¿Qué son sino estos poemas, cantos que se elevan en todo instante y que exclaman la unión incesante entre Dios y el poeta?: En el polvo y en las piedras,/el Señor está conmigo./Haya pena o alegría en mis ojos,/el Señor va por donde voy.
Dónde vaya el poeta sabe que siempre está acompañado por la presencia de Dios. También su gratitud se expresa hacia el Creador cuando contempla el paisaje que se ofrece delante de él, imágenes de una simple belleza. Esas son palabras salidas del corazón que Porfirio Mamani Macedo dirige a Dios, palabras que no se puede dudar de su sinceridad: Entre mar y firmamento,/gracias, Dios mío, por la arena que mojó mis pies,/por las rocas que acogieron mis pasos,/por el ruido del mar por la mañana.
Pero no son solamente instantes de felicidad que conoce el poeta, a veces el dolor se instala en él, y la presencia del Señor se vuelve indispensable para reencontrar la confianza y serenidad. Porfirio Mamani Macedo, puede entonces avanzar: La voz del Señor ya consuela mi dolor. Incluso si la paz en el corazón del Ser es deseada, también depende de Dios, y la voz del poeta es más que fuerte, más intensa en su sinceridad: que haya paz en mis ojos y mis sueños. Un deseo de perfección se ampara entonces del peta en una búsqueda espiritual intensa: se da cuenta de su imperfección, de su fragilidad: sin Dios no es nada, y lo necesita, existe solo por él. La escritura se hace entonces suplicante: sólo la ternura del Señor, podrá calmar mi exilio./Soy sólo polvo que los vientos soplan./Dios mío, no te alejes de mí, hoy cuando camino.
Entonces a partir de esta compañía divina, cómo no continuar avanzando, cómo no dar gracias al Creador por tanta belleza, tanta bondad: la palabra de Porfirio Mamani, sincera, ardiente: su adhesión a Dios es definitiva, tanto como el amor que le tiene: El Señor me protege en las noches,/ me aleja de los malos vientos y la duda,/me abre los caminos para andar,/me cubre de ternura en plena tempestad.
En estos poemas, a pesare de las reiteraciones voluntarias, no hay ninguna monotonía, sino una voz fuerte y sincera para agradecer a Dios, para decirle su reconocimiento y ponerse bajo su protección. Hay que leer Acción de Gracia con nuevos ojos, una mirada levantada muy alto, hacia esas inmensidades que al hombre le gusta a menudo contemplar, y que lo lleva a la meditación, a la reflexión hacia el Creador, siempre a su lado.