Al parecer, las ideas de libertad, igualdad y fraternidad, íntimamente asociadas, aparecen por vez primera en el Libro VIII de Las Aventuras de Telémaco (1699) de Fénelon, obra que se inscribe en el género de literatura política crítica hacia el absolutismo en la etapa final del reinado de Luis XIV. Pues bien, en dicho Libro VIII, Telémaco y Mentor son rescatados del mar por un navío fenicio conducido por su capitán Adoam. Este personaje les explica cómo es la Bética feliz con la que comercian los fenicios. En la Bética habitaría un pueblo que tendría las tierras en común, y que no dividía la propiedad de los frutos de la tierra. Se trataba, pues, de un pueblo que vivía bajo la ley natural, y que no recurría a la guerra. Sus moradores “se aman con un amor puro, fraternal, inalterable; y esta paz, esta unión, esta libertad se deben a la privación de las vanas riquezas y de los engañosos placeres: todos son libres, iguales todos.” La libertad, la igualdad y la fraternidad van íntimamente unidas entre sí, dando una evidente importancia a la fraternidad.
Así pues, casi un siglo antes vemos prefigurados algunos principios de la Ilustración y las Revoluciones liberales, aunque en el último tercio del siglo XVIII adquirieron un contenido más concreto y político para combatir la tiranía del absolutismo y la injusticia de la sociedad estamental. En las Declaraciones de Derechos norteamericanas fueron comunes los derechos de libertad de cultos y de expresión, pero no fue unánime la aparición de los derechos de reunión, posesión de armas y exención de alojamientos. Más rara es la aparición del derecho de petición, aunque sí aparece en algunas. Por su parte, en las primeras Declaraciones francesas se enunciaron muchos más derechos que en las de América, en línea con un planteamiento más claro de la Revolución Liberal, bajo la trilogía de Libertad, Igualdad, y Propiedad. La libertad se relaciona con los movimientos, con la de expresión y con el derecho de petición, es decir, derechos de tipo individual. En relación con sujetos plurales sólo se concibe el derecho de reunión. Después, aparecerían la libertad de cultos y la libertad empresarial. La igualdad ante la ley se relaciona con la admisibilidad a los empleos y la fiscalidad, aunque para el primer caso existiría el matiz de la capacidad, y para el segundo el de la proporcionalidad, ya que la progresividad sería una conquista posterior. La fraternidad no sería un derecho ni un principio político ni económico, sino moral, que inspiraba a las Declaraciones de Derechos y a las Constituciones, y que parecía tener un evidente componente religioso, aunque no entraría en contradicción con el carácter no confesional de los cambios que se estaban produciendo.
En realidad, el lema “Libertad, Igualdad, Fraternidad” no fue el de la Revolución Francesa. Cuando surgieron las primeras protestas se emplearon muchos lemas, frases y proclamas que servían para dar nombre a las reivindicaciones políticas sociales y económicas, tanto populares como de la burguesía. En casi todas de ellas era común encontrar “libertad” e “igualdad”, que solían combinarse con otras como “unidad”, “virtud”, “justicia”, “razón” y “fraternidad”. Pero no todos los sectores sociales tenían la misma concepción de la libertad y, ni mucho menos de la igualdad. La burguesía defendía la libertad política y, especialmente, la económica frente a las trabas a las leyes del mercado fruto de la intervención del Estado absolutista y del sistema gremial. Para la burguesía, la igualdad solamente lo era ante la ley, dinamitando el privilegio legal estamental, pero sin connotaciones sociales. Los sectores más radicales de la Revolución insistían en la igualdad social, en la disminución de las enormes diferencias económicas, no sólo derivadas de esos privilegios estamentales, sino también de las que podía generar el creciente capitalismo. La fraternidad, ¿era una apelación temporal para unir a la burguesía y las clases populares en la lucha contra el Antiguo Régimen para luego olvidarla, o era un deseo sincero de luchar todos unidos, realmente, para cambiar un mundo caduco y establecer uno nuevo verdaderamente justo? No cabe duda, que se pueden dar varias respuestas a este interrogante, según estudiemos a unos grupos y otros, o a los protagonistas de la Revolución.
El lema apareció en un discurso de Robespierre sobre la organización de las milicias nacionales en 1790. El “incorruptible” proponía inscribir la expresión “El Pueblo Francés” y “Libertad, Igualdad, Fraternidad” en los uniformes y banderas. Pero su proyecto no fue aprobado. En 1793 se pinta en las fachadas de las casas la siguiente leyenda: “unidad, indivisibilidad de la República, libertad, igualdad o muerte”. Pero muy pronto se borraría por su asociación con el Terror, y por la llegada de la época termidoriana, mucho más conservadora.
El lema de “Libertad, Igualdad, Fraternidad” caería en desuso con Napoleón, más interesado en el orden como valor supremo del Estado. Volvió con fuerza en los años cuarenta del siglo XIX, enriqueciéndose su contenido, ya que los liberales insistían en la libertad y la igualdad ante la ley, mientras que los primeros socialistas, muchos de ellos utópicos, potenciaron la idea de la fraternidad. Al final, parece que ambos sectores llegaron a una especie de acuerdo tácito a la hora de establecer ya, por vez primera, el lema de un nuevo régimen político, que trajeron en 1848, la Segunda República. Los segundos renunciaron a la bandera roja frente a la tricolor de los primeros, pero éstos, los liberales, aceptaron que la divisa fuera “Libertad, Igualdad, Fraternidad”.
La caída de la Segunda República ante el bonapartismo del Segundo Imperio terminaría también durante un tiempo con el lema. La III República lo recuperaría no sin intensos debates ideológicos, ya que la igualdad podría ser interpretada como el camino hacia la nivelación social, algo que no deseaba la burguesía enriquecida, siempre interesada más en la igualdad estrictamente jurídica, frente a lo que había supuesto para ellos la Comuna de París, y porque para los más anticlericales la fraternidad se asociaba a la religión. Pero en las fiestas del 14 de julio de 1880, ya asentada firmemente la República, después de la inestabilidad de los primeros años en los que no estaba claro en qué derivaría el sistema político francés, el lema se inscribió en las fachadas de los edificios públicos de toda Francia.
En el nuevo siglo el régimen colaboracionista de Vichy derogó este lema y lo sustituyó por otro propio de sus connotaciones corporativistas y filofascistas, con tres nuevos componentes: “Trabajo, Familia, Patria”. La llegada de la libertad asentaría definitivamente la trilogía de “Libertad, Igualdad, Fraternidad” en las IV y V Repúblicas. Así aparecería en las Constituciones de 1946 y 1958.
Los masones son herederos directos de todo este devenir histórico por su doble condición de ciudadanos y ciudadanas de Estados de Derecho, o aspirantes a serlo, pero también como hermanos y hermanas en la Masonería. Lamentablemente, estos tres principios no existen o no rigen en gran parte del mundo, no los disfruta toda la Humanidad, pero, además, no es necesario viajar para comprobar que son maltratados también en el mundo desarrollado y democrático, en el entorno más cercano y cotidiano. Conocer estos orígenes en esa doble dimensión es fundamental en la ardua tarea en la que los masones se comprometen en el momento que deciden libremente ser iguales y fraternales con sus hermanos y hermanas, pero, ¿sólo con ellos y ellas?, ¿se terminan el ejercicio de la libertad, la defensa de la igualdad y del amor fraterno cuando se despojan de sus vestimentas masónicas y salen al mundo? En realidad, el verdadero trabajo comienza, precisamente, en ese momento de la salida, en las vidas familiares, con amigos y allegados, en los empleos, afanes y responsabilidades, en los compromisos políticos, económicos, sociales o culturales, allá donde estén, aunque no porten collares, vistan mandiles y no lleven manos enguantadas, sin obedecer consignas de nadie ni de organización, institución u orden algunos, alejados de las doctrinas e instrucciones, con el espíritu crítico siempre presente, y luciendo en su ánimo otras vestiduras mucho más importantes, como son la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad. Ese espíritu, tan poco conocido, tan atacado en la Historia reciente de España por una dictadura que demonizó y persiguió con saña redoblada a quiénes buscaban el progreso en todos los órdenes y el entendimiento entre los ciudadanos, hoy es más que necesario que nunca ante el horror que supone el terrorismo, la desigualdad, el recorte de derechos, la carencia de educación y sanidad, la pobreza, el hambre, la violencia de género, la homofobia, el fanatismo y el ataque al diálogo, la falta de empatía, el racismo y la intolerancia, en fin.