Pues bien, dado este supuesto que ha pretendido ser razonado, no caben muchas palabras; tal como hace el autor de este libro sugerente, libre, invitador a un viaje real e imaginario que ha de tener naturaleza ontológica, y así se expresa: “La belleza trata de decir algo más”.
Todo lo demás será complementario (si bien necesario a la explicación y la comprensión, a la afinidad como arte colaborativo e implicador) y útil como ejercicio de valentía porque eso implica, in extenso, la libertad. Así pues, este libro falsamente breve (breve sí, más enjundioso, constructivo) ofrece un panorama de posibles creaciones, de sutilezas que el buen lector habrá, necesariamente, de agradecer. Es, a mi entender, una propuesta de descubrimiento (exterior e interior) una incitación a ir más allá como forma de crecer, de conocimiento, de esperanza incluso. Y para ello los acicates verbales-discursivos no van a faltar: “¿Ficción o realidad? Por supuesto realidad; es decir, ficción”.
Este ‘Breviario perplejo’ hace honor a su nombre y así, a su vez, se subdivide en unos complejos breviarios menores a saber: ‘Libro del buen humor’, ‘Poética perpleja’, ‘Cuaderno del cómo’ o esa ‘Enmienda a la fatalidad: la lentitud de las plantas’ Junto a ello, era de esperar, en cada uno de tales apartados aparece, puntual, la inexcusable perplejidad: “El arte libera, no se sabe si antes o después de liberarse uno mismo’, ‘Una mueca siempre oculta otra’, o bien la presencia de ese que podría ser alimento para la perplejidad: ‘Hay cierta diferencia entre el escéptico por experimentado y el escéptico por desconfiado’.
¿Y qué pensar de tanta didáctica, de tanto desafío? Tal vez algo tan sencillo como aquello que podría expresar al modo de una fórmula explicita, o, mejor, como una receta secreta: ¿cómo poder vivir sin perplejidad?
Como telón, la sonrisa del irónico que piensa (‘El dolor señala, e insiste’)
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