La novedad, con todo, que me gustaría resaltar aquí es el hecho de haber acudido a la literatura epistolar como ejercicio exclusivo para trasladarnos una historia próxima, humana, intensa y propiciadora de reflexión a toda inteligencia que quiera conocer más de sí, y de los otros: “Mi querida Catherine –escribe lady de Courcy a la señora de Vernon- Tengo maravillosas noticias. Si no te hubiera enviado mi anterior carta esta mañana, te podría haber ahorrado el disgusto de saber que Reginald se había ido a Londres, porque resulta que ha vuelto, ¡Reginald ha vuelto!, y no para pedirnos el consentimiento para casarse con lady Susan, ¡sino para decirnos que han terminado para siempre!” Pues bien, la vida narrada a través de las cartas es un reclamo difícil de excusar para el cotilleo, para el perdón o la censura, para el acomodo de las pasiones y para el desorden de las mismas… Quiero decir, la fórmula de la Austen es perfecta para crear un clima permanente de interés en el lector, que no decaerá hasta el final luego de haberle colocado en los supuestos más inesperados a fin de que ese lector resulte fiel hasta el final. Todo, claro está, gracias a una prosa cuidada, elegante, discreta, conocedora de los recursos dramáticos que todo corazón humano pueda valorar, y, al fin, con su pizca de sentido del humor que ayuda, para qué insistir en ello, a fijar el interés en la trama, apasionante, que se desarrolla.
Una lectura siempre recomendable pues, porque, hoy como antes, nos enseña a recuperar el sentido del ritmo, a la valoración de los sentimientos. Refleja con esmero la veracidad de un escenario (la casa, el hábito largamente acuñado en los interiores, tan recurrido siempre como amalgama de actitudes y comportamientos), el entorno natural circundante. Siempre, casi instintivamente, percibimos en esta expresión literaria el equilibrio de una realidad que colabora, con su realismo, a dar por buena la fe que ponemos en la creencia del argumento. Como lectores, como secundarios protagonistas siguiendo con fidelidad el desarrollo de la trama. Literatura, al fin, como compañía inteligente.
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