El diez de diciembre, Lech Wałęsa recibió el premio Nobel de la paz y yo me quedé en la escuela para un ensayo de la representación navideña. Mi padre debía recogerme a las seis de la tarde, pero el autobús con el que siempre regresaba de la fábrica no apareció. Estuve esperando sola en la parada, saltando de un pie al otro impaciente. El agua que caía de un grifo en el cuartel de bomberos se fue convirtiendo en un carámbano. La escarcha cubrió los cristales del kiosco que estaba delante de la parada. Las farolas centellearon hasta apagarse. La dependienta entreabrió la puerta y asomó la cabeza, sobre la que había un gorro de piel de zorro.
¿Qué haces aquí? ¡Niña, vete a casa que te vas a congelar! -me gritó".
Wiola es una niña que vive en un pueblo llamado Hektary. Su padre es un desertor que ahora trabaja como taxidermista. Wiola tiene un gato que se llama Blackie y ella no debe abrir la puerta de la habitación secreta. Tampoco debe matar arañas, porque si lo hace provoca tormentas.
Wiola colecciona etiquetas de cajas de cerillas y traga mercurio.
Tragar mercurio es el evocador regreso a una infancia vivida, a unos días maravillosos que destellan en la lejanía de Hektary, un pequeño pueblo polaco ajeno a los acontecimientos que marcaran el último tercio del siglo xx: el colapso de los regímenes comunistas de la Europa del Este y la promesa de un futuro mejor que nunca llega.
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