En cierta ocasión, sería verano de 1988 tuve que ir a cubrir la visita de Javier Pérez de Cuéllar a los cursos de verano de El Escorial. Él entonces secretario general de la ONU no se presentó debido a un infantil enfado, prefirió quedarse en su casa madrileña, pero allí sí que fue Fernando Morán, ex ministro de Asuntos Exteriores y a la sazón eurodiputado. Con otro compañero periodista tuvimos ocasión de charlar largo y tendido con Morán que nos contó muchos secretos y anécdotas de la negociación con la Unión Europea.
Fernando Morán se llevaba rematadamente mal con Manuel Marín, el encargado de las negociaciones con Europa, y con casi todos los componentes de ese task force diseñado por Felipe González. De la única persona de la que nos habló bien fue de Álvaro Espina, “una persona muy preparada e inteligente”, recuerdo que le definió y el otro día pude comprobarlo en una larga charla que mantuvimos para hablar de su primera novela histórica “Cerbantes en la casa de Éboli”, que promete continuación. “Con b como lo escribía el propio Cervantes”, me dijo y, también, me contó jugosas anécdotas como la que una vez le pasó en uno de los urinarios de donde se celebraban las reuniones para nuestra anexión a Europa. “Le di una información fundamental a Morán sobre Rocard mientras miccionábamos”, recuerda el profesor Espina.
Álvaro Espina se muestra crítico con la situación política a la que hemos derivados. “En mis tiempos los políticos habíamos sido profesionales de muchas actividades. Antes, el político creaba a la institución, ahora es la institución la que crea al político. De ahí el bajo nivel que vemos en nuestros políticos”, argumenta el profesor. No se puede expresar una idea tan brillante con menos palabras. En su opinión tendría que hacerse una profunda reforma de la Constitución e ir hacia elecciones a dos vueltas como en Francia. “En Francia, es raro que un político no escriba, algo que no ocurre ni en España ni en Gran Bretaña”, sentencia.
Nos reunimos en la cafetería de un hotel cercano al ministerio en el que continúa trabajando. “Mi novela es fehaciente, en mi opinión no se pueden saltar a la torera los hechos reales. Hay que acercarse a los hechos con escalpelo. Trato con pulcritud lo que está claramente establecido y allí donde hay claroscuros es donde el escritor puede ficcionar, ya que el contexto en el que vivió Cervantes no está muy documentado. Pero el relato tiene que ser coherente y que dé explicaciones de los hechos”, analiza sabiamente Álvaro Espina como lo haría un profesor.
Hay que reconocer que durante el reinado de Felipe II, este rey prudente archivó muchísima información en el castillo de Simancas pero otra mucha la hizo desaparecer. Incluso documentación referente a los hechos acaecidos al infante don Carlos. Álvaro Espina se suma a la hipótesis de la ejecución del sucesor, que se mantuvo en secreto varios meses, realizada entre hierlos y nieve, hasta que el rey consideró oportuno su difusión a la Corte y a los súbditos.
La novela comienza con un prefacio “muy borgiano”. Álvaro Espina asume el papel de editor y describe el descubrimiento de un supuesto manuscrito de Cervantes en Orán donde se narra los años de juventud de Miguel de Cervantes, concretamente los años 1566 hasta el 1569, lo que corresponde a la edad de los 18 hasta los 21 años del escritor alcalaíno. “Juego al suspense con el lector diciendo que Cervantes dictó una supuesta autobiografía. Es un juego literario, estético y artístico. Un ataque de heterodoxia”, señala el autor.
En esos años, ficciona el autor la vida de Cervantes y lo ubica sirviendo en la casa de Éboli, algo que, por otra lado, pudiera haber sido posible. “Cervantes fue preparado por el profesor y erudito López de Hoyos para trabajar al servicio de la Corte o de algún Grande de España. El preceptor fue un intelectual muy importante pero no dejó obra escrita, de ahí el olvido en que se le tiene”, expone Álvaro Espina.
“El jefe de la casa de Éboli era Ruy Gómez de Silva, que llegó a nuestra tierras acompañando a su abuelo, que pertenecía al séquito de Isabel de Portugal cuando vino a España. Le conocían como el menino y fue paje y amigo personal de Felipe II. Por la política que seguía el rey en Flandes, surgieron desavenencias y eso hizo que abandonase la Corte y pasase a la oposición. Juan de Austria era un conocido partidario de los ebolistas”, explica el escritor durante la charla y ahí es, precisamente, donde coloca a Cervantes en esos tres años de pre-madurez antes de escaparse a Italia.
Álvaro Espina ha estado cinco años escribiendo la novela “Cerbantes en la casa de Éboli” desde 2012 cuando pudo liberarse de sus quehaceres profesorales. “Pero he estado casi toda mi vida documentándome y escribiendo pequeños fragmentos de la novela, ya quise hacer mi tesis doctoral sobre Cervantes pero, con buen criterio, mi profesor Maravall me dijo que esto era un tema para la ficción. Y le hice caso, muchos años después”, reconoce el escritor que tiene su biblioteca llena de libros sobre el Siglo de Oro.
Para Álvaro Espina la principal dificultad de su libro ha sido “recrear el mundo donde Cervantes vivía, iba y venía. Tuve que investigar el mapa de Madrid de la época y sus costumbres”, reconoce, pero, lo que más le ha llamado la atención ha sido “la personalidad arrebatadora y seductora de Cervantes. Una persona que no hacía más que amigos. Que era muy enamoradizo y con mucho gusto musical”, define al protagonista de su novela.
“Los años en que está centrada la novela son los fundamentales de Cervantes. Fue cuando se formó con su preceptor López de Hoyos, cuando comenzó a escribir sus primeros poemas y La Galatea y fue cuando se enamoró. Su vida es un ejemplo para instruir, deleitando y, también se puede hacer al revés”, concluye Álvaro Espina que más que una entrevista, nos ha dado una lección magistral muy amena de historia y de política.
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