Pues bien, el Comité Ejecutivo de la Internacional y Émile Vandervelde, su máxima autoridad, realizaron un llamamiento de solidaridad con los trabajadores belgas porque las autoridades militares alemanas habían ordenado deportar a todo ciudadano en edad útil, es decir, mayor de 17 años para que Alemania pudiera reemplazar la mano de obra que le faltaba por la guerra. Al parecer, a principios del año 1917 ya habían sido conducidos unos 35.000 hombres de Gante, Amberes, Bruselas, Charleroi, y Mons, entre otras ciudades. Se sospechaba que la medida podría afectar a un total de 350.000 personas.
Uno de los testigos de esta especie de leva había sido el cardenal Mercier, uno de los personajes más importantes de la Iglesia belga en el cambio de siglo y rector de la Universidad de Lovaina. Mercier había manifestado que esta deportación se efectuaba con pelotones de soldados alemanes que sacaban los jóvenes de sus casas, formándose grupos de entre cuarenta y cincuenta para subirlos a vagones de trenes. Los socialistas españoles creían una obligación moral levantar su voz contra estos atentados “de lesa humanidad”. El Comité Nacional decidió dirigir una protesta al Gobierno español, y no sólo por su carácter internacionalista, sino, sobre todo, por un “deber de conciencia”, además de insistir en las violaciones que estaba sufriendo la soberanía y el pueblo belgas.
Los socialistas querían interesar a la opinión pública española en esta cuestión. El PSOE pedía al Gobierno que se transmitiera su protesta por las deportaciones consideradas ilegítimas al embajador alemán.El texto tenía fecha de 5 de enero de 1917, e iba firmado por Julián Besteiro, como vicepresidente; Daniel Anguiano, Andrés Saborit y Francisco Núñez Tomás, secretarios; y Virginia González, Luis Araquistain, Luis Pereira, Francisco Largo Caballero y Luis Torrents como vocales.
Los socialistas querían que, para ser más efectiva la protesta, se movilizase todo el Partido. Pero, el Comité Nacional quería combinar firmeza con prudencia porque la materia era delicada, especialmente en relación con la neutralidad española, aunque se expresaba en el llamamiento a las Agrupaciones del 4 de enero, una cierta crítica al ejecutivo porque aludía a que el mismo había interpretado a su modo dicha neutralidad. Por eso se pedía a las Agrupaciones que empleasen un lenguaje adecuado a pesar de la indignación, y que la protesta se circunscribiese a la celebración de una asamblea y al envío de un telegrama el día 15 de enero al presidente del Consejo de Ministros, adjuntándose el modelo de protesta para que el Gobierno lo transmitiera a la embajada alemana. Los socialistas eran muy precavidos en estas instrucciones, habida cuenta de una circular de la Fiscalía del Tribunal Supremo, donde se incluían unas instrucciones, que consideraban ilegales porque creaban delitos nuevos sobre la cuestión de la neutralidad, aunque se toleraba a los militares en sus opiniones y críticas hacia a algunas potencias beligerantes.
El PSOE hizo público, posteriormente, en su órgano oficial la respuesta general de las Agrupaciones, Grupos Femeninos y las Juventudes al llamamiento que había realizado el Comité Nacional, aprovechando también para hacer crítica política interna, especialmente en relación con la Guerra de Marruecos.
Posteriormente, se incluyeron muchas noticias en El Socialista sobre la situación de los trabajadores belgas deportados. Sin pretender ser exhaustivos, aludimos a algunas de ellas. En la fábrica Krupp un nutrido grupo de trabajadores belgasse habían negado a trabajar para hacer armamento y, por ello, serían encarcelados sin alimentación. Se informó de las gestiones holandesas en relación con los deportados de Amberes. Los sindicatos católicos también habían protestado en distintos países europeos, incluida España. The Times informó de la crueldad que sufrían los trabajadores belgas en trabajos militares cerca del frente. También en el Reino Unido, el secretario Appleton de las TradeUnions realizó unas declaraciones sobre la brutalidad ejercida sobre los trabajadores de Bélgica. Una parte considerable de los ferroviarios belgas se habían negado a trabajar para los alemanes y fueron hechos presos, o padecieron una fuerte vigilancia para obligarles a hacerlo, viviendo en verdaderos campos de concentración, que se habían abierto para los trabajadores que se negaban a trabajar. La Liga de los Derechos del Hombre organizó un acto en Francia muy importante. En el mismo destacaron los discursos de Vandervelde y del literato belga Maeterlinck, además de la intervención de la representante del Consejo de Mujeres Francesas. Por su parte, una nutrida representación de la intelectualidad y la clase política suecas protestaron por las deportaciones. También se hizo eco El Socialista de la polémica suscitada por los propagandistas alemanes sobre la situación de los refugiados belgas en el Reino Unido. Mucho espacio dedicó, como no podía ser de otra manera, a la respuesta que el socialismo internacional había dado al llamamiento de ayuda de Vandervelde, destacando la intervención del SPD alemán, completamente contrario a las deportaciones en el Reichstag, además de informar de la visita de algunos importantes líderes, como Ebert, a La Haya, para tratar sobre la situación de los deportados belgas. Todas estas protestas y movimientos no impidieron que los alemanes siguieran deportando trabajadores belgas, produciéndose hechos muy duros en Gante. Al parecer, además de la violencia que se ejerció contra ellos, se les quiso obligar a que firmasen un contrato de trabajo, ofreciendo como salario tres o cuatro marcos. Se negaron y fueron enviados al frente francés a trabajar en condiciones extremadamente duras.
Pueden consultarse los números 2786, 2787, 2788, 2790, 2791, 2792, 27942796, 2797, 2799, 2802 y 2807 de El Socialista. Sobre el papel del PSOE en la Gran Guerra conviene acercarse al libro de Santos Juliá, Los socialistas en la política española, 1872-1982, Madrid, (1997).