Probablemente quepa en un solo poema el devenir y la sustancia de este sobresaliente poeta. Y ello se deriva de que, siendo tan esencialista en la elección de las palabras y cuanto éstas hayan de decir al lector, con uno solo de los ejemplos hallemos un compendio razonable de lo que es su discurso poético, tan sencillo y limpio, tan cotidiano y, a la vez, alzándose con cada lectura. El texto aludido, que viene oportunamente señalado en el prólogo del libro a modo de proemio o presentación, dice así: “Estoy triste/ como lo estaba él/ a su manera heroica// Pero además/ tengo ojos/ para ver/ y si bien presienten mi ruina/ y la de todo/ lo que amo, descubren/ también/ en mis ojos/ y mis labios/ y mi lengua el poder/ para liberarme/ y para hablar de ello, igual/ que Miguel Ángel, en sus manos/, notó un poder similar/ si bien mayor”.
Al margen de cualquier otra consideración acerca de Estados Unidos y su complejo de guardián de las libertades -al tiempo que podía estar urdiendo la opresión más o menos manifiesta de su concepción del mundo como mercado-, lo cierto es que hacia mediados del pasado siglo esa nación aportó algunos nombres que elaboraron un discurso poético de una gran significación, de un valor poético indudable donde los quehaceres y la preocupación –fuese trascendente o no- del mundo cotidiano elevaron el discurso con una rara valoración humanista.
Nombres como Wallace Stevens, el propio Elliot aunque transterrado a Inglaterra, Marian Moor o el propio Carlos Williams dieron luz, de algún modo, a un discurso nuevo donde nadie quedaba excluido, donde cualquier dolor, cualquier aspiración o sueño tendrían cabida. Y ello con un lenguaje sencillo digno de tener en cuenta: fue una auténtica democracia de la palabra: “hombre afortunado no es tarde/ el zorzal/ vuela en mi jardín/ entre la nieve/ me mira en silencio sin/ moverse/ su pecho moteado refleja/ trágicos pensamientos/ de invierno mi amor los míos” Lo material y lo inmaterial, razón y pasión ahí están significativamente, elocuentemente abiertos para todos los oídos, para todos los entendimientos.
Fue, sin duda, aquel, poéticamente un período muy fructífero que ejerció una gran influencia en buena parte de occidente, y que, afortunadamente, hoy perdura: en su valor propio de antaño, y como reflejo en el decir claro y emotivo que hoy todavía alienta en la buena poesía.
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