Con un ritmo trepidante, frases enlazadas unas con otras, pocas pausas y sin dejar apenas descansar al lector, Rodríguez Chuliá presenta a una serie de personajes muy bien definidos que encarnan arquetipos clásicos de la novela detectivesca con pinceladas cosecha del autor: la subinspectora que debe vencer la suspicacia y reticencia de sus jefes y colegas masculinos; el sicario que pone en práctica su particular idea de impartir justicia; la mujer maltratada que sufre su calvario en silencio por costumbre; la joven de infancia desgraciada que busca al padre que nunca tuvo; el tipo con doble cara, empresario y hombre exitoso hacia fuera y corrupto y maltratador puertas adentro.
Los protagonistas, algunos de los cuales no parecen guardar en un principio relación entre ellos, van coincidiendo entre sí a lo largo de una trama magistralmente trazada y resuelta, hasta alcanzar un final insospechado del que hablaremos enseguida.
La novela atrapa desde las primeras líneas, provocando el interés del lector por conocer en mayor profundidad a los personajes, su pasado y los motivos que los llevan a actuar y comportarse de la manera en que lo hacen. A lo largo de sus páginas podremos averiguar sus más íntimos secretos, motivaciones y vivencias y así de esta forma llegar a comprenderlos e incluso a excusarlos por unos actos que nos parecerían de otra forma incomprensibles o reprobables.
Su mayor logro reside en que consigue algo tan difícil como mantener este interés del lector y que no decaiga su curiosidad por descubrir el desarrollo y el desenlace de la trama. Desenlace que provoca la sorpresa por inesperado, y que deja abierta la posibilidad de continuar en un futuro la narración de las vidas de algunos de los protagonistas.
En Grupo Tierra Editorial deseamos con expectación que esta continuación se vea pronto plasmada en una nueva novela de Rodríguez Chuliá y, mientras tanto, recomendamos con pasión Un hombre tranquilo, lectura que no dejará tranquilo a nadie hasta que finalice su última línea.
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