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"El Valle de las Sombras" de Jerónimo Tristante

jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h
El valle de las sombras
El valle de las sombras
Jerónimo Tristante acabó su última novela "El Valle de las Sombras" hace ahora justo dos años. Él no se podía esperar, cuando estaba escribiendo su obra, lo que ocurriría dos años después: la polémica de qué hacer con el Valle de los Caídos y qué hacer con los restos de Franco. Es imprescindible leer su libro para ver una realidad con otros ojos, los de la objetividad, los de la reconciliación. La novela ha sido publicada por Plaza y Janés.

El Valle de los Caídos o Cuelgamuros, según lo denomine uno u otro bando lo llamarán de una u otra forma. A Tristante le da igual, porque lo realmente importante para él es escribir lo que ocurría allí, cómo lo vivían unos y otros, cómo lo sufrían unos y cómo se comportaban otros. El autor murciano disecciona a la perfección el alma humana, el pensamiento de los protagonistas y nos da una imagen diferente a la que conocíamos.

A finales de 1943 en Cuelgamuros había una actividad frenética, se trabajaba en tres frentes, la construcción de la cripta, el monasterio que iría justo encima y las carreteras, con sus necesarios puentes, para acceder a todo el complejo. Tres empresas diferentes eran las encargadas de las obras. Los hermanos Banús tenían el cometido de hacer las carreteras y tenían la necesidad de mano de obra y si era barata, mucho mejor.

Eran tantos los penados en las cárceles franquistas que padecían unas condiciones inhumanas, que estaban deseosos de salir y Cuelgamuros les daba una oportunidad para estar fuera de cuatro cochambrosas paredes donde padecían, sed, hambre y numerosas enfermedades por la precaria salubridad que había en ellas. Además, trabajar en el Valle les redimiría de parte de la pena, por eso había millares de personas ansiosas por trabajar en la cripta del dictador.

Uno de ellos, Juan Antonio Tornell, teniente de ejército republicano que había sido hecho prisionero en el Ebro y antiguo policía, es sacado por un antiguo compañero suyo de la cárcel de Ocaña para trabajar en Cuelgamuros, pese a no ser un trabajador manual. Por otra parte, el capitán Roberto Alemán es destinado en el Valle de los Caídos para intentar desvelar un presunto desfalco con las provisiones del campo de trabajo.

Ambos coinciden allí, y la casualidad de producirse un asesinato les une para intentar descubrir al asesino. Dos personas radicalmente diferentes. Uno fascista, militar despiadado y sangriento, cuyo único objetivo era matar rojos y que se escapó de una checa republicana, la tristemente famosa checa de Fomento, situada en el número 9 de dicha calle, anteriormente situada en el Círculo de Bellas Artes, después de que hubieran matado a toda su familia. Otro, republicano convencido, espía comunista y antifascista convencido que había intentado poner cierto orden en la retaguardia republicana, fracasando.

Esas dos personas, radicalmente diferentes, como el agua y el aceite, se van uniendo poco a poco, se van contando sus inquietudes, sus pensamientos, su remordimientos, hasta acabar haciéndose amigos, pero amigos de verdad, al comprenderse y al darse cuenta que lo negro nunca es absolutamente negro y que con lo blanco ocurre lo mismo. La verdad se suele encontrar en el punto medio y es allí donde coinciden.

Tristante ha escrito una novela brillante y necesaria. El narrador omnisciente va desvelándonos las características de ambos protagonistas, poco a poco, vamos conociendo sus pasados con varios flash-backs. Vamos así entendiendo el por qué son así y por qué se conducen así. En unas ocasiones el narrador interpreta y explica el comportamiento del capitán Alemán y en otras el comportamiento del ex policía Tornell, hasta ver que los dos tienen más puntos en común que lo que les diferencia, porque al fin de al cabo, los dos son hombres de ley.

Lo que en un principio podría parecer otra maldita novela sobre la guerra civil y sus circunstancias, se convierte en una novela policíaca con una trama más que interesante que da varios giros, sorprendiéndonos en cada uno de ellos, hasta la resolución de una trama que nos vuelve a dejar con la boca abierta y que por supuesto no vamos a contar, porque esta es una obra imprescindible para comprender unos hechos que han hecho correr ríos de tinta.

El principal logro es el tratamiento que da a los dos protagonistas. Es de lo mejor que he leído en los últimos años: cómo su sagaz pluma penetra entre en los recovecos de los cerebros de ambos, cómo disecciona sus motivaciones, el proceder de los dos. El malo no era tan malo y el bueno no era tan bueno. No hay malos al 100%, como tampoco al contrario. Conociéndose, al final, se hacen amigos y se comprenden. La mayoría de los españoles de la década de los treinta eran así, sin embargo, los que llevaron a la guerra a un país fueron los fanáticos de ambos lados.

Tristante lo señala a la perfección cuando dice que había tres tipos de personas en nuestra guerra fraticida: los convencidos y fanáticos de ambos lados, fascistas, socialistas, comunistas y anarquistas; los que fueron a la guerra por su quinta o porque les había tocado un bando sin comerlo ni beberlo y los que tomaron partido porque asesinaron a sus familiares en esas razias sin sentido que se cometieron por ambos bandos.

En "El Valle de las Sombras" nos encontramos con todos esos personajes, pero todos son tratados con comprensión y ecuanimidad, justo todo lo contrario de lo que ocurrió en aquellas fechas. Lástima que nadie tuviese la sensatez de parar una guerra entre hermanos, como dijo Juan-Simeón Vidarte. Todos fuimos culpables.

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