadores buena maña para escribir novelas históricas o son demasiado inflexibles con los hechos?
Ser inflexible es imposible. Una novela histórica acomoda de manera teatral, escénica, hechos históricos que ordinariamente el historiador real está obligado a presentar usando el rigor frío de la objetividad académica.
Un escritor que provenga del oficio de historiador tiene quizás la ventaja de dominar el ambiente en que construye su relato. Un ambiente veraz es fundamental, a mi juicio, si quieres que una novela histórica se sustente. En este sentido, la novela podrá ser tediosa o sonsa (según el mejor o peor ingenio del escritor-historiador), pero lucirá verídica en el universo particular que plantea, y un lector sagaz lo aprecia siempre.
El lector que se acerca a una novela histórica desea conocer esa época que el relato le está ofreciendo, se asoma a este panorama -diferente al de su contemporaneidad- por mera curiosidad de aprender algo de la época relatada, visto que la otra parte de una novela, el drama en el relato, no es muy diferente nunca del que ocurre en la vida real, tan solo sea por el imperativo de intentar casar al lector con la trama, objeto de todo novelista.
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