Su nuevo thrillers tiene una “estructura de western” pero con sus propias normas. “La sociedad que retrato es muy cerrada y los protagonistas, que vienen de la capital, no encajan bien en su nuevo destino. Es algo parecido a la película Perros de paja, sólo que yo intento dar un halo de esperanza a la historia”, dice el escritor murciano en el encuentro que tuvimos en la cafetería de un hotel, muy cercano a su domicilio.
La localidad almeriense a la que se trasladan los protagonistas, un matrimonio con su hija adolescente, es una comunidad muy viciada que tienen sus terratenientes que controlan la vida de los lugareños, Irene, la esposa, es de ese pueblo. Jacobo, el marido, urbanita militante que ha perdido su empleo, está fuera de lugar en un pueblo que ni le acoge ni entiende. “De su frustración saca energías para intentar reconducir su vida, pero no lo consigue”, nos adelante Agustín Martínez.
La novela tiene dos partes claramente diferenciadas aunque con tres puntos de vistas internos que son los de los protagonistas principales. “A nivel emocional se manejan situaciones muy complejas, donde se describe por qué hacían los cosas que hicieron, siempre visto desde la subjetividad de cada personaje”, explica el autor nacido en Lorca y que ha escrito la novela utilizando un narrador omnisciente, “creo que así se consigue una mayor cercanía con los personajes ya que está muy pegado a ellos”, apostilla.
“La mala hierba no tiene una estructura continua, utilizo dos tiempos que voy alternando como si de un puzle se tratase. Por una parte cuento la historia en tiempo presente y, por otra, explico lo que ha sucedido antes de los hechos. Así el lector va reconstruyendo el pasado”, desgrana el escritor que dice haberse encontrado muy cómodo describiendo a sus personajes desde una perspectiva alejada, “desde fuera”.
Respecto a su forma de trabajar afirma que “trabajo con pizarra y me planifico el trabajo. No soy un escritor que escribe en sus momentos de ocio, trabajo todos los días cuando estoy escribiendo una novela”. Sin embargo, reconoce que esta novela le ha costado un poco más de lo acostumbrado, “había algo en la novela que no encajaba, cuando estaba con la primera versión, no tenía claro el final de la obra hasta que de repente lo vi. Ya iba por la mitad de la obra y encontré de repente con el final que estaba buscando”.
Sus muchos años como guionista televisivo le han dado una disciplina creadora y, además, puede tratar temas que en la televisión no tienen cabida. “Me gustan los ambientes obsesivos, cerrados y claustrofóbicos, algunos de ellos pueden ser en ambientes abiertos; además, me gusta que mis novelas sean corales”, expone con seguridad y agrega “la novela te da mucha más libertad que un guión televisivo. En la novela puedo contar lo que quiero y como me apetezca”. Ahora están muy de moda los ambientes que se desarrollan en esa España vacía que nos describió, hace poco, Sergio del Molino, de ahí que haya encontrada en un escenario como Tabernas su lugar idóneo para su novela.
“Mis personajes son gente que vive muy al límite y hacen cualquier cosa para sobrevivir incluso traicionar a los amigos”, describe Agustín Martínez durante nuestra charla y añade “quiero que se entienda a esos personajes aunque sea muy discutible e injustificado lo que hagan”. De todas formas cree que nuestro país no es “hiperviolento” aunque se hayan dado casos como los de Puerto Hurraco o la violencia de género.
En esta novela, trata el tema de la violencia juvenil y como las nuevas tecnologías pueden fomentar ese terrible problema. “Los chats son una nueva forma de comunicación que en ocasiones se vuelven muy bestias y se pueden cometer delitos en su utilización”, explica el autor del thriller "Monteperdido". Hay un cambio generacional que nace con internet, “han nacido los jóvenes conectados a las redes para lo bueno y para lo malo”, sentencia.
Tanto las nuevas tecnologías como los episodios que estamos viviendo hacen que “haya un exceso de frustración a todos los niveles. Se crean demasiadas metas para los jóvenes y en las reformas educativas se están olvidando de lo esencial: educar a los jóvenes. Es complicado manejar tantos parámetros pero están consiguiendo hacer fracasar a los chavales demasiado pronto. Yo publiqué mi primera novela a los cuarenta años, un ejemplo de que no hay que correr”, concluye este autor que ha conseguido el éxito en su madurez creativa y personal.
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